88 Días

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El Común inaugura con este relato del poeta, José Antonio Martín Acosta, su proyecto «Historias para un centenario» recordando la tragedia de la militante comunista gallega, Amada García Rodríguez, natural de El Ferrol y asesinada 88 días después de dar a luz en el Castillo de San Felipe el 31 de octubre de 1937. El autor, se permite la licencia literaria de dar voz al hijo de Amada, Gabriel Toimil, para narrar en este relato la tragedia de esta familia a la que tanto costó el activismo político y social.

No sé si les ha pasado a ustedes pero a veces uno se pregunta porqué razón le afectan tanto ciertos lugares. A mí me pasa que cuando paseo por los vetustos y húmedos muros del castillo de San Felipe en El Ferrol, escucho llantos, gritos y disparos. Ya de niño me pasaba que, dentro de sus muros, sentía que algo terrible había pasado allí. Me decían que hace mucho tiempo los ingleses y los franceses intentaron ocuparlo, e incluso, una gran batalla tuvo lugar delante de esas hercúleas piedras. La batalla de Brión. Y me decían, por lo tanto, que de ahí venía esa tristeza que estaba impregnada en las piedras llenas de líquenes y que un niño flaco y de imaginación desbordante y muy dado a las sensiblerías como yo, sin duda había percibido. No me enteré hasta mucho después de dónde venía mi tristeza.

No sé si les ha pasado a ustedes pero a veces uno echa de menos aquello que jamás tuvo. Mi madre falleció nada más nacer yo y uno siempre tuvo la sensación de que, en cierto modo, había sido el culpable de aquello. A un niño no se le dicen ciertas cosas pero esas cosas existen y las elucubraciones destilan un poso oscuro en la memoria y al final acaban formando la personalidad de un individuo.

No sé si les ha pasado a ustedes pero a veces, de repente, alguien toma la valiente decisión de contarte eso que estuvo oculto durante tanto tiempo y, entonces, todo cobra sentido. El escalofrío que sentía cuando visitaba aquel lugar, los gritos, los llantos, los disparos toman conciencia propia. Siempre lo he dicho, pero nunca me creyeron, ¿Quién va a creer que un bebé pueda tener memoria? Yo sabía que ahí había ocurrido algo terrible para mí. Algo que perduraba en mi piel como un legado secreto, como un mapa del tesoro, es más, como si fuese el mismo tesoro lo que allí había.

No sé si les ha pasado a ustedes pero a veces alguien te cuenta la historia, tu pecho se encoge, tus lágrimas salen y ya nada puede volver a pararlas. Desde entonces me lo han contado mil veces y siempre rompo a llorar como el bebé que fui en brazos de mi madre. Y es que mi madre se llamaba Amada García Rodríguez. Mi madre fue una de esas mujeres de la República que despertó de un sueño de siglos y luchó por la igualdad de las mujeres, por los derechos de los trabajadores y por la libertad. Leyó todo lo que cayó en sus manos y poco a poco, con muy corta edad se hizo con una cultura que la llevó a afiliarse en el Partido Comunista, su capacidad oratoria le hizo protagonizar acciones y mítines en los que era muy raro ver a una mujer, y mucho menos llevando literalmente, la voz cantante. Creo que fue eso, precisamente, lo que la condenó. Porque ciertos personajes no podían consentir que una mujer les dijera cuatro verdades a la cara. En 1937, cuando triunfó el levantamiento en Galicia, fue encarcelada y condenada a muerte por un tribunal militar, pero quiso el destino que mi madre estuviera entonces embarazada de mí.

No sé si les ha pasado a ustedes pero a veces la impotencia se apodera de uno, una sensación de duelo constante no le deja vivir y, entonces, a uno no le queda más remedio que luchar por saber qué sucedió y restablecer la verdad y el honor de mi madre. Lo cierto es que le acusaron en falso. Dijeron que había tejido una bandera comunista y que la tenía en casa. Aunque hubiera sido cierto, que no lo era, no es motivo suficiente para fusilar a nadie pero ya se sabe que vivimos en España y la luz de la ilustración no ha llegado todavía. Tengo en mis manos todo el proceso, cientos de folios de acusaciones falsas, de declaraciones inventadas, de intentos de retirar las acusaciones porque, a menudo, los guardias escribían aquello que convenía y no lo que la gente les decía, incluso desterraron a dos curas que quisieron ayudarla. El 31 de octubre de 1937 vine a este mundo en el hospital de Caridad de El Ferrol. Sólo pude disfrutar 88 días de mi madre. Y así, el 27 de enero de 1938 fue fusilada contra el muro del castillo de San Felipe, en la bocana de la ría del Ferrol.

Después lo he pensado mucho, ¿por qué razón mi vida valía más que la de mi madre? ¿Por qué razón siempre se considera a las mujeres inferiores? Ser madres era la única función para la que se reservaba y preparaba a las mujeres durante el franquismo. Aquellos para los que vale más un feto que una mujer siempre tendrán el defecto de defender la vida sólo cuando se encuentra dentro del cuerpo de una mujer, luego ya los bebés no les suelen importar en absoluto. Es más, la vida, para un fascista, tiene el valor de cuanto representa a sus intereses si no, ya no valdrá nada.

Mi madre me sostuvo en sus brazos hasta el último minuto. Muchos de los milicianos encerrados en el castillo se ofrecieron para ocupar el lugar de mi madre pero aquellos soldados no se ablandaron nunca porque no tenían alma.

No sé si les ha pasado a ustedes pero ahora sé lo que pasó. Mi padre me cogió en sus brazos y junto con su hermana me llevó a su pequeño bote de pescadores con el que se ganaría la vida después de pasar por la cárcel, como correspondía a un republicano convencido. Mientras se dirigía a Mugardos escuchó las detonaciones que a la postre acabarían con mi madre y otros siete detenidos por el fascismo. Fue tal la sensación que le produjo, pues no quiso quedarse a ver cómo la fusilaban, que fue ese estremecimiento de dolor, fue esa punzada directa al corazón, el llanto que no sale por los ojos sino que se proyecta como un silencio por la boca, el dolor más profundo que puede ocurrirle a un hombre, la resignación del vencido, la injusticia desaforada, el mal humillando al bien y haciéndole desaparecer sobre la faz de la tierra; fue tal la sensación que me produjo que mientras estaba en brazos de mi padre noté esa energía y supe desde entonces que ese era un lugar terrible. Resuenan aún en mis oídos los disparos de ese día.

Pero guardo como un tesoro el último legado de mi madre, es una carta escrita con lápiz donde mi madre señala uno por uno a sus delatores y los motivos que les llevaron a delatarla y donde nos habla a mi padre y a mí para que nunca la olvidemos. En ella relata que el alcalde del pueblo quiso tener algo con ella y como ella se negara la denunció falsamente. Una mujer que había sufrido los malos tratos de mi propio padre fue maltratada por un régimen que veía en su libertad un peligro. ¡Malditos seamos los hombres! Mi nombre es Gabriel Toimil García y desde entonces he buscado la justicia, la memoria y la reparación de todas las personas represaliadas en la posguerra.

No sé si les ha pasado a ustedes pero nacer en El Ferrol, en la misma ciudad que el culpable de toda esta historia, un tal Francisco Franco Bahamonde, no resulta sencillo pero las personas que formamos la Asociación de la Memoria Histórica Democrática de Ferrolterra seguimos luchando por la memoria y por la justicia y también por recordar y poner en valor esos 88 días que pude vivir con mi madre, Amada García Fernández.

In memoriam:
Amada García Fernández 1909 – 1938
Gabriel Toimil García 1937 – 2014

2 COMENTARIOS

  1. Una historia conmovedora relatada con una prosa que nace en el corazón.
    Honor y Gloria para Amada y agradecimiento a su hijo,

  2. El relato (por cierto, maravilloasamente bien escrito, denotando que el escritor tiene un gran talento) me ha parecido muy conmovedor, tanto que hasta casi me he puesto a llorar. La historia me ha recordado la pelicula «La voz dormida», de Benito Zambrano. Cuantas mujeres no sufrieron un destino similar, o peor, y quiza, para mas ende, estan mal enterradas en cunetas. Gracias por recordar, y por no quitar el dedo de la llaga, haciendo uso de un talento narrativo que ya quisieran tener muchos de los escritores famosos (por ejemplo, Perez Reverte). Enhorabuena.

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