En el principio, mujeres de clase alta
La Edad de oro de las mujeres intelectuales, artistas, literatas, políticas y activistas fue, sin duda alguna, la Edad de Plata, aquella que engloba el primer tercio del siglo XX. Todas demostraron que, aunque España no había participado en la Primera Guerra Mundial – hecho este esencial para la emancipación de la mujer en Europa– sí se hizo eco de lo que estaba ocurriendo en el continente.
Mujeres que hoy tacharíamos de “burguesas» pudieron acceder a una educación igualitaria, impulsada principalmente por sus propias familias, las cuales fueron nuestras pioneras y no debemos renegar de nuestra historia.
María de Maeztu, figura esencial para esta generación de pioneras, explicaba así el surgimiento de la «mujer moderna» en La Revista de Occidente:
El despertar de la mujer moderna española ocurrió como resultado de la crisis nacional que motivara la guerra con los Estados Unidos en 1898. La derrota de España y la pérdida de sus colonias fueron provechosa lección para los españoles. Con el movimiento de 1898 aprestáronse las mujeres de España para una más alta cultura, para una mejor educación […] (“La mujer hispana”, La Revista de Occidente, Septiembre, 1919)
De este modo, podemos decir que nuestro feminismo pionero se basó en la educación y en el acceso de la mujer a los espacios públicos. A diferencia de sus coetáneas europeas, era lógico que las españolas dieran prioridad a la educación en un país donde la gran mayoría de mujeres eran iletradas.
Librepensadoras y pioneras
A finales del siglo XIX, existía un feminismo “librepensador” que, según la investigadora María Dolores de Ramos, se sitúa entre 1895 y 1918 (véase La cultura societaria del feminismo librepensador, 2002). De esta época son múltiples asociaciones pioneras, como la Sociedad Autónoma de Mujeres, la Sociedad Progresiva Femenina en Barcelona, la Asociación General Femenina en Valencia, la Federación Malagueña de Sociedades de Resistencia en Málaga, la logia Hijas de la Regeneración en Cádiz y la Unión Femenina en Huelva. Era un feminismo laico que apoyaba iniciativas para la mejora de TODAS las mujeres, sin excepción.
Por ello, entre estas corrientes, se encontraban también las obreras con conciencia de clase que se asociaron a partir de 1906 en torno a la Agrupación Femenina Socialista de Madrid, funcionando hasta 1927. Fueron 527 las asociadas, muy pocas, quizá porque lo que se buscaba, principalmente, era la captación de mujeres para el ideario socialista.
Y llegó la ANME
Una de nuestras asociaciones pioneras y con gran importancia fue la Asociación Nacional de Mujeres Españolas, creada en 1918, a la que pertenecían, entre otras ilustres socias, María Espinosa de los Monteros, María Lejárraga, Benita Asas Manterola, Isabel Oryazábal, Clara Campoamor, María de Maeztu o Victoria Kent; todas ellas figuras inconfundibles de nuestro feminismo. La ANME luchó hasta 1936.
Tenía su propio órgano de propaganda, la revista Mundo Femenino, en el que escribieron las asociadas más célebres, como es el caso de Halma Angélico – vicepresidenta de la asociación -, Nieves Pi, Lola Plaza, Luisa de Gorostidi, María Hurdisán, Consuelo Echevarría, María Mateu, Paz Ardí y Doña Equis.
La ANME, como otras asociaciones femeninas y feministas, fue también un foco del que surgieron otras interesantes iniciativas para los derechos de las mujeres: el Consejo Supremo Feminista de España con la Liga para el Progreso de la Mujer, la Sociedad Concepción Arenal, La Progresiva Feminista y La Mujer del Porvenir.
Al mismo tiempo se creaba otra asociación que tuvo menos duración pero no por ello menos importante: la Unión de Mujeres Españolas, también en 1918, dirigida por María Lejárraga, opuesta a la ANME. Se desmarcaba de ese feminismo moderado católico, buscando reivindicaciones más avanzadas.
La UME era laica, interclasista y cercana al PSOE (María Jesús Matilla Quizá, María Lejárraga y el asociacionismo femenino. 1900-1936, 2001). Una de sus socias más ilustres fue la escritora, periodista y actriz Magda Donato, cuyo verdadero nombre era Carmen Eva Nelken, la cual participó en el Congreso celebrado en Berlín por la Alianza Internacional para el Sufragio de la Mujer (IWSA) en 1929.
Explosión de asociaciones femeninas
A medida que la sociedad se iba politizando, se produjo un desarrollo formidable en el mundo asociativo femenino: María de Maeztu fundó la Federación Española de Mujeres Universitarias (1921) pero fue considerada elitista, ya que sólo se aceptaban a licenciadas y doctoras; lo mismo le ocurrió a la Juventud Universitaria Femenina, fundada en la misma época, con socias como María de Maeztu, Clara Campoamor, María Espinosa de los Monteros, Victoria Kent o Elisa Soriano, que no obtuvo más de cien socias, pues debían ser exclusivamente universitarias.
La Cruzada de Mujeres Españolas, con mujeres como la escritora Carmen de Burgos, fue la encargada de realizar la primera manifestación que conocemos en España por el derecho al sufragio en 1921, en Madrid: frente al Congreso de los Diputados, repartieron octavillas con un Manifiesto, firmado por personalidades y organismos tan dispares como la Marquesa de Ter (fundadora de la UME), las Federaciones obreras de Barcelona y Alicante o la artista Pastora Imperio.
Con la Cruzada de Mujeres Españolas también fue creada, por Elena Arizmendi, la Liga Internacional de Mujeres Ibéricas e Iberoamericanas. De este modo, el feminismo español comenzaba a tomar forma: educación y participación en la vida pública del país. Pero las mujeres seguían dispersas en una tela de araña asociacionista sin llegar a una verdadera unión… hasta que llegó el Lyceum Club… Para ellas será mi próxima entrega, porque ya sabéis…»Sin ancestras, no hay Historia».
