Sólo quedó Lola

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Alicia Díaz, miembro del Consejo Editorial de El Común, ha querido contribuir a nuestra iniciativa “Historias para u centenario” aportando su granito de arena en la recuperación de la memoria de Lola González Ruiz, militante comunista y superviviente de los atentados terroristas de Atocha 55 del año 1977.

Me alegra mucho escribir estas líneas y poder participar en la reconstrucción de la memoria comunista gracias a la iniciativa del diario El Común. «Historias para un centenario» es una propuesta de reencuentro, de memoria y de militancia; ese término que ha sido sustituido hasta el desuso por el denominado «activismo» eliminando, así, el poder transformador de las grandes luchas sociales a cambio de acciones individuales que encarnan las políticas artificiosas actuales. Este artículo, aunque se centre en un nombre propio, es la historia de una biografía conjunta empañada por el ruido ensordecedor del oportunismo, perdida en el olvido y enterrada por toneladas de propaganda anticomunista. Rescatar esas vidas de lucha, de compromiso y de acción es obligatorio si queremos verdaderamente dar reconocimiento a aquellos que antepusieron la lucha colectiva a sus intereses individuales. Esa es la antesala de cualquier acción que se preste al cambio y a la agitación político – social.

Dolores González Ruiz, leonesa de nacimiento (1946), abogada y superviviente de la Matanza de Atocha de 1977. Falleció en Madrid un veintisiete de enero de 2015 a los 67 años a causa de un cáncer pulmonar dejando para el recuerdo una vida de militancia y dedicación a sus espaldas. Pero también una vida truncada:

“Me desbarataron mis sueños” — afirmó Lola González en una ocasión según Margot Ruano, hermana de Enrique Ruano— y es que, ocho años después del asesinato de su novio Enrique Ruano a manos de la policía franquista durante un interrogatorio, su primer esposo, abogado laboralista y militante comunista Javier Sauquillo, era asesinado en la noche del 24 de enero de 1977 durante el criminal atentado perpetrado en el marco tardofranquista del inicio de la Transición. Lola, gravemente herida en el tiroteo, consiguió sobrevivir al cruento asesinato aunque arrastrando grandes secuelas. “Tuve la desgracia de no perder la conciencia entonces”, llegó a afirmar la protagonista.

“Me resigno a decir que soy una víctima de Atocha, aunque incluso yo misma me rebelo contra eso. A que se me conozca como personaje público por esa cosa. Fue una inutilidad, fue una gran desgracia que aceleró el proceso. Esa es mi gran desgracia, que por qué tengo que estar yo en medio siempre para que se aceleren las cosas. ¿Comprende? Yo no me siento una heroína, soy una víctima. Tendrás que estar ahí conmigo, que soy una víctima”.

Los medios se han centrado siempre en proyectar la imagen de Lola González unida a su historia de amor encerrando el relato de su militancia en las paredes de un triángulo amoroso con un final negro y sangriento en el que solo quedó uno de ellos: Lola.

Pero Lola, además de sus circunstancias amorosas y el halo romántico que envuelve su trágica historia, fue una mujer que supo entender la importancia militante comunista en un contexto de profundos cambios durante la etapa universitaria que le tocó vivir y, más tarde, convencida de una Causa.

Marisol López, periodista del diario Opinión de Zamora escribía sobre la letrada poco después de su muerte:

“Loli representaba en aquella sociedad pacata la modernidad, el vértigo de la gran ciudad, un destino aún inalcanzable en aquel mundo, cuya asfixia percibían de forma inconsciente entre los escasos horizontes que ofrecían los baños en el río y los paseos por la avenida. A decir de sus antiguos amigos, ya por entonces, muy al principio de los años sesenta, cuando contaban quince o dieciséis años, poseía una personalidad muy definida, una presencia que cautivaba a aquellos adolescentes que admiraban su atractivo físico, su porte, su manera de vestir y hasta aquellos mocasines antecesores de los náuticos que nunca antes se habían visto por aquellos lares”.

La historia de Lola González Ruíz es la memoria de nuestro país; una memoria colectiva con huella propia, desgarradora, con olor a crimen y a sangre derramada, con sonido a balas, y a despedidas obligadas, pero también es el relato de aquellos que creyeron firmemente en la defensa de los derechos laborales de la clase trabajadora. Y su recuerdo sigue vivo hoy aquí.

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