¿Por qué no hemos quemado ya las calles?

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Dudo que exista algún simpatizante de izquierdas que no se haya hecho alguna vez en los últimos años la pregunta que encabeza este artículo. Motivos para una revuelta no nos han faltado, precisamente. 

A las razones que nos indignaban desde hace una década (paro, recortes, desahucios, corrupción) se han sumado otros de proporciones bíblicas: una pandemia con más de cien mil fallecidos, una guerra que amenaza con ser mundial.

Los condicionantes no son triviales. Por enumerar algunos: la constatación de las miserias capitalistas evidenciadas en la pandemia, la cotidianidad de la violencia contra las mujeres, el beneficio obsceno de las multinacionales farmacéuticas, las subidas inasumibles de los precios, el conflicto bélico hacia el que nos arrastra la OTAN. Acabaremos eligiendo nuestro jinete del apocalipsis como quien escoge su rey mago favorito.

Es de suponer que cualquiera de estos factores, o la suma de ellos, hubiera servido como detonante del estallido social, la famosa chispa. Si no ya el amago de una protesta, al menos el inicio de un movimiento popular organizado y contestatario a amplio nivel. Sin embargo, en lugar de ello y salvo excepciones aisladas de personas ejemplares, impera una desesperante apatía.

En esta entrada se pretende aportar un poco de luz al debate de este asunto, en especial a buscar las causas que disuaden de la movilización. 

Falsa polarización.

Si buscamos lecturas recientes sobre ideología en la sociedad española, encontraremos que los estudios y artículos al respecto suelen coincidir en un concepto: la polarización.

Por ejemplo, el científico del CSIC Luis Miller expone en un estudio (1) que la pandemia ha disparado en España el uso de la polarización para describir nuestra sociedad. El concepto de polarización supone el alineamiento en torno a posiciones cada vez más opuestas. Conjetura un componente ideológico (que determinaría los ejes izquierda/derecha) cuyo antagonismo repercutiría en la actitud ante la política concreta. 

Esto es, la organización ideológica en dos frentes que, como polos de signo opuesto, se repelen. La medida de este concepto se recaba en la recogida de opiniones con respecto a temas determinados, como pueden ser la valoración de los impuestos o la actitud ante la inmigración.

En definitiva, un método que recoge en nuestra sociedad la medida del mayor o menor grado de conservadurismo o progresismo, que oscilaría entre un convencido partidario del estado del bienestar, hasta el recalcitrante neoliberal defensor del mercado más libre.

Es posible que usted también se pregunte dónde quedan, en el espectro ideológico que se propone, en el abanico de opciones que se plantea como el posible, las inquietudes de los socialistas, las diversas tesis de los comunistas, o los ideales de los anarquistas. ¿Se reflejan? ¿O sucede como en los medios, que se da por sentado que sólo existe un margen ideológico posible? 

Imagen del pleno del Congreso el mes pasado. El magnetismo del presidente Zelensky fue tan poderoso que logró unificar en un gran aplauso a los dos polos opuestos. Milagros de la física.

El lector conservador podría contestar que esas posiciones no se consideran porque son antisistema, por tanto, no entran dentro del análisis del sistema. Podría ser. Lo que ocurre es que, si tenemos en cuenta que esas posiciones ideológicas, las del extremo más a la izquierda del espectro, son las que defienden los intereses de la clase trabajadora, y teniendo en cuenta además que esa clase trabajadora es la inmensa mayoría de la población, resultaría que este tipo de análisis está dejando fuera a la ideología propia de una gran parte de la población española.

Esta mirada, además, está enfocada principalmente a la intención de voto, a la participación electoral. Sin embargo, sabemos que en nuestra oferta mediática -imprescindible hoy para el voto- no prosperan las opciones que discutan los sacrosantos pilares del sistema capitalista.

En los dos ejemplos ofrecidos un par de párrafos arriba, ¿dónde quedaría la opinión de un socialista en cuanto a los impuestos para empresarios si considera que las empresas deben ser directamente expropiadas? ¿Dónde pondríamos la X en esos estudios en cuanto a los inmigrantes para un comunista que respondiese de la forma más natural que no existen trabajadores nativos o extranjeros sino clase obrera?

En cambio, las ideas de ultraderecha son perfectamente admisibles, forman parte del rango ideológico socialmente aceptable. No es extraño, así, que los fascistas sean normalizados en los medios. 

El tablero de juego está trucado. Tiene un claro desnivel hacia la derecha, de manera que los resultados nunca tenderán a reflejar la parte izquierda. Para la representación en el imaginario de la opinión pública, esa izquierda no existe. Es un continente ignoto, que además produce cierto temor, como los océanos plagados de criaturas marinas en los mapas medievales.

¿Por qué sucede esto? 

Los datos así ofrecidos parecen indiscutibles. Nadie pensaría que un estudio sociológico de este nivel no es empírico. No se cuestiona la formalidad, que seguramente observa todos los principios correctos. Pero este empirismo entiende que la suma de estos hechos (representados en complejas tablas) es en sí una interpretación de la realidad. En este caso, tantas personas piensan de un color y tantas del color opuesto. Su expresión numérica desafía al incrédulo: mire usted las tablas y atrévase a cuestionar su rigurosidad.

Esas tablas e índices adquieren en el análisis sociológico establecido una cualidad de fetiche. Sí, es correcto calificarlas de ese modo: fetiches. Ocurre como con las notas de prensa del INE sobre los datos del paro o del PIB. El gobernante en turno procurará por su bien encontrar el lado positivo, el aumento o el descenso o la comparación relativa del dato que le interese.

Así, Fátima Báñez encontraba en los datos del paro indiscutibles avances del Gobierno de Rajoy. Asimismo, pese a sólo tocar los «matices más lesivos» de la misma normativa, el Gobierno de Progreso considera erradicada la precariedad laboral ante los datos actualizados. ¿Esto quiere decir que esas tablas de datos están mal hechas o manipuladas al gusto del demandante? En absoluto.

Los datos, referidos a cualidades de la sociedad, son incompletos cuando se consideran aislados, sin conexión con otros datos. En el caso que nos ocupa, al observar sólo una parte del abanico ideológico. Y, aparte de esto, no serán válidos si no interpretan además el aspecto histórico. De dónde vienen, qué causas los originan, qué flujos se observan en su dinámica. Esto es, su totalidad dialéctica.

Ocurre así que, manejando un método -empírico y riguroso sin duda- que se origina en los conceptos y en la estructura de pensamiento de una determinada ideología, se obtiene un resultado a medida y gusto de esa ideología. La capitalista.

Como prueba de ello, observen que, dentro de ese escenario aparentemente polarizado e irreconciliable, cuya representación fiel sería la distribución de fuerzas políticas en las cámaras parlamentarias, los actores supuestamente antagónicos se disparan crueles acusaciones unos a otros, en unas disputas que alcanzan lo hiriente. 

No obstante, en lo verdaderamente importante, hay una amistosa unanimidad. Tanto es así que ni se plantea el debate de las cuestiones fundamentales, como la pertenencia a la OTAN o a la UE, la institución monárquica, la supremacía de la parte patronal en el conflicto capital-trabajo, la posibilidad de eludir impuestos por los grandes capitales o la participación de fondos de inversión en empresas estratégicas, etc. Estas cuestiones, que realmente son las que definen la forma social en que vivimos, son unánimes en todos los partidos. 

De modo que obtendremos un análisis correcto dentro de los esquemas del capitalismo. Pero absolutamente incompleto y que mostrará, en todo caso, su apariencia externa. Nunca sus entresijos ni su parte velada, su verdadero mecanismo.

En definitiva, hablamos de una polaridad que no existe, que es espuria.

Esto nos conduce al análisis del segundo aspecto, en cuanto a la falsedad de la sociedad en que vivimos.

La polémica en el registro de la coalición andaluza disparó la polarización afectiva de los militantes de Podemos y de IU, o quizás es más exacto hablar de seguidores de Pablo Iglesias y Yolanda Díaz.

Polarización ¿afectiva?  

Otro estudio relativo a este asunto, pero un poco más reciente, de 2021 y realizado por profesores de Ciencias Políticas de la Universidad de Murcia (2), nos sirve para identificar una cualidad más de esa polarización, que los expertos llaman polarización afectiva. 

Esta variedad polarizadora se enfocaría ya no tanto en el aspecto ideológico sino en el aspecto emocional. Se refiere a la empatía o identificación que despiertan en nosotros nuestros iguales partidistas o, al contrario, la antipatía y rechazo que suscitan los de otros partidos. Como en el caso anterior, su medida se obtiene en la opinión individual desplegada en escalas de 0 a 10, de mayor a menor simpatía o valoración de líderes.

Tablas de datos que sin duda son interesantísimas dentro de la lógica que no cuestiona la sociedad en que vivimos, pero ¿son válidas para interpretar la realidad completa, con sus tejidos internos y no simplemente los superficiales? Y si dudamos de su validez, ¿qué mecanismo lleva a convertir esta perspectiva en la oficialmente correcta?

Estas perspectivas esencialistas toman un aspecto aislado para valorar todo el conjunto. En el ejemplo de la «polaridad afectiva» uno de los valores del estudio es la simpatía por un líder. 

Los razonamientos basados en la esencia son bienvenidos por el poder establecido, por dos motivos. Primero porque al no profundizar en la raíz de los hechos, los fundamentos permanecen inalterables. A nadie le resulta agradable que le remuevan la zona de confort que supone la imagen idealizada de la sociedad en la que vive, su confortably numb, que cantaban los Pink Floyd en la cara tres de The Wall. Especialmente si le es satisfactoria (o beneficiosa).

Segundo, porque las ideas basadas en aspectos subjetivos pueden ser modificadas si es preciso. Por ejemplo, mediante una gran campaña de concienciación. De ese modo, quien tiene acceso a los recursos capaces de crear una campaña, tiene la posibilidad de cambiar la opinión general. Esto es muy atractivo, obviamente, cuando se trata de aspectos políticos o económicos.

Como sabemos, el materialismo histórico explica, desde hace más de un siglo y medio, que la conciencia de las personas emerge a partir de su vida en sociedad. La famosa frase «no es la conciencia de la persona la que determina su ser, sino su ser el que determina la conciencia» establece un punto de inflexión en la manera de analizar las sociedades.

Este análisis materialista permite entrever aquellos mecanismos ocultos de nuestro sistema que permanecían velados en análisis superfluos, o no dialécticos. La forma de entender nuestra percepción del mundo es ahora más precisa, añadiendo el componente social. El enfoque vigotskiano, por ejemplo, nos descubre que los procesos psicológicos tienen su origen en los procesos sociales; y no sólo eso, sino que además la comprensión de esos procesos mentales necesita tener en cuenta los procesos que actúan como mediadores, las herramientas que originan ese proceso (caso del lenguaje en el aspecto psicológico: la necesidad de relacionarnos con otros seres humanos crea la necesidad del lenguaje, cuya mediación es determinante en el proceso social).

En el caso que nos ocupa, los ciudadanos no son solitarios robinsones que viven al margen de lo que le rodea, por mucho que intentaran serlo. Tampoco son librepensadores que, de la nada, se han soltado en paracaídas sobre una sociedad para opinar sobre ella, con su ideario personal en la mochila.

Conciencia de clase.

Llegamos a un punto decisivo, que aclara las contradicciones que sobre ideología presenta la mirada oficial. Si para entender los procesos de pensamiento necesitamos conocer las circunstancias que median en su proceso, para entender la forma en que se concibe uno mismo dentro de la sociedad, como animal político, debemos conocer igualmente los procesos que median y determinan nuestra socialización.

Incluso el robinsoniano librepensador, que responde al cuestionario del CSIC creyendo que su posición política es producto de su albedrío, posee una ideología mediada por el proceso mental de percepción del mundo en el que vive. Su conciencia de clase. Aunque, como veremos a continuación, pueda ser correcta o falsa.

En lo que se refiere a esta materia es interesante leer a Lukács: «la economía clásica ha considerado siempre el desarrollo capitalista desde el punto de vista del individuo capitalista, y por eso se han perdido en una serie de contradicciones irresolubles y de pseudoproblemas. En El capital Marx rompe radicalmente con ese método. No porque considere -como un agitador- desde el punto de vista exclusivo del proletariado. Sino porque considera los problemas de la entera sociedad capitalista como problemas de las clases que la constituyen, tomadas como totalidades» (3).

En otro apartado de la misma obra, prosigue Lukács explicando que «la esencia del marxismo científico consiste en el conocimiento de la independencia de las fuerzas realmente motoras de la historia respecto de la conciencia (psicológica) que tengan de ella las personas«. El pensamiento capitalista considera la sociedad como una inevitable estructura regida por leyes eternas, no devenida de las formaciones sociales; esta forma robinsoniana, dogmática, que predomina hoy es heredera de la filosofía clásica y de los economistas como Smith o Ricardo, en la que se tiende a considerar la historia de la sociedad como un cambio de situaciones o personajes, es la «apología del orden existente«; pero «el Capital es según Marx no una cosa sino una relación social entre personas, mediada por cosas» (4).

Esto no quiere decir que los procesos sociales vengan determinados por las circunstancias como un proceso mecánico, como indica el autor en la página inmediata: «el materialismo dialéctico no niega en absoluto que las personas realizan por sí mismas sus actos históricos, y precisamente con conciencia. Pero como dice Engels en una carta a Mehring, se trata de una conciencia falsa«.

La falsa conciencia.

Si hacemos un esfuerzo por aplicar este método dialéctico a la situación que vivimos actualmente, podemos hacer razonamientos interesantes.

Me apoyo en un ejemplo actual, de las palabras de dos relevantes políticos, ambos ministros, pertenecientes a la izquierda (al menos a la izquierda aceptable por el sistema y representada en el Congreso) que pueden leer en la siguiente imagen.

En el primer ejemplo. La idealización del sentimiento europeísta debe incluirse, entendemos, en los aspectos afectivos. Pues es cuestión de fe esperar que ese europeísmo de la UE pueda ser positivo para los trabajadores europeos.

Baste considerar que en la actualidad la UE está dedicando miles de millones a armar a Ucrania en la guerra (precisamente las palabras de la Vicepresidenta están escritas en el Día de la Victoria, 9 de Mayo, efemérides de la victoria por parte de la URSS contra el nazifascismo), y que no sólo está incitando una guerra a nivel mundial, con miles de víctimas inocentes, sino que las sanciones emitidas contra Rusia están teniendo un efecto negativo contra el propio pueblo europeo.

Recordemos también que la UE está realizando un proceso de recuperación económica basado en el endeudamiento de los países, cuyo pago estará fiscalizado por los Estados de mayor poder económico. Es decir, los trabajadores de los países llamados PIGS debemos estar confiados en que, por pura magnanimidad europeísta, las grandes empresas que forman las economías de los países poderosos de Europa (empresas cuyos dueños suelen ser anónimos listados de accionistas) permitirán que esos fondos de la UE sean usados para revertir el modelo económico que les beneficia. En plena guerra, además, es de suponer.

El ministro de Consumo, por su parte, expone su preocupación por el medioambiente, pero señalando a los procesos de distribución o consumo del ciclo económico, no en el proceso de producción. Las alternativas políticas que se basan en el reparto de la riqueza, o en un consumo eficiente, apenas discuten la raíz económica, la producción. Son popularmente consideradas como de izquierdas, incluso radical, porque como en los estudios de opinión no se tiene en cuenta más que las opciones que son permisibles por el sistema, toman el extremo opuesto a las ideas más conservadoras.

Sus decisiones afectarán a los consumidores, pretendiendo que la modificación de sus hábitos hará reflexionar a los productores (¡e incluso se rogará a las empresas energéticas que sean razonables!). Hilando con la reflexión que hemos realizado en esta entrada: se espera el milagro de que los consumidores -en su mayoría imbuidos de la ideología dominante, entre otras cosas porque nadie les abre los ojos- cambiarán de manera espontánea la actitud de los grandes productores (que, insistimos, suelen ser listados anónimos de accionistas, de empresas que reciben miles de millones de los fondos europeos) y así se volverá del revés, como un calcetín, el famoso paradigma.

Actitudes que no tienen nada de transformadoras, ni de revolucionarias. En el mejor de los casos servirán para lograr mejoras temporales, que en efecto es un logro que tiene su mérito, pero que estarán al albur de ser derribadas en el siguiente cambio de ciclo político.

Les invito a meditar sobre dos de los movimientos que más movilización han producido en España en los últimos años (con permiso de las Marchas de la Dignidad o admirables protestas surgidas por conflictos laborales que han tenido gran repercusión), como son el movimiento feminista y las plataformas de pensionistas.

El movimiento feminista, que amenazó con poner la sociedad patas arriba en una maravillosa explosión de multitudinarias manifestaciones, sufre el intento de ser absorbido por el sistema, mediante la apropiación transversal y desclasada de su mensaje. Personajes como Patricia Botín, que se atribuye la ejemplaridad de ser una alta empresaria mujer, o la ministra Calviño, que elude las fotos donde sea la única mujer, debilitan el filo revolucionario de las verdaderas feministas al diluir su mensaje. Aparte, las posiciones esencialistas tratan aquí de tomar su parte del pastel, y surgen posiciones que bajo una supuesta bandera igualitaria perjudican a los intereses de las mujeres, dando pábulo a la legalización de la prostitución o a los vientres de alquiler. O a los negocios que se lucran con la identidad de género. Casualmente estas posiciones identitarias, que las feministas históricas advierten como una amenaza al movimiento, están apoyadas por la mayoría de partidos, no están polarizadas.

Las movilizaciones de pensionistas reflejaron de una forma paradigmática la cosificación de las personas en el sistema capitalista. Personas que una vez dieron muchos años de su vida a una profesión, se ven de pronto abandonadas, como en la entrañable novela de Miguel Delibes, La hoja roja. Como mercancías, una vez usadas ya no sirven, producen un gasto que además es excesivo porque el aumento de la esperanza de vida (que en una sociedad normal sería signo de progreso) se convierte en capitalismo en una rémora, es insostenible. Como es lógico, los pensionistas no quedaron callados y demostraron que tienen mucho que enseñar a los jóvenes. Sin embargo, incluso desde el Gobierno de Progreso, no se para de enviar mensajes sobre la necesidad de reformar el sistema de pensiones hacia intereses privados, siguiendo las indicaciones europeístas de la UE.

En resumen, el sistema tiende a favorecer una ideología política que se enfoque en el sistema electoral y los partidos. Lo hace además creando una polarización irreal que escamotea las ideas que realmente defienden los intereses de la clase trabajadora. En lugar de ello, fomenta una falsa ideología, la ideología de la clase dominante.

Los partidos que participan en este juego contribuyen a prolongar en la clase trabajadora una falsa conciencia. Pierden su mejor baza al participar en ello, servir de despertador a la conciencia dormida. Antes bien, abrirán la puerta a que las ideas más reaccionarias sean confundidas y asumidas por la propia clase trabajadora. No sólo por la vulgarización de las teorías marxistas, sino por descender a niveles de esencialismo e idealismo que podrían compartir con las ideologías más conservadoras.

En una siguiente entrada se continuará, pues habría que analizar muchas más causas.

1. Luis Miller, La polarización política en España, enlace

2. Polarización afectiva en España, profesores Garrido, Martínez y Mora, Universidad de Murcia, enlace

4. György Lukács, Historia y conciencia de clase, ed. Siglo XXI, p. 87

5 obra citada, p. 108 a 111

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