El hombre al que amamos odiar

El ejército ruso lleva más de un mes haciendo la guerra en Ucrania, con la pretensión de someter a la población, el territorio y la soberanía de este país, que es independiente desde que, en 1991, precisamente Rusia se desvinculara de la Unión Soviética, actuando al margen del Gobierno de esta unión que, dadas las circunstancias, no tardó en desaparecer. Este ataque a un país soberano, que supone la consabida tragedia en términos humanos (lo verdaderamente terrible de todo esto), con bombardeos y ataques a las ciudades ucranianas, no tiene justificación alguna, por lo que Putin y los dirigentes rusos han perdido toda legitimidad, colocándose al margen de todo posicionamiento ético. Por no decir, además, que el propio Putin no tiene palabra, insistió hace unos meses en que no emprendería esta guerra. Hasta aquí creo que estamos de acuerdo la inmensa mayoría de los europeos.

Toda guerra genera una situación política extrema en la que se establece una dicotomía maniquea donde no caben medias tintas, que nos posiciona a todos en uno u otro bando. Esto acaba con todos los matices y, sin embargo, es precisamente en los matices donde está la verdad. Es realmente difícil una aproximación a esta en un escenario en el que cualquier espacio para un análisis detenido comienza a ser sospechoso.

Rusia siempre ha tenido dos almas, una europea y otra asiática. Una europea, que siempre ha estado vinculada al cosmopolitismo y la modernidad, los bolcheviques jugaron este rol a principios del pasado siglo, y otra asiática, más volcada al repliegue nacionalista (Putin). Cuando, en tiempos de la Perestroika, Mijaíl Gorbachov hablaba de “la casa común europea”, marcaba una política exterior de convergencia con las democracias sociales establecidas en el viejo continente. Y esto no es ninguna anécdota. La historia de los últimos treinta años ha sido el producto de una agresiva política diplomática mediante la que Occidente ha demostrado ignorar, cuando no directamente liquidar, aquel propósito de “la casa común europea” planteado por los reformadores soviéticos. Se ha dicho que las garantías que el Gobierno de EE UU dio a Gorbachov, asegurando que la OTAN no iría más allá de las fronteras alemanas, no se recogieron por escrito. Y da igual. Fue un compromiso explícito que quedó arrollado por la voluntad occidental de extender las fronteras de la Alianza Atlántica hasta la propia Rusia, precisamente cuando esta había dejado de ser un problema para EE UU y sus aliados.

Vladimir Putin es la consecuencia de todo esto. ¿Hicieron bien los Gobiernos occidentales a la hora de apoyar a Boris Yeltsin cuando, frente a Gorbachov, ofrecía privatizaciones y ultraliberalismo a los rusos? ¿Hicieron bien más tarde, al apoyar a Putin cuando se creía que este acabaría con las mafias y la violencia de la época de Yeltsin? Unas mafias a las que Putin convirtió en su oligarquía, por cierto. Vladimir Putin, el nacionalismo ruso de toda la vida a ojos de la posmodernidad, es el producto de una sociedad laminada por el ultraliberalismo y con el orgullo herido porque EE UU está al otro lado de sus fronteras. Podemos dar mil vueltas alrededor de las maldades del nacionalismo ruso, pero lo cierto es que a este Erich von Stroheim, el hombre al que amamos odiar, lo hemos creado nosotros.

Hitler no estaba loco, esta es la verdadera tragedia del siglo XX. Fue apoyado por millones de personas que se sentían desesperanzadas y humilladas, debido a que en Versalles se había condenado a Alemania al ostracismo político y económico. La segunda posguerra mundial fue muy distinta a la primera, hubo mucha cooperación, pero parece que hemos olvidado la lección y el mundo posterior a la Guerra Fría se asemeja más a 1914 que a los Treinta Gloriosos. Para que la paz sea duradera, hay que integrar al vencido.

No creo que este mes, terrible, de guerra en Ucrania haya sido más destructivo de lo que fue, hace diecinueve años, el primer mes de guerra en Iraq. Sin embargo, no hubo sanciones económicas para los agresores. Es más, no creo que a nadie se le pasara por la cabeza, en la primavera de 2003, ni siquiera la posibilidad de aplicar sanciones económicas o de cualquier otro tipo a EE UU. Lejos de ello, en aquel tiempo eran escuchados quienes, en contra del clamor popular, apoyaban directamente la conveniencia de aquella Guerra de Iraq. Aquí en España, estaban representados por más de la mitad del arco parlamentario. La invasión de Iraq se justificó por la supuesta existencia de unas armas de destrucción masiva que jamás aparecieron. Y por unas supuestas conexiones del Gobierno iraquí con el terrorismo internacional, que jamás se demostraron. Precisamente a raíz de la Guerra de Iraq fue cuando este país se convirtió en un territorio tomado por el terrorismo internacional (Al Qaeda, Estado Islámico). Es natural que nos afecte especialmente lo que les ocurre a nuestros vecinos más cercanos (ucranianos), pero ¿es solo esto? Puede que, en esta Europa tan global, tolerante y posmoderna, nos quede una carga importante del racismo de hace un siglo.

Esta Guerra de Ucrania tiene unas causas políticas muy claras: la expansión de EE UU y las alianzas occidentales hasta las fronteras rusas, lo que supone una amenaza a la integridad de ese país. Todo el mundo entiende por qué Kennedy estuvo a punto de provocar una tercera guerra mundial en 1962. Los misiles soviéticos instalados en Cuba suponían una amenaza para los estadounidenses, al estar a pocos kilómetros de su frontera. De ahí la Crisis de los Misiles. Pues bien, el caso ruso actual es extraordinariamente parecido. Es lo que Rusia ha estado denunciando durante los últimos años. ¡Negociemos esto! ¿Acaso no puede aceptarse que Ucrania sea un país no alineado? Esto habría tranquilizado a los rusos y no perjudicaría ni a ucranianos ni a europeos. Es más, una política de entendimiento y buena vecindad entre la Unión Europea, Rusia y Ucrania garantizaría el desarrollo de las relaciones comerciales y la provisión de fuentes de energía (gas y petróleo rusos) en toda Europa. ¿Por qué ese empeño en que los ucranianos entren en la OTAN?

Parece ser que, en este contexto geopolítico global marcado por la rivalidad entre EE UU (con sus aliados europeos) y China (con sus aliados rusos), a los estadounidenses no les gusta esa dependencia alemana respecto al gas natural ruso. Dependencia que, tras la (recientemente terminada) construcción del gasoducto Nord Stream 2, iba a incrementarse. Al mismo tiempo, y debido al ya citado contexto geopolítico actual (EE UU-China), la OTAN pretende seguir activa readaptándose al nuevo escenario para seguir defendiendo los mismos intereses. Por ello las presiones norteamericanas a los países europeos para romper lazos comerciales con Rusia y mantener la agresiva línea diplomática diseñada por EE UU (contra Rusia-China). Asumir estas posiciones atlantistas aleja a la Unión Europea de su propio ideario europeísta. Europa debe ser la bisagra entre los dos bloques actualmente enfrentados (EE UU- China). No hay un continente más atractivo que el europeo, ni una democracia más atractiva que la que tenemos en Europa. Una democracia que no se entiende sin justicia social y redistribución de la riqueza. Para europeizar este mundo global, resulta necesario mantener relaciones comerciales con unos y con otros. Esto, junto con el prestigio de su propio modelo social, es lo que daría a Europa influencia en el mundo actual. De ahí que el aumento del gasto militar en la Unión Europea sea otra clave, para conseguir un ejército propio que fortalezca su independencia en un mundo polarizado entre EE UU y China.

Lo ocurrido en Ucrania en 2014 fue lo contrario a todo esto. Lo contrario a la soberanía europea y la cooperación. El apoyo europeo y norteamericano a la revuelta del Maidán contra el presidente electo Víktor Yanukóvich, tras la negativa de este a firmar unos acuerdos comerciales con la UE, contribuyó a desestabilizar el país, desencadenando una espiral violenta que nos ha llevado adonde estamos ahora. El objetivo de la estrategia europea en este conflicto tendría que ser el de alcanzar la paz mediante la negociación de todas las partes, para que no se prolongue un conflicto que va a provocar aún más destrucción. De hecho, los Gobiernos ucraniano y ruso ya están negociando cuestiones como la OTAN, la neutralidad ucraniana, Crimea y el Donbas. Todos sabemos que estas son las claves del conflicto. Claves que habrían evitado el mismo si no se hubieran ignorado. Son las cuestiones que hay que resolver cuanto antes, para evitar que la guerra se prolongue y se complique aún más. Lejos de intereses espurios y de todo aquello que alimenta este conflicto, la UE tendría que ofrecer moderación, diálogo y cooperación.

1 COMENTARIO

  1. Tristemente Europa no es ni sombra de lo que fue, ahora es una sucursal de USA. No Dan un paso sin la aprobación del amo, y así nos va. Los líderes que hay y la propia UE no ayudan, dominados por intereses comerciales empresariales se olvidan de sus ciudadanos muy a menudo. Es ahora mismo otro chiringuito donde se hacen negocios por nuestro «bien». En fin es lo que hay!!

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