Retrato de progresista sobre paisaje de guerra

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Es domingo y Ramón se despierta temprano. No le importa madrugar en festivo, menos en estos tiempos. Sentir la quietud de Marisa enredada en las sábanas, caminar descalzo por el parquet, las respiraciones de los niños en sus cuartos. Le estremece pensar que la paz de miles de hogares como el suyo pueda verse perturbada por las veleidades de un zar ególatra.

Ramón nota sus piernas entumecidas mientras baja a la cocina, ya no es un chaval. Eso le recuerda que los amigos le habían pedido que reservara la cancha para un partido y se le olvidó. De todas formas, llueve y ya estaban comprometidos a ayudar a movilizar los productos recogidos para Ucrania.

El primer mensaje atrasado que ve en el móvil se lo confirma: recordad, mañana sin falta en el local de la iglesia para la ayuda humanitaria. Es el grupo de inscritos y los que parecen no tener vida personal ya han contestado hace horas con emoticonos y corazones morados.

El video que compartió ayer, con el enésimo revolcón de Yolanda a la diputada que le tocó recibir el dato semanal, ha tenido más de mil interacciones.

Como un curioso contraste, el siguiente mensaje es del hermano de Marisa. No falla, es el arquetipo de cuñado. Perroflauta -le dice-, después no me digas que no te avisé cuando recoja mis ganancias. Se refiere a su consejo de invertir en fondos de empresas energéticas.

Que ya sé que no eres de emprender en bolsa -insiste el cuñado-, pero ni tus amiguitos del Gobierno pueden estropear la jugada, hasta ellos admiten que la UE les dé sus millones de la recuperación, incluso hacen proyectos ecosostenibles como a ti te gustan, es un valor seguro y estamos en guerra.

Su franqueza le produce un efecto desagradable, aunque sus palabras le dejan pensativo. Puede haber una escalada bélica y tienen hijos. Si ellos no lo hacen, lo harán otros. Ya al comienzo de la pandemia tuvo que tragarse su orgullo cuando Marisa aceptó las mascarillas y el gel que le ofreciera su hermano cuando no encontraban en ninguna parte, de entre lo que había almacenado para revender.

Mientras se prepara un nespresso, enciende la tele de la cocina. Todos los canales parecen El Caso. La actualidad da miedo. En un canal, un hospital infantil es bombardeado por tropas rusas. En otro, un tertuliano recomienda tomar yodo para una situación de ataque nuclear.

Por suerte tienen los dos pisos, en los que emplearon la herencia de la familia. Eso sí es un valor seguro, una vivienda no se volatiliza. Y además una amiga inmobiliaria les buscó inquilinos sensatos, dispuestos a firmar contratos de cláusulas formales. No está la vida para confiar en desconocidos.

En la tele un reportero pide opiniones a ciudadanos en la calle. Un taxista dice que la subida de precios no es culpa de Rusia. El reportero cambia rápidamente. Otra señora sale con que es vergonzoso abandonar al pueblo saharaui. El presentador corta la transmisión. Otra vez los iluminados, piensa Ramón, cayendo en provocaciones. Son incapaces de abordar la realidad del escaso margen de 34 diputados, ni les interpela el peligro de un gobierno de ultraderecha.

Un grito le saca de sus pensamientos. Es la voz de Marisa en el piso de arriba. Se ha despertado y se ha metido en la ducha creyendo que aún pueden dejar el termo encendido eternamente, como la llama olímpica. Menos mal que está él.

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