Los 4 errores sobre el porno

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Con el llamativo y contradictorio reclamo de «El porno, por muy violento y degradante para la mujer que sea…”, aparecía en la Tribuna de El País el artículo Pornografía y violencia, de la profesora de Derecho Constitucional en la UCLM Ana Valero.

Añadiendo que -y a pesar de ello- “es libertad de expresión de quien lo crea, y es derecho a la autodeterminación sexual del consumidor adulto. Derechos fundamentales, ambos». Que dicho por una doctora y profesora universitaria en Derecho Constitucional merece una lectura atenta.

En ella, y como arranque, encontramos que la autora se posiciona dentro de la idea de la existencia de “los feminismos” y en el imaginario de las stars wars como similitud a lo que llama porn wars entre esos “feminismos”, que suponemos deben ser el Imperio y la República.

La aventura promete, y por el desarrollo del artículo entiendo que encuadraría en el Imperio -eje del mal- a Andrea Dworkin, Catharine MacKinnon, Amelia Valcárcel, Rosa Cobo o Ana de Miguel; siendo Camila Paglia, Erika Lust o Tristan Taormino las republicanas en esta porn wars.

Sólo que la aventura no da mucho de sí, porque el guion y el final de la película es tan predecible, que cualquier crítico se preguntaría ante esa película y este artículo ¿por qué?

Pero, y como se pide en él: “No desviemos el foco” y veamos qué argumentos usa para defender la existencia de una pornografía como “Derechos fundamentales, …, que no pueden ser restringidos en un Estado … más que cuando exista un riesgo claro, real e inminente de daño”.

Argumentos que serían: 1. “fuerte carácter contracultural” de algunas películas; 2. la “libertad de expresión de quien lo crea”; 3. que no hay “nexo causal” entre porno y violencia hacia la mujer; y 4. en el porno hay que “distinguir entre realidad y ficción”.

1. Contracultural.
Lo llamativo de este artículo es que reconoce que el porno habitual “ubica a la mujer en un lugar de degradación y de mera sumisión al placer masculino”, para a continuación -punto y seguido- asegurar que “La pornografía digital es radicalmente distinta” (sic). Tan distinta la considera que afirma que películas “como Behind the Green Door o Deep Throat, … tenían un fuerte carácter contracultural”.

¡¿Contracultural?! ¿Qué tienen de contracultural las imágenes de dos adultos follando, algo que se ha visto en las paredes de Pompeya o Babilonia desde hace más de 3000 años? ¿Que muestra a una mujer blanca y rubia follando con un hombre negro? ¿Eso es lo contracultural?

Qué pobre el concepto de la contracultura se tiene en el artículo, pues si por ella se entiende al movimiento que con su actuación quiere cambiar un modelo y sistema dominante por uno nuevo, ¿qué nuevo modelo social nos presenta dos adultos follando en público?

No sé, pero me parece que está bastante desenfocado este concepto de contracultura, porque el sexo en grupo, a la vista de otros, es antiguo como pocas cosas en este mundo, desde Roma a Japón pasando por Grecia o Egipto. ¿Cuál es la diferencia, que ahora se filma?

Como se puede llamar contracultural a Deep Throat, cuando su protagonista, Linda Lovelace, ha declarado repetidas veces cómo era obligada a punta de pistola a filmar las escenas más duras de la película. ¿Eso es lo contracultural: violar a una mujer?

O llamarlo “porno chic”, como escribió Ralph Bluementhal, periodista de The New York Time. ¿Una mamada “porno chic”, se puede ser más cursi?

“Nunca me he sentido tan asustada, desgraciada y humillada en mi vida. Me sentí basura”, declararía Linda Lovelace[1], y recogió en su autobiografía Garganta profunda: memorias de una actriz porno (en La Fábrica, 2003).

No se entiende el uso del adjetivo contracultural si no es porque le da una pátina de rompedor a lo que es simple apología de la violencia contra la mujer, porque como escribió Rosa Cobo en El País el porno es prostitución filmada.

En fin, menos mal que reconoce que el porno habitual, mainstream para los modernos, “ubica a la mujer en un lugar de degradación y de mera sumisión al placer masculino”, aunque parezca más una captatio benevolentiae que un convencimiento personal.

2. Libertad de expresión.
La libertad que D. Quijote exponía a Sancho como “uno de los más preciosos dones que a los hombres dieron los cielos” puesta en manos de personajes como Díaz Ayuso o Ana Valero ha degenerado en cañas y porno mainstream. ¿Qué cosas, amigo Sancho?

Y eso que “por muy violento y degradante para la mujer que sea, es libertad de expresión de quien lo crea” y ¿cómo un Estado de derecho va ir contra la libertad de expresión? Imposible, eso sería una dictadura. Lo curioso es que diciendo que “por muy violento y degradante” que sea está asegurando un derecho fundamental del consumidor adulto: su autodeterminación sexual, que el Estado de derecho debe proteger como un bien constitucional.

Y si la autodeterminación en su segunda acepción en el DRAE es la “capacidad de una persona para decidir por sí misma algo”, la sexual estaría a caballo entre la masturbación y el voyerismo que el porno facilita. No hacía falta tanto texto para acabar defendiendo la masturbación, que no seré yo quien la condene ni desaconseje por ninguna razón, salvo que para ella se necesite prostituir/violar a una mujer.

Porque si esa libertad de expresión se hace a costa de la violencia y degradación de la mujer, y vuelvo a Rosa Cobo, ese “potencial liberador que llegó a tener la libertad sexual en Occidente … colonizado por el mercado … (e) intereses patriarcales” queda radicalmente negada.

3. No hay “nexo causal” entre porno y violencia hacia la mujer.
Es quizá el argumento más flojo de todos los expuestos, porque como la propia autora reconoce el porno “se integra en procesos sexistas más generales (de) la sociedad, por lo que la cultura de la violencia no irradiaría de ella, sino que ella sería su reflejo”. Exacto. Acepta que el porno expone lo que tiene de sexista y violenta una sociedad respecto al sexo y lo acaba de llamar en el párrafo anterior “libertad de expresión”, autodeterminación sexual y bien constitucional a defender por el Estado.

Luego, está avalando que un modelo sexista y violento de presentar la sexualidad sea libertad y bien constitucional. Sí, me repito; pero es que es increíble la manifiesta contradicción en una profesora de Derecho Constitucional. Desde luego la lógica deductiva del artículo es bastante floja: lo que es libertad y autodeterminación se basan en la violencia y degradación. Algo falla: o es libertad o es violencia, pero ambas no. Y menos al mismo tiempo.

4. Hay que “distinguir entre realidad y ficción”.
Muy bien, distingamos: en la realidad las cosas ocurren tal y como las percibimos -sin entrar en disquisiciones idealistas- y en la ficción las cosas se recrean para que parezcan reales sin serlo. Hasta aquí todo bien, ¿no?

Pero en el porno lo que ocurre es real, no es una ficción. Si hay un coito, el coito se ve con pelos y señales, y en primer plano; no es una sugerencia como en Lucía y el sexo o Nueve semanas y media, con sus musiquitas lánguidas y caras de arrobo. Se folla tal cual.

En el porno se muestra una deformación, si se quiere tanta como en el llamado cine erótico, de la sexualidad convertida en un despiece del cuerpo de los actores como si asistiéramos a una autopsia. Por un lado pollas y por otro coños, y para de contar.

El porno es tan real en sus efectos, no sólo sobre la integridad de la actriz, sino también en lo social, que siendo su distribución por las redes sociales tan sencilla y universal, construye el imaginario de lo que es placer, deseo y atracción para millones de jóvenes.

Para ellos eso que ven en el móvil, la Tablet es el sexo real, que a falta de una educación sexual en condiciones en escuelas y familias se atienen a los modelos que se les presenta. Aprendizaje vicario digital y disponible 24/7/365.

Y si el porno es ficción y “el visionado de películas de true crime (no) implica un riesgo real de incremento de los asesinatos” ¿por qué se preocupa de que lo lleguen a ver jóvenes que se encuentran en un proceso de “desarrollo volitivo, psicológico y cognitivo” inacabado, señalando que hay un reto para “los poderes públicos: (en) el control en el acceso y la educación afectivo-sexual de las y los adolescentes cuyo imaginario sexual se está construyendo a través del porno-digital”?

¿Acaso se preocupa porque otras películas como El señor de los anillos o los Goonies causen esos problemas? Parece que no, porque hay ficciones y “ficciones” y las segundas son tan reales como sus imágenes muestran sin efectos especiales.

Si el porno es ficción, ¿cómo es que ninguna de sus defensoras se presenta a un casting, aun para un papel secundario? Si es ficción, ¿cómo es que Samanta Villar, que se metía tanto en su papel en otros asuntos, cuando llegó al porno se quedó de “oyente”?

¿No será porque el porno de ficción tiene nada y menos, y lo que se cuenta (filma), aparte de estar ocurriendo, construye realidades de lo que es la sexualidad? Realidades que por mucho que las pongas bajo el paraguas de la libertad de expresión son reales y degradantes.

Finalmente, cierra el artículo con una consideración con la que se podría estar de acuerdo, cuando dice que hay un reto para “los poderes públicos: (en) el control en el acceso y la educación afectivo-sexual de las y los adolescentes cuyo imaginario sexual se está construyendo a través del porno-digital”, si no fuera porque al inicio del artículo ha escrito que el porno es “libertad de expresión y bien a proteger”; luego, ¿no tendríamos que mostrárselo a esos jóvenes que se encuentran en un proceso de “desarrollo volitivo, psicológico y cognitivo” inacabado, como parte de su formación, y más si decimos que es “irreal”?. Creo que el artículo tiene un foco errático.


[1] Hay diferentes documentales y películas que recogen la historia de Linda Lovelace y sus opiniones sobre cómo fue el rodaje de Deep Throat y su vida con su marido y proxeneta.

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