El crimen fue en Atocha

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El histórico sindicalista y político comunista, Antonio Rodrigo Torrijos, rescata para este proyecto su recuerdo sobre la Matanza de Atocha de 1977. De su memoria nos trae el recuerdo de Ángel Rodríguez Leal, sirviéndose de una anécdota para ilustrar el compromiso militante de los comunistas de la Transición.

Cien años dan para mucho y si es en la historia de un partido político como el PCE objetivamente vinculado y/o relacionado con todos los acontecimientos y hechos vividos en este país desde 1921, dan para escribir, rememorar, analizar, recordar, valorar…lo acaecido, en términos políticos y sociales, y relacionado con la historia de España desde entonces.

Y seguro que en el marco de este Centenario se va a debatir, hablar y escribir (ya se está haciendo) de los grandes hitos que sin el concurso del PCE hubieran sido imposibles o, desde luego, no hubieran sucedido de la manera que ocurrieron.

Su propia fundación, el papel jugado en la configuración de la III Internacional, el protagonismo e iniciativa en la creación del Frente Popular, el impulso dado a la organización del sindicalismo de clase (antes, durante y después de la guerra civil), su decisiva participación en la guerra civil y la organización del ejército republicano, la creación e impulso de la guerrilla antifranquista tras la derrota, la resistencia y lucha en la clandestinidad contra el fascismo, el rol protagónico en la unidad democrática (Junta democrática, Platajunta…), la apuesta por el sindicalismo de nuevo tipo (CC.OO) utilizando las rendijas que permitía el sindicato vertical franquista, la creación de IU y los espacios sociales unitarios…dan, como digo, para mucho y serán bastantes las y los que glosen esos grandes hitos.

Sin embargo, defensor como soy de que lo “grande” siempre se conforma desde lo “micro” y de que para entender la Historia del PCE hay que conocer y poner en valor la historia de sus militantes me he decantado por sumar al Centenario un pequeño relato, casi una anécdota que explica esa abnegación, entrega y ética que se le atribuía y se le atribuye a la anónima militancia del Partido y sin las que sería imposible valorar positivamente el porqué de estos 100 años del PCE.

Comenzaba el año 1977, agitado y penetrado por la violencia tardofranquista y los variados intentos de la caverna fascista para abortar lo que consideraban una traición al Régimen del 36 y un abandono de los principios del movimiento.

En ese contexto y junto a otros asesinatos, intentos de asonada militar, conspiraciones golpistas y agresiones varias contra la incipiente democracia se perpetra el que quizás pueda considerarse el más execrable crimen de la época (sin olvidar otros no menos brutales), el asesinato de los abogados de Atocha llevado a efecto la noche del 24 de enero de !977 en el despacho laboralista de Atocha n.º 55, en Madrid y cuyo trágico balance fueron cinco fallecidos (Luis J. Benavides, Enrique Valdevira, Javier Sauquillo, Serafín Holgado y Ángel Rodríguez Leal) y cuatro heridos (Miguel Saravia Gil, Alejandro Ruiz Huerta, Luis Ramos Pardo y Dolores González Ruiz), todos y todas ellas militantes del PCE y de CC.OO.

Y es aquí, en este ignominioso y cobarde acto, donde deseo situar el relato siguiente y no para glosar, denunciar y/o reivindicar la figura de las y los asesinados. Esto ya se ha hecho, aunque nunca suficientemente, por historiadores, escritores e incluso cineastas y, desde luego, humildemente me sumo a tan merecidos como necesarios recuerdos. Decir que fueron víctimas del fascismo, de la España negra, de la salvaje intolerancia y del “propietarismo” excluyente de eso que llaman “patria” es absolutamente adecuado y más en un tiempo en que ciertos poderes financieros, mediáticos, políticos, empresariales y otros, incrustados en determinados aparatos del Estado, están intentando aflorar a la bestia.

Comenzaba, como digo, el año 1977 y España era un hervidero, desde años antes, no solo por operaciones involutivas sino también por una enorme movilización social y política en pro de la libertad, la democracia y contra la dictadura.

Una de las expresiones más evidentes de esa movilización y por los mismos objetivos la conformaba la extensión y desarrollo de las Comisiones Obreras. Asambleas por todo el país, encuentros de organización y afiliación, huelgas para conquistar derechos y, específicamente, la libertad sindical, marchas en las zonas rurales para exigir trabajo digno, encierros y manifestaciones masivas… en las que de manera transversal como se diría ahora, se demandaban la desaparición de la dictadura franquista y la libertad sin adjetivos.

Muchas y muchos nos encontrábamos empeñados en esa tarea, convencidos de la justicia del esfuerzo… la libertad y la democracia se “palpaban con los dedos” y no se podía desfallecer en el intento y más aún, tras el enorme sacrificio que tantas gentes habían ofrecido en términos de cárcel, represión, tortura, despidos y muerte a lo largo de la oscura noche (en aquel entonces 38 años) del franquismo.

En ese empeño yo era uno más, eso sí con cuarenta y cuatro años menos y con la misma ilusión y entrega que teníamos todas y todos las que luchábamos contra la dictadura y por la libertad desde diversas posiciones políticas y/o sociales.

Por aquél entonces era Secretario General de la Federación Estatal de Sanidad de CC.OO que, como el conjunto del Sindicato, aún era ilegal aunque no clandestino porque desde un tiempo antes habíamos decidido “salir a la luz” y reivindicar (no sin serias dificultades) nuestra existencia.

En esa condición me desplazaba con frecuencia por prácticamente toda España bien para organizar y constituir sindicatos provinciales de CC.OO bien para preparar movilizaciones centradas en plataformas reivindicativas o demandas laborales de hospitales y centros sanitarios. Lógicamente esos viajes, desde mi Sevilla natal, a tantos sitios los realizaba en condiciones que podríamos calificar como precarias, siempre en coche, con escasos recursos, durmiendo en casas de compañeros (nunca en hostales) y no pocas veces en el propio vehículo con el fin de que la BPS no detectase los movimientos y los itinerarios o destinos.

En este contexto y en una de esas ocasiones había convocado reunión de la Comisión Ejecutiva de la Federación para el día 23 de enero de 1977 precisamente en el despacho laboralista de Atocha 55, siempre y con determinadas condiciones, disponible para estos “menesteres”. Previamente, el día anterior habíamos tenido reuniones en Valladolid, recuerdo que fueron dos, una asamblea en el hospital para impulsar una movilización por demandas específicas y dar información general sobre la situación de la sanidad y otra, organizativa con militantes, para fortalecer CC.OO en esa provincia.

La idea, pues, en esa ocasión era que, dado que estaba convocada Ejecutiva Federal en Madrid, “aprovechar” el viaje para rentabilizarlo con iniciativas de extensión y organización en otros lugares. Por cierto, no fue el único sitio en el que estuve esos días anteriores a la reunión de Madrid pero el que recuerdo con más nitidez fue el de Valladolid porque me desplacé desde allí (solo como casi siempre) a la capital de España de noche y cayó una nevada de grandes dimensiones que me hizo difícil el viaje e, incluso, me obligó a detenerme dos o tres veces. Es decir, lo recuerdo mejor debido a los “avatares” de tan dificultoso viaje Valladolid-Madrid y añadiré también porque iba “escaso” de dinero por no decir “tieso” como decimos en mi tierra, menos mal que los compañeros de Valladolid me habían llenado el depósito de combustible del coche.

Así fue y en esas condiciones como llegué el 23 de enero a Madrid para asistir a la Ejecutiva que con antelación estaba convocada esa tarde. Busqué aparcamiento alejado del lugar previsto para el encuentro y me encaminé hacia Atocha 55 deseoso de ver y saludar a mis compañeras y compañeros de CC.OO. Una vez llegado y tras departir brevemente con varios de ellos que ya estaban allí me dirigí a un despacho contiguo a la entrada para hacer una llamada a mi casa (tenía esa costumbre por aquel entonces) de tal manera que mi mujer supiese que estaba bien, aunque nunca se decía desde donde se llamaba o donde se estaba por obvias razones.

Y he aquí, el pequeño relato o la anécdota como cada cual desee llamarlo. Al entrar en ese despacho y dirigirme al teléfono que se encontraba sobre una mesa para llamar a Sevilla, fui interpelado por una persona que en tono firme me dijo algo así como que “qué iba a hacer” a lo que contesté “llamar por teléfono a mi casa” a lo que, en tono firme y algo imperativo, esa persona me respondió “para llamar hay que pagar, el despacho (de abogados) no puede correr con gasto de teléfono de personas que no forman parte del mismo”. Le dije “compañero, vengo a una reunión de CC.OO he estado durante varios días en reuniones en distintos lugares y necesito llamar a mi casa y la verdad es que no tengo dinero “a lo que mi interlocutor respondió “lo siento pero eso no cambia nada, no podemos atender esas demandas de los que usáis nuestro despacho porque no tenemos recursos suficientes para nosotros y el mantenimiento del despacho”.

Como el lector podrá suponer a partir de ahí la conversación se tornó algo desabrida (por no decir bronca) y, desde luego, contradictoria entre sus argumentos y los míos y… no pudo ser, no pude llamar desde ahí.

El compañero en cuestión era Ángel Rodríguez Leal, miembro de CC.OO y el PCE, represaliado por telefónica y que trabajaba como administrativo del despacho laboralista y que la noche siguiente sería vil y cobardemente asesinado, junto a los demás, por un grupo de fascistas. Entre sus tareas estaba controlar los gastos indebidos que pudieran producirse en el despacho por, entre otras, actitudes como la mía y no solo era su obligación, sino que, gracias a su tesón, se podían atender necesidades más perentorias que demandaban el asesoramiento en los conflictos colectivos, despidos, expedientes y tantas otras exigencias derivadas del papel del despacho y las necesidades del mundo del trabajo.

Se me enerva la piel, aunque hayan pasado cuarenta y cuatro años, recordar la firmeza y la determinación del compañero, del camarada Ángel, en la defensa de los intereses del despacho impidiendo que se socavasen las exiguas finanzas del mismo, incluso frente a demandas como la mía de aquel momento que bien podían satisfacerse de otra manera o forma.

Reivindico a Ángel como un ejemplo de los valores de sobriedad, abnegación, entrega, convicción, ética y dedicación a causas amplias e intereses generales que han caracterizado y caracterizan a la militancia del PCE y para ello escribo este relato, para afirmar que en este Centenario del PCE junto a los grandes hitos que reconocemos en y durante su Historia, esta no puede entenderse sin el reconocimiento agradecido y recuperación de las historias singulares de miles de comunistas, como Ángel Rodríguez Leal, que en los conflictos, las luchas sociales, las cárceles, los sindicatos, en la organización callada y anónima del Partido, el sostenimiento de sus finanzas, la entrega a los múltiples espacios donde se atienden los intereses de los trabajadores (como entonces Atocha 55), la lucha por la Democracia y la Libertad… fueron y son la auténtica savia del Partido.

¡¡Honor, gloria, recuerdo y reconocimiento a Ángel Rodríguez Leal… honor, gloria, recuerdo y reconocimiento, en este Centenario del PCE, a la militancia del Partido!!

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