Revisión VS Creación

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(West Side Story de Spielberg contra The tragedy of Macbeth de Joel Coen).

Después de un tiempo en el que anduve un poco indispuesto (ya pasó, o al menos así lo parece), os vuelvo a escribir con algo que no había hecho hasta ahora. Se trata de una comparativa, cosa que hasta ahora me cortaba de hacer. Y digo que me cortaba, con este vulgarismo, porque realmente es la palabra que mejor define a lo que hacía. Iba a lo que consideraba bueno, que aportara, con el afán de no hablar mal de ningún modo ni de nadie, constructivamente. Pero a veces, a pesar de lo odioso de las comparativas, es algo que hay que hacer, porque nos da una perspectiva. Y más con este caso y que como las dos películas compiten en los Oscar, me pareció un buen momento, así que vamos a allá.

Paso a dar una fugaz ficha técnica de cada una:

West Side Story, revisión dirigida por Steven Spielberg, con una producción de más de 100 millones de dólares, adaptación del musical de Broadway con el mismo nombre que a su vez, es una libre versión de Romeo y Julieta de Shakespeare.

The tragedy of Macbeth, es también una adaptación de la homónima obra de Shakespeare, dirigida por Joel Coen, con un presupuesto muy modesto (algunos dicen que de película de serie B).

Ambas producciones cuentan con un equipo de primera. Destaca en West Side Story el equipo de fotografía (con la que compite en los Oscar), que da una forma tangible a la imagen, así como un movimiento brillante y también cuerpo de baile muy sólido, con arreglos musicales de David Newman y la dirección musical de Gustavo Dudamel, muy brillantes. En Macbeth destaca la calidad de absolutamente todos los actores, desde Denzel Washington, nominado a mejor actor o Frances McDormand (actriz fetiche de los Coen) como Lady Macbeth, hasta la gran Kathryn Hunter (una actriz todoterreno de 67 años) en el papel de la parca.

Y las dos tienen puntos flacos, de eso podéis estar seguros. Por su parte Coen cae un poco en la postmodernidad de hacer de nuevo cine en blanco y negro, carácter que, si bien imprime dramatismo y hace emular clásicos por el tipo de imagen usada, la escenografía o la iluminación, dando expresión al más puro estilo Nosferatu, resulta un poco cansino a estas alturas. En el caso de Spielberg, tampoco ayuda contar con Ansel Elgort para el papel de Tony, porque aparte de ser bastante mediocre, acusado de violar a una menor y del que Hollywood se ha encargado de limpiar su imagen. Tampoco es reseñable la actriz que va a los Oscar a mejor actriz secundaria, Ariana DeBose en el papel de Anita, la cual no está mal, pero tampoco tiene un papel excesivamente brillante. Una inversión multimillonaria que ha resultado un fiasco en taquilla.   

Pero tema del presupuesto en sí, es anecdótico. Sin embargo, hay algo que no se puede negar y es que con menos presupuesto se tira más de ingenio y hay veces en las que resulta brillante. Como es el caso del Macbeth de Coen. Aunque bien es cierto, que Spielberg hace un gran trabajo, el problema no es en qué se gasta cada uno el dinero, creo que es más de fondo, así que vamos al lío…

Cuando haces una adaptación y deseas contar algo propio, tienes mil armas que utilizar, un elenco, una iluminación unos planos, una duración y ritmo y un largo etcétera. El problema es meterte con el fondo, como es el caso. Spielberg no respeta el libreto, cambia el orden de números, quitando sentido a unas y dramatismo a otras (con el número  Cool, se ha “lucido”) y en el fondo, no vemos una adaptación del musical de Broadway, sino que estamos viendo una adaptación de la maravillosa película de 1961, dirigida por Robert Wise y Jerome Robbins.

Y esto lo hace sin pretenderlo (al menos así lo espero), porque hay escenas en las que hace guiños a la película anterior, calcando planos, metiendo algún que otro reflejo, que son brillantes. Pero hace que todo cambie con la disposición de escenas y a veces explica demasiado, aportando textos que no aparecen en el libreto original. Con esto se carga el hecho de que el musical, por su propia idiosincrasia, su propio idioma de género de las artes escénicas hace, que es contar con canciones o bailes. Hay una gran pare del público americano. Steven, parece mentira que seas el mismo que hizo La lista de Schindler.

Con el Macbeth de Coen pasa lo contrario, una obra mil veces adaptada a la pantalla, gana frescura, es intensa, tétrica, transporta a una atmósfera neogótica y su fuerza gana peso en un elenco tan brillante individualmente, como bien dirigido. Poco más que decir, brillante.

Nadie que haya visto Macbeth (al menos nadie con dos dedos de frente) va a decir que no puede haber negros en la obra. Pero sí es para saltar de la butaca cuando en West side story los intérpretes son de la etnia correcta (latinoamericanos, aunque no sean concretamente de Puerto Rico), hablan en español, pero con un acento que denota que no son hispanohablantes. Muy triste, porque podían haber enmendado un black fase ancestral (el de la película del 61) y queda hasta peor. Un fiasco.

En definitiva, no está mal el hecho es hacer una versión propia, contar tu propia historia, dar tu propia visión. Eso es rico, aporta frescura, actualidad, da vida, aunque partas de bases antiguas. Lo vemos en la ciencia, que es el más claro ejemplo de que la visión propia (individual o colectiva) puede mostrar nuevos matices. Por el contrario, revisar es un páramo yermo que probablemente solo consiga generar suspicacias, independientemente de lo brillante que sea el origen.

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