Luchadoras saguntinas

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La diputada comunista, Roser Maestro, quiere rendir con este artículo un homenaje colectivo y sin nombres a las mujeres comunistas de Sagunto que con su lucha hicieron posible la libertad.

Pude escribir hace unas semanas en Mundo Obrero una breve reseña sobre el camarada Ginés Zaplana, citando la definición que otro histórico como Miguel Lluch hacía sobre él como “el verdadero instinto de la clase trabajadora”. Y no puedo estar más de acuerdo. Pero sería injusto remitirme sólo a Ginés con esa definición, porque todo mi colectivo, toda la militancia del PCPV Sagunto, merece grandes calificativos.

Me encantaría empezar por mi abuelo, me encantaría decir lo orgullosa que estoy por su lucha sindical, militante y dentro de la lucha de los Altos Hornos del Mediterráneo. Por las torturas sufridas y aguantadas, por nunca traicionar a sus camaradas, o por su incansable trabajo militante. O podría hablar de Julián López, Vicente Madrid, del Mula, de Salvador, de Becerra, de los otros Zaplanas, de Montero, de Julián Blasco, de Briz, o un largo etcétera. Pero quiero encaminar estas líneas de otra manera.

Desde luego, cualquier definición que se haga de mis camaradas siempre me va a parecer que se queda corta. No lo suficientemente acorde a esa esencia luchadora y reivindicativa de justicia social que ha acompañado a Sagunto desde siempre.

Pero como decía, quiero enfocarlo de otra manera. Quiero dedicar esta pequeña participación sobre el Centenario del PCE, a ellas. A las olvidadas pero abnegadas militantes, muchas veces sin carnet.

A las que se quedaban en casa trabajando y cuidando de sus hijos e hijas, de sus mayores (y los nuestros), las mujeres de los presos saguntinos, de las doblemente machacadas y represaliadas. Las perseguidas por los grises y por las monjas mientras acudían a calabozos y prisiones llevando comida. Las humilladas en su barrio, vigiladas y nunca tenidas en cuenta. Las consideradas injustamente prescindibles y nunca reconocidas. Las que han sacado a sus familias adelante en los peores momentos, sin dinero y, normalmente, sin ayuda. Con ese miedo constante de saber que, posiblemente, tu marido no vuelve nunca, que igual no tienes comida que ponerle a tus hijos e hijas en la mesa, que en cualquier momento vuelven a entrar en tu casa y destrozarla entera con alguna excusa de mierda, que quizá son tus hijos los que no vuelven, o que puede ser que aquellos que pariste y te dijeron que habían muerto al nacer, realmente fueron a parar como regalo del régimen a una familia del franquismo.

Porque las mujeres saguntinas, igual que tantas otras, soportaron todo eso y mucho más. Porque ellas fueron las que nos enseñaron lo que es la resistencia y la perseverancia. Y porque les debemos la vida.

Me gusta particularmente una fotografía que, por cierto, utilizó CCOO en su aniversario, donde se reflejan las movilizaciones por el cierre de los Altos Hornos del Mediterráneo en Sagunto. Ya sabemos, en esa infame reconversión industrial de Felipe González. En esa imagen se puede ver una pancarta que encabeza la marcha y dice: “GOBIERNO, LAS MUJERES DE SAGUNTO LUCHAMOS Y NO NOS RENDIMOS”. Con cientos de mujeres detrás. Esa es la esencia. Toda una generación de mujeres, maltratadas por la historia, sin estudios ni posibilidades –pero con mucho, mucho miedo– nos enseñan lo que es la fuerza, lo que es la lucha y, sobre todo, cómo el miedo se convierte en una valentía inesperada.

Nunca tendré palabras suficientes para agradecer tanto. Sois nuestro ejemplo, sois nuestro orgullo. Por mi abuela, y por todas ellas. Gracias luchadoras saguntinas.

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