¿Es el socialismo fiduciario una propuesta comunista? Esta pregunta se me presentó el pasado 26 de septiembre en forma de debate con el economista británico Michael Roberts. Según Roberts, el socialismo fiduciario no puede considerarse una propuesta comunista, sino mero reformismo, y sustenta esta opinión en una cita del artículo en el introduje por primera vez el concepto de socialismo fiduciario. Dicha cita dice que “la administración colectiva o estatal de los medios de producción y distribución de los bienes no necesita de la propiedad directa de los medios de producción”. Para Roberts esta afirmación es incompatible con cualquier tipo de sociedad comunista, ya que la existencia de una verdadera sociedad comunista implica la propiedad estatal de los medios de producción. Además, en su exposición dijo que mi propuesta era “imposible” y un simple “truco”.
A continuación, intentaré exponer por qué sí que considero mi propuesta de socialismo fiduciario compatible con el comunismo, aunque no con cualquier tipo de comunismo, sino con el comunismo tal y como lo concibe el antropólogo David Graeber en el capítulo 5 de su gran obra “En deuda”. Allí, Graeber expone lo que él llama “comunismo de base” y enfrenta esta concepción con lo que él tilda de “comunismo mítico o comunismo épico”. En mi opinión, Graeber realiza así la última gran aportación teórica al concepto de comunismo. El socialismo fiduciario se fundamenta en el comunismo de base de Graeber y posiciones como las de Michael Roberts caen dentro de lo que Graeber llama “comunismo mítico”, que como veremos no es más que un recurso falaz a un pasado mítico imaginario que nunca existió ni existirá.
Comunismo de base
¿Cuál es la principal diferencia entre la posición del economista británico y la mía? La definición de socialismo. Por eso, en otro artículo dedicado al socialismo fiduciario escribí que “actualmente, la Real Academia Española de la Lengua define socialismo como: «sistema de organización social y económica basado en la propiedad y administración colectiva o estatal de los medios de producción y distribución de los bienes». […] [Yo] propongo que una nueva definición de socialismo sea: «sistema de organización social y económica en el que mediante la teoría monetaria moderna se garanticen el pleno empleo, la utilización plena y prudente de los recursos naturales, la garantía a todo ciudadano de comida, alojamiento, vestido, servicios sanitarios y educación, una seguridad social en forma de pensiones y subsidios, y la garantía de estándares laborales dignos»”. Michael Roberts defiende una definición del socialismo como la que aparece en el diccionario. Por eso considera fundamental que la propiedad de los medios de producción sea siempre enteramente pública. Por el contrario, yo defiendo que “tanto el tamaño del sector privado como los niveles de plusvalía deben ser decididos por la ciudadanía democráticamente”.
Lo anterior significa que, primero, no tengo nada en contra de que la totalidad de los medios de producción sean públicos, siempre y cuando la ciudadanía lo haya decidido democráticamente, y segundo que, como veremos más adelante, la existencia de empresas privadas no implica la necesaria autodestrucción del sistema económico. Los principios económicos expuestos por la teoría monetaria moderna se cumplen independientemente de que todos los medios de producción sean públicos o de que se permita la existencia de empresas privadas, y en ninguno de los dos escenarios se puede deducir el inevitable colapso del sistema económico.
Obsérvese que, desde un punto de vista económico y político, la posición sostenida por Roberts es diferente a mía, pero no es incompatible, ya que el socialismo fiduciario acepta la viabilidad de un sistema productivo enteramente público siempre que sea democrático. El verdadero choque entre la postura de Roberts y la mía es en realidad de carácter histórico y antropológico, que son los campos que aborda Graeber.
Según este autor, todas las sociedades humanas, incluidas las que no se organizan en forma de Estados ni, por tanto, en forma de mercados, sustentan sus relaciones económicas en tres principios de carácter moral: comunismo, intercambio y jerarquía. Los humanos alternamos nuestra conducta entre estos tres principios constantemente, de manera que los tres fenómenos tienen lugar simultáneamente dependiendo de con quién interactuemos.
Siguiendo la “Crítica al programa de Gotha” de Karl Marx, Graeber llama comunismo a “cualquier relación humana que opere bajo los principios de «de cada cual según sus posibilidades; a cada cual, según sus necesidades»”. El intercambio se produce donde acaban las relaciones humanas basadas en el comunismo, es decir, allí donde aparece la contabilidad de las transacciones con objeto de saldar deudas y volver a una situación de equilibrio. Por su parte, la jerarquía nace con la aceptación de la existencia de otra persona o institución capaz de imponernos una deuda, bien de carácter monetario, bien de carácter conductual.
A mi entender, este esquema descrito por Graeber es correcto. Así, “el comunismo es la base de toda la sociabilidad humana. Es lo que hace posible la sociedad. Existe siempre la noción de que, de cualquiera que no sea un enemigo, se puede esperar que actúe según el principio «de cada cual según sus posibilidades»”, y de esta manera se puede construir una “sociología del comunismo cotidiano” en la que se dan tres características:
- Inexistencia de reciprocidad: nuestras relaciones comunistas parten de una igualdad sustancial de los individuos implicados; por consiguiente, no se lleva una contabilidad ni se tiene por objeto convertir nuestras acciones en deudas.
- Tendencia hacia la hospitalidad con extraños: si los extraños son los enemigos, agasajar a un extraño para sumarlo a nuestro círculo de relaciones comunistas supone también convertir al enemigo extraño en amigo y, por tanto, aliado a la hora de cubrir nuestras necesidades.
- Primacía de la moralidad frente a la propiedad, de manera que las transacciones (también las comerciales) se ven afectadas por la situación del deudor, con quien nos unen lazos interpersonales y eternos cuya base es la propia humanidad.
Obviamente, este tipo de lazos no los establecemos con todo el mundo, sino con las personas con las que compartimos proyectos comunes. Con el resto de personas nos relacionamos sobre la base del intercambio, es decir, sobre la base de la reciprocidad y la contabilidad. En el intercambio no hacemos nuestras las necesidades del otro, sino que partimos de que el otro quiere algo de nosotros y de que no se lo daremos a no ser que recibamos algo a cambio. Por tanto, el objetivo es saldar deudas y recuperar el equilibrio en la transacción lo antes posible. Esto es complicado. Por eso las relaciones de intercambio son campo abonado para el enfrentamiento y la violencia, ya que el intercambio siempre parte de un conflicto de intereses. Para solventar este problema, los humanos recurrimos a jerarquías. Mediante ellas, reconocemos “por el hábito o la costumbre” la capacidad de ciertas personas o estamentos para reglar nuestros intercambios. Esas personas o estamentos se colocan por encima de nosotros y tienen la capacidad de endeudarnos. Así, las personas estamos en deuda con las leyes que debemos acatar, con los impuestos que debemos pagar, etc., y es con respecto a esta autoridad con la que adecuamos nuestra conducta hacia los demás.
Comunismo mítico
El comunismo mítico se puede encontrar en las obras de los autores que, como Michael Roberts, defienden que el marxismo es un sistema cerrado y perfecto capaz de explicar sin fisuras el pasado, el presente y el futuro de la humanidad. El marxismo es para ellos un sustituto de la religión. Para estos autores, el socialismo es una fase previa al comunismo. El socialismo es el intento de devolver a la humanidad a un estado adánico que, una vez alcanzado, recibe el nombre de comunismo. El comunismo es la vuelta a un estado de equilibrio en el que todos los humanos vivíamos en paz y en perfecta igualdad, sin Estado, sin mercado y sobre todo sin propiedad privada de los medios de producción y con intercambios basados en el trueque. Un estado en el que todos éramos libres y vivíamos en harmonía entre nuestros iguales y con la naturaleza. La obra de Marx y sobre todo la de Engels está plagada de este tipo de primitivismos. Por ejemplo, Engels habla en “El origen de la familia, la propiedad privada y el Estado” de las sociedades indígenas norteamericanas como sociedades comunistas y en la introducción al tercer volumen de “El Capital” hila todavía más fino y dice que el ser humano se mantuvo en este estado adánico desde el 5000 a.C. hasta el siglo XV de nuestra era, ya que la ganancia y la cuota de ganancia no aparecen en Europa hasta el siglo XVI. Hasta ese momento primaba en Europa “la comunidad de la marca, […] un exponente directo del comunismo primitivo”. Entonces, “cada campesino poseía una parcela de las mismas dimensiones, con trozos iguales de tierra de cada calidad y la parte proporcional correspondiente en los derechos de la marca común”. Es necesario señalar que Marx compartía con Engels esta visión errónea de la historia, pero no compartía con él la forma de recuperar ese comunismo primitivo. Marx no era estatalista, Engels sí. Marx prefería formulaciones distintas como por ejemplo la asociación de individuos libres. Fue Engels en el “Anti-Dühring” el que hizo una interpretación estatalista de la obra de Marx y caracterizó al socialismo como una organización social en la que “el proletariado se apodera del poder político y convierte los medios de producción, en primera instancia, en propiedad estatal”. Lenin hizo suya la interpretación de Engels y desde entonces los partidos comunistas adoptaron una visión estatalista del socialismo.
En su libro, David Graeber rompe con este esquema, primero en el capítulo 2, donde acaba con el mito del trueque, y luego en el capítulo 5, en el que dice que el comunismo mítico no es más que “una historia que nos gusta contarnos”. Ni la Mesopotamia de hace 7000 años ni la Edad Media europea basaban su economía en el trueque ni en la marca común, sino en la deuda. “Ya va siendo hora, creo, de desterrar de una vez toda esta historia. En realidad, el «comunismo» no es ninguna utopía mágica, ni tiene nada que ver con la propiedad de los medios de producción”. En realidad, el comunismo basado en la máxima «de cada cual según sus posibilidades; a cada cual según sus necesidades» se basa en “quién tiene acceso a qué tipo de cosas y con qué condiciones”, que es precisamente lo que mi definición de socialismo fiduciario intenta recoger. Por eso, más allá de la propiedad de los medios de producción, el socialismo fiduciario es el acceso universal a:
- pleno empleo
- la utilización plena y prudente de los recursos naturales
- la garantía a todo ciudadano de comida, alojamiento, vestido, servicios sanitarios y educación
- una seguridad social en forma de pensiones y subsidios
- la garantía de estándares laborales dignos
Estos cinco puntos fueron enunciados por primera vez por Stuart Chase en su libro “El camino que seguimos” (1942) y yo los denomino los fines del socialismo. El método recomendado para movilizar los recursos reales que hagan posible el acceso de todo ser humano a estos cinco puntos con la mejor calidad posible es la teoría monetaria moderna por las razones que se expondrán a continuación.
De la ley de la tendencia decreciente de la cuota de ganancia de Marx a la ley de Mosler
Como máximo, solo una de estas dos leyes puede ser correcta, ya que son leyes que se excluyen mutuamente. Las podemos enunciar de la siguiente manera:
- Ley de la tendencia decreciente de la cuota de ganancia de Marx: todo sistema económico basado en la propiedad privada de los medios de producción está destinado inevitablemente a colapsar (sección tercera del tercer volumen de “El Capital”).
- Ley de Mosler: no hay crisis financiera lo suficientemente profunda como para que no pueda ser superada mediante un mayor gasto público y/o una disminución de la presión fiscal.
Ante estas dos leyes el socialismo fiduciario se queda con la ley de Mosler. Es más, la validez de la ley de Mosler es la razón por la cual la ley de la tendencia decreciente de la cuota de ganancia no se cumple. Ya publiqué una refutación de la ley de Marx en mi artículo “La paradoja de los dos caballos”, por lo que invito a los lectores a leer dicho artículo. Allí se explica cómo Marx pensaba que el capitalismo era irreformable y que la discusión no era si el sector privado debía ser más grande o pequeño, sino que Marx pensaba que, si se permitía la existencia de la iniciativa privada, el destino de la economía en cuestión era el colapso inevitable. A diferencia de la ley de Marx, Mosler incorpora a su análisis la capacidad del Estado de conceder créditos al consumo de los ciudadanos mediante su capacidad en exclusiva de emisión de moneda. El análisis de Mosler y el análisis que David Graeber hace en su libro coinciden plenamente. Desde la antigua Mesopotamia hasta nuestros días se reproduce el mismo esquema. Los ciudadanos de un Estado aceptan la capacidad de un poder central de imponerles una deuda (en forma de impuestos, tarifas, multas, etc.). Dicha deuda se emite en la moneda del Estado, que en sí no tiene ningún valor intrínseco (en el caso de Mesopotamia se trataba de tablillas de arcilla). Es la necesidad de los ciudadanos de saldar sus deudas con el Estado mediante la moneda del propio Estado la que da valor a la moneda. Por tanto, primero el poder central pone en circulación su moneda y después recauda impuestos en dicha moneda con objeto de paliar presiones inflacionarias. Es decir, los impuestos no financian el gasto público, ya que el Estado tiene que gastar antes de poder recaudar impuestos. La moneda que el Estado no recauda en impuestos toma la forma de crédito. Con dicho crédito, los ciudadanos tienen la capacidad de abastecerse en el mercado creado sobre la base de la moneda del Estado. Es decir, el Estado (la jerarquía capaz de imponernos deudas de la que habla Graeber) es anterior al mercado y es el que da lugar a su existencia. El mercado es el lugar al que productores y consumidores acuden con la moneda del Estado para abastecerse. En calidad de emisor de la moneda, el Estado es capaz de adquirir en el mercado todo lo que necesita, ya que no se puede quedar sin su propio dinero. Los ciudadanos dependen de que el gasto público sea mayor que la recaudación de impuestos para poder aumentar sus ahorros y su capacidad de inversión.
Mediante un análisis de este tipo, coherente con las fuentes históricas de las que disponemos, Graeber desmonta el mito del trueque como origen del dinero anterior a la existencia de los Estados. El trueque solo se dio en condiciones muy excepcionales y de extrema necesidad tras grandes catástrofes, en ningún caso es el origen de la civilización y de la economía. Graeber también explica que el sistema basado en el crédito y en la deuda está en la base de la lucha de clases. Sin él no se puede explicar el nacimiento de la clase asalariada y de la burguesía. Además, este esquema explica cómo la deuda se convirtió en un arma de dominio sobre los ciudadanos y cómo una élite golpista y rentista tiene como objetivo desde tiempos de Mesopotamia el arrebatarle al Estado su capacidad de emitir dinero para poder ser dicha élite la que se beneficie de las deudas impuestas sobre el resto de los ciudadanos. Por eso mismo, los grandes gobernantes de la antigüedad y de la actualidad tienen ante sí una gran responsabilidad: la condonación de las deudas que no se pueden pagar. Eso es lo que representa la ley de Mosler: la capacidad de hacer borrón y cuenta nueva cuando las deudas (que no son otra cosa que apuntes contables) nacidas de una crisis financiera suponen una carga impagable para los ciudadanos. Esa condonación de la deuda, en su mayor parte en manos de élites rentistas, es lo que permite superar cualquier crisis financiera por profunda que sea. Es lo que habilita el consumo, el ahorro y la inversión de los ciudadanos, que una vez liberados de la deuda pueden destinar su trabajo a la creación de nuevos bienes y servicios destinados a satisfacer las necesidades generales.
La parte más triste de los ataques de Michael Roberts a la teoría monetaria moderna fue la que dedicó a Warren Mosler. Según dijo Roberts, la teoría monetaria moderna (otro nombre para lo que en un principio se llamó Mosler economics) no puede ser válida porque Mosler es un gestor de fondos de inversión y no es socialista. Ante argumentos ad hominem tan débiles poco cabe decir, sobre todo cuando el propio Michael Roberts trabajó durante 40 años como economista en la City de Londres. Por desgracia, no conocí a David Graeber, pero de Warren Mosler he de decir que es una de las personas más inteligentes y lúcidas que conozco. Ciertamente, Warren Mosler no es socialista, pero sí lo es el economista español Eduardo Garzón. Fue él precisamente el que, en su artículo “Réplica a Michael Roberts sobre el modelo macro de la Teoría Monetaria Moderna” y desde la perspectiva de la teoría monetaria moderna, desmontó una por una todas las tergiversaciones de Roberts, cuyo único objetivo es salvar su concepción del comunismo mítico. Invito a todo el mundo a leer el artículo de Garzón. En dicho artículo, pone al descubierto dos aspectos que Roberts, al igual que los economistas neoliberales, no es capaz de explicar: “la relación de causalidad establecida entre beneficios e inversión” y “la forma de financiar el déficit público”. En mi debate con Roberts rebatí sus posturas mediante los argumentos esgrimidos por Garzón en su artículo. Lamentablemente, la respuesta de Roberts fue la de tildar dichos argumentos como meros “tecnicismos” y para defender su comunismo mítico no dudó en recurrir a argumentos aceptados por el neoliberalismo, como la concepción del dinero-mercancía en vez del dinero-deuda, la errónea idea de que el Estado no puede emitir moneda si antes no se han producido bienes de consumo, la contradicción con los registros históricos que defiende que el mercado es anterior al Estado, el absurdo que supone defender que los Estados soberanos tienen que financiar sus déficits mediante deuda pública y sobre todo la idea neoliberal por excelencia que sostiene que es la oferta la que crea la demanda y no al revés. Así es como los planteamientos de Roberts muestran a las claras cómo los supuestos teóricos del comunismo mítico y del neoliberalismo son en realidad más similares de lo que podría parecer.
Socialismo fiduciario y comunismo
Para terminar y partiendo de lo expuesto anteriormente cabe preguntarse: ¿es el socialismo fiduciario una propuesta ajena a la tradición comunista? En absoluto. La defensa del acceso universal a los cinco puntos en los que se basa el socialismo fiduciario forma parte de la columna vertebral del movimiento comunista desde sus orígenes. Es más, fue la exigencia de dicho acceso por parte de las clases trabajadoras la que convirtió al comunismo en un movimiento de masas. Solo bajo el comunismo se arrebató a la iniciativa privada el poder de decidir sobre el nivel de desempleo en la economía y se depositó ese poder en manos públicas. El socialismo fiduciario hace exactamente lo mismo. La diferencia entre el socialismo fiduciario y los regímenes comunistas que han existido hasta la fecha (con excepción de China) es que el primero centra su atención en el acceso a los derechos sociales en vez de en la propiedad de los medios de producción. Con ello el socialismo fiduciario intenta despojar al comunismo de sus características míticas. No obstante, esto tampoco le es extraño al comunismo. Marx dedica gran parte del capítulo XXIII del primer tomo de El Capital, en concreto a partir del apartado 5b “Las capas peor pagadas del proletariado industrial inglés” hasta el final del capítulo, a la falta de acceso del proletariado a los cinco puntos en los que se basa el socialismo fiduciario. Asimismo, el derecho de los trabajadores a un puesto de trabajo digno y la necesidad de llevar a cabo políticas de pleno empleo permanente aparecen recogidas en la “Crítica al programa de Gotha”. En definitiva: fue la defensa del acceso universal a los cinco puntos en los que se basa el socialismo fiduciario lo que hizo triunfar al comunismo en más de la mitad del planeta y lo que permitió que la izquierda no desapareciera después del colapso de la Unión Soviética.
La introducción de la teoría monetaria moderna como método del socialismo fiduciario se produce precisamente porque a mi juicio se trata del método que permite el acceso a los cinco fines del socialismo fiduciario con mayor facilidad.
Fürsorgediktatur, dictadura asistencial, es el término que se usó en la extinta República Democrática Alemana para caracterizar el método de acceso a los fines del socialismo en el antiguo bloque de Europa del este. Es decir, los regímenes comunistas nunca fueron ajenos al acceso universal a los cinco fines del socialismo. El problema fue que el método utilizado (la implantación de una dictadura asistencial) demostró ser muy ineficiente y en muchos casos el acceso a los fines del socialismo se garantizó mejor en la Europa occidental. En mi opinión, el origen de la ineficiencia en el bloque del este es el comunismo mítico descrito por Graeber.
En el caso de China las cosas son muy diferentes. El Partido Comunista Chino no cae en el error del comunismo mítico, sino que utiliza como método de acceso a los cinco fines del socialismo lo que el economista chino Xu Chenggang denomina “sistema autoritario regionalmente descentralizado” y que analicé en el artículo «Un consenso socialista chino». Este método ha demostrado ser enormemente eficiente y ha convertido a China en potencia mundial, pese a ser un país que partía de una situación mucho peor que la de los países del este europeo. No obstante, el sistema chino adolece de la parte asistencial que caracterizaba a los regímenes del este de Europa y muchos de sus ciudadanos no tienen acceso alguno a los cinco fines del socialismo.
En mi opinión, el comunismo de base y la teoría monetaria moderna sobre los que se sustenta el socialismo fiduciario representan una alternativa mejor que el modelo chino y que el modelo del antiguo bloque de Europa del este a la hora de garantizar lo fundamental en el comunismo: el acceso universal a los cinco fines del socialismo. La existencia de empresas privadas con ánimo de lucro no debe asustarnos. Lo importante es que ese lucro no se produzca mediante la miseria de los asalariados. El dinero no es una mercancía, sino apuntes contables en cuentas bancarias. El dinero que gana una persona no es dinero que deja de ganar otra. El Estado tiene la capacidad de controlar la acumulación de capitales mediante la política fiscal sin necesidad de tener la propiedad directa de los medios de producción. Lo fundamental: que la mayoría trabajadora tenga en sus manos la capacidad de controlar el tamaño del sector privado. Cuando, como en el caso del sector energético español, el sector privado no garantice el acceso universal a bienes y servicios básicos, dicho sector debe ser nacionalizado. El mejor acceso posible a los fines del socialismo es lo que la clase trabajadora debe tener en cuenta a la hora de decidir democráticamente el tamaño del sector privado. Por lo demás, la historia demuestra que no se puede pretender que la totalidad de las relaciones sociales se basen en el comunismo. Ignorar que los humanos también actuamos según los términos del intercambio y de la jerarquía ha producido grandes ineficiencias dentro de los países socialistas. Por eso la sociología del comunismo cotidiano no jugó un papel más importante en Europa oriental que en Europa occidental (los emigrantes que vivimos en países excomunistas lo sabemos bien). Tal y como escribe Graeber, “la mayoría de las empresas capitalistas trabajan, internamente, de manera comunista” porque el comunismo de base es lo más eficaz a la hora de “repartir tareas según habilidades y dar a la gente lo que necesita para llevarlas a cabo”.
Por todo lo anterior, creo que sería perfectamente coherente que los partidos comunistas adoptaran un programa basado en el socialismo fiduciario. Con ello las transformaciones socialistas de la sociedad dejarían de ir asociadas a experiencias traumáticas. El socialismo es hacer que todos vivamos mejor. Lo traumático es continuar con el capitalismo del euro y de la Unión Europea que condena a la pobreza a millones de personas. El socialismo fiduciario podría acabar con la irrelevancia en la que, excepto en China, están sumidos los partidos comunistas. Lo más importante es que los partidos comunistas se liberen de las cadenas del comunismo mítico y luchen eficientemente por eliminar el sufrimiento humano producto de la pobreza dotando a todos los ciudadanos de las herramientas que les permitan ser lo más productivos posible gracias al pleno desarrollo de sus capacidades. No existe el sistema económico perfecto porque no existe el ser humano perfecto, pero lo que sí existen son la buena voluntad y la inteligencia humanas en las que se sustenta el comunismo de base. Utilicémoslas para hacer realidad las palabras del gran comunista español Marcos Ana cuando decía que “el comunismo es cariño para todos”.
Totalmente en contra de que el «socialismo fiduciario» sea compatible con el comunismo.
En primer lugar, porque su realización es utópica; imposible de llevar a cabo. No se puede fundar un «sistema de organización social y económica en el que mediante la teoría monetaria moderna se garanticen el pleno empleo, la utilización plena y prudente de los recursos naturales, la garantía a todo ciudadano de comida, alojamiento, vestido, servicios sanitarios y educación, una seguridad social en forma de pensiones y subsidios, y la garantía de estándares laborales dignos» de la nada, sin la posesión de los medios de producción. Desde que el ser humano se puede considerar como tal, las sociedades se han amoldado a las relaciones de producción predominantes, y el Estado ha sido históricamente el «árbitro» que aseguraba el mantenimiento de dichas relaciones de producción. Por tanto, siendo las relaciones de producción predominantes el esqueleto de la sociedad que sustenta a un estado, no se puede concebir ningún cambio de organización social sin contar con la propiedad de los medios de producción.
En segundo lugar, si el objetivo de dicho sistema es garantizar «el pleno empleo, la utilización plena y prudente de los recursos naturales, la garantía a todo ciudadano de comida, alojamiento, vestido, servicios sanitarios y educación, una seguridad social en forma de pensiones y subsidios, y la garantía de estándares laborales dignos» debe existir una planificación centralizada que garantice el cumplimiento de estos puntos. Especialmente los puntos del «pleno empleo» y la «utilización plena y prudente de los recursos naturales» sólo pueden lograrse con una planificación centralizada de la producción de bienes y servicios donde el órgano planificador (competente para ello) pueda intervenir sin trabas en el proceso productivo para hacer cumplir los objetivos económicos y sociales. Esto último no es posible sin la posesión de los medios de producción, puesto que la propiedad privada (pilar imprescindible para el capitalismo) se basa en el «derecho» a obtener, poseer, controlar, emplear, disponer y dejar en herencia, el capital.
En tercer y último lugar, no está de más recordar en qué términos se conforma el «estatismo» necesario para desarrollar el socialismo. No basta con que el estado se haga cargo de los medios de producción, sino que dicho estado previamente haya sido tomado previamente por la clase trabajadora. Porque el estado no es neutral, a pesar de su apariencia, sino que es una herramienta de opresión de una clase sobre otra. Con el estado en sus manos, la clase trabajadora puede tener bajo control a la clase burguesa, pero no basta con esto. Para sustentar económicamente al estado de la clase trabajadora, ésta debe tener la posesión de los medios de producción y ponerlos a funcionar con una adecuada planificación (que debería seguir unos criterios científicos y optimizarse a través de la computación, además de ser aprobada democráticamente), como explica Maxi Nieto en su libro «Marx y el comunismo en la era digital».
Todo cuanto se proponga contra el capitalismo que no pase por atacar el más fundamental de sus pilares, esto es, la propiedad privada, no pasará de ser un planteamiento utópico.
Usted no sustenta sus eslóganes en ningún razonamiento, solo se limita a decir que mi propuesta no es posible. Le pondré un ejemplo. Usted dice que el pleno empleo mediante la teoría monetaria moderna, es decir, mediante los planes de empleo garantizado basados en las reservas de estabilización de empleo, es imposible sin nacionalizar los medios de producción. Eso, igual, que el resto de sus afirmaciones, es falso. El desempleo es un fenómeno monetario. Un Estado con soberanía monetaria puede comprar todo lo que esté a la venta en su moneda porque no se puede quedar sin ella. Esto incluye la mano de obra desempleada. Por tanto, el desempleo es una cuestión de gasto público, no de propiedad de los medios de producción ni de planificación.
«Desde que el ser humano se puede considerar como tal, las sociedades se han amoldado a las relaciones de producción predominantes, y el Estado ha sido históricamente el «árbitro» que aseguraba el mantenimiento de dichas relaciones de producción. Por tanto, siendo las relaciones de producción predominantes el esqueleto de la sociedad que sustenta a un estado, no se puede concebir ningún cambio de organización social sin contar con la propiedad de los medios de producción».
¿Pero qué dice? El ser humano solo se empezó a organizar en Estados hace como mucho 10.000 años. Para que exista el capitalismo, primero tiene que existir un Estado capitalista. Si un Estado garantiza el pleno empleo, la utilización plena y prudente de los recursos naturales, la garantía a todo ciudadano de comida, alojamiento, vestido, servicios sanitarios y educación, una seguridad social en forma de pensiones y subsidios, y la garantía de estándares laborales dignos, ese Estado no es capitalista, así de sencillo. Para rebatir un argumento no basta con decir que es falso. Hay que demostrar con datos que no lo es. Usted se limita a decir que no está de acuerdo conmigo y que por tanto estoy equivocado.