Un 17 de julio en Melilla

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Ella: periodista, dramaturga, moderna, progresista, feminista, abolicionista, escritora… Una mujer moderna que tuvo la suerte de criarse en un ambiente propicio para la educación igualitaria en un país donde por entonces, en la primera década del siglo XX, las mujeres estaban destinadas únicamente al matrimonio o al convento.

Él: ante todo, un buen hijo. Un hombre que lo dio todo por su padre, que dedicó su vida a una carrera que no le apasionaba pero que destacó como uno de los militares más respetados y queridos por sus hombres. Intelectual, ingeniero aeronáutico, inventor, antifascista, fiel a la República española.

Ambos compartían el amor que sentían por sus dos hijas, las cuales adoraban, a su vez, a sus padres. Y ante ellos, un verano magnífico que se presentaba en un barquito en la Mar Chica, en julio de 1936. Desde luego, era una familia que podía generar ciertas envidias.

Familia Leret O’Neill. Archivos Carlota Leret O’Neill

Ajenos a toda situación conflictiva, decidieron pasar un idílico verano en ese barquito en Melilla, lugar donde trabajaba él. Anteriormente, el Frente Popular había ganado las elecciones en febrero. Sectores rancios del ejército y de la Iglesia sufrían urticaria al ver que la CEDA no había triunfado. Mientras tanto, un ambiente bizarro en Madrid. Todo apuntaba a que algo gordo se estaba preparando desde hacía tiempo. Virgilio Leret, que así se llamaba nuestro protagonista, como Jefe de las Fuerzas Aéreas de la Zona Oriental y de la base de Hidros del Atalayón de Melilla, presentía que algo se tramaba, pero su superior, el general Romerales, no le escuchó.

Carlota O’Neill, nombre de nuestra protagonista, seguía escribiendo para varios medios como Estampa o Ahora, preocupada por la salud infantil, la higiene de las y los trabajadores y consciente también de que algo estaba tramándose. Pero el deseo de pasar, por fin, unas vacaciones en familia hizo olvidar todo lo que les rodeaba.

Fatídico 17 de julio

Las sirenas sonaron mientras la familia paseaba cerca de la Base… los hombres del capitán Leret lo llamaron. Defendió con pocos hombres la Base hasta la toma de los fascistas, entre los que se encontraban los alféreces Armando del Corral y Luis Calvo Escudero. Carlota no supo en aquel momento que esa sería la última vez que vería a su marido. El comandante Leret y sus compañeros fueron asesinados en la madrugada del 18 de julio. Sin embargo, en Radio Melilla, el 24 de julio de 1936, el oscuro Teniente Coronel Darío Gazapo anunció el fusilamiento de cuatro oficiales el día anterior, entre ellos Virgilio.

Esperando en el barco, Carlota empezó a escribir, con angustia y letra rápida, lo que ella estaba viviendo en esos momentos, con el fin de enviarlo a la península, pues su deber de periodista y escritora era fundamental para ella en ese momento histórico.

Escribió 17 cuartillas que se titularon “Cómo tomaron las fuerzas de regulares la Base de Hidros del Atalayón de Melilla”, por las cuales fue condenada, en febrero de 1937, a seis años de cárcel por «injurias al ejército»: ¿A qué ejército? Desde luego no era al español, sino al de los africanistas y fascistas. Carlota explicaba así lo sucedido:

Nosotros nos refugiamos en la cámara del barco, desde las escotillas los ojos llenos de terror oteamos la Base. Mientras a escasos metros vemos avanzar el ejército de gatos salvajes –las trágicas chichías y los uniformes de regulares que ensangrentaron a Asturias.– Hay un silencio espantoso, calma trágica –mientras estos hombres de irsutas barbas y ojos de fuego se deslizan –no parece que andan– cercando, acorralando las tapias de la Base.

El resto de la historia pueden encontrarla en sus memorias Una mexicana en la guerra de España y Los muertos también hablan. Carlota fue encarcelada primero como «presa gubernativa». Las pequeñas perdieron, de golpe, a su padre -fusilado vilmente- y a su madre -encarcelada por ser una mujer progresista-. Una familia que se rompió completamente en un solo día.

¿Y qué va a hacer la nueva Ley de Memoria Histórica?

NADA. No va a haber Justicia ni Reparación OFICIAL ni ESTATAL para el comandante Virgilio Leret ni para Carlota O’Neill. Carlota Leret, la hija pequeña de la pareja, que lleva años luchando por la memoria de sus padres, no va a recibir un «lo siento», una indemnización por parte de aquellos que destrozaron a su familia. Es más, ha tenido que vivir toda su vida sabiendo que los culpables murieron ya mayores, tranquilamente en sus camas, rodeados de sus familiares y recibiendo sepulturas dignas.

Virgilio Leret no tuvo derecho, siendo fiel al régimen democrático y defendiéndolo hasta su muerte. Se dice que se encuentra en el osario militar de Melilla. Permítanme que muestre mis dudas. Si Carlota Leret decide ahora que se busquen los restos de su padre, ¿el Estado español la ayudará económicamente? Si Carlota Leret solicita que se repare la memoria de su padre, militar ejemplar e inventor del mototurbocompresor de reacción continua, ¿el Estado español lo va a reconocer? Del mismo modo, NADIE va a indemnizar a la familia por los seis años de cárcel que sufrió Carlota O’Neill, por el insilio que vivió tras salir de la cárcel, por ser considerada una «apestada» y no poder escribir con su nombre, por los años de miseria y hambre, y por un largo y triste etcétera que es extensible a todas las personas que lucharon por la libertad.

Pero el Estado sí puede ahora comenzar a señalar públicamente a los verdugos, los cuales han estado tantos años en total impunidad e incluso alabados con méritos al trabajo y otras sandeces que la «modélica» transición dejó pasar como si de las hojas de un libro se tratase. Demos de nuevo el ejemplo de Carlota O’Neill y su trágica experiencia en la cárcel de Victoria Grande.

Volvamos un instante al momento en el que los fascistas tomaron la Base de Hidros de Melilla. Avisada por un brigada, Carlota decidió alejarse de la Base y buscar alojamiento en Melilla, cosa a la que no se opuso el nuevo jefe de la Base, el capitán Soler. Es más, Soler no tenía intención de encarcelar a Carlota. Pero el jefe accidental de Falange sí: se trataba del abogado Manuel Requena Quiñones. Quien dice jefe de Falange en este periodo, dice jefe de Centurias, aquellas que en la primera fase del movimiento formaban grupos nocturnos para sacar de las cárceles a políticos, sindicalistas y a todo lo que oliera a republicano, con el fin de matarlos en alguna tapia. 

Requena convenció al capitán Soler para que la esposa del comandante Leret estuviera bajo su custodia, enviándola a la Comandancia General para ingresar en prisión y denunciarla. En la Causa 749-36 se acusa a Carlota de “Infracción del Bando”, es decir, que no debía circular libremente. Requena acusaba a la periodista de haber realizado varios viajes entre el 20 y 22 de julio para ponerse en contacto con supuestos extremistas, argumentando también que anteriormente había realizado otros viajes sospechosos a Nador. Si han leído las memorias de la autora, los dos viajes realizados al zoco de Nador tuvieron como objetivo enviar un telegrama a su hermana Enriqueta con el fin de regalarle un reportaje de Estampas y buscar una casa en Melilla donde poder alojarse con sus hijas.

Además, Requena afirmaba en la causa que Carlota era “una mujer en estremo [sic] peligrosa, comunista de ideología y que ha mantenido continuo contacto con los demás elementos de aquella idea sin que pueda concretar a qué actos se ha contraído dicha actividad.” Lean la frase en cursiva detenidamente, por favor. Por si alguien no lo sabía, la “justicia” aplicada por los rebeldes se basaba en rumores sin prueba alguna.

Aunque Carlota y Librada -doméstica de la familia- fueron consideradas inocentes, el juez instructor consideró, seguramente por influencia de Requena, que las acusadas debían quedar como “detenidas gubernativas”.

Todo lo que sucedió después fue culpa de este señor que, nunca está de más explicar, vivió una larga y feliz vida, siendo alcalde de Melilla entre junio de 1956 a noviembre de 1957, recibiendo la Gran Cruz de San Raimundo de Peñafort en 1985 (en democracia) y recibiendo cada dos de noviembre una ofrenda floral como “ciudadano ilustre de Melilla”, además de haber sido Decano del Ilustre Colegio de Abogados de Melilla.

Esto demuestra la fragilidad de nuestra democracia que se forjó en una mal llamada Ley de Amnistía en la que los asesinos quedaron libres de cargos. Requena no sólo fue el causante de la tragedia que sufrió la autora, sino también de la de muchas otras personas, ya que durante la primera fase de represión franquista, la Falange, con sus grupos paramilitares, realizó barbaridades contra aquellos que defendieron el régimen legal democrático.

Con la nueva Ley de Memoria Histórica, suponemos que Requena no tendrá ya esas ofrendas florales como ciudadano ilustre en Melilla. Suponemos también que le quitarán la Gran Cruz de San Raimundo. Suponemos que la nueva Ley de Memoria Histórica tendrá que ocuparse no solo de los restos de Virgilio, sino de la recuperación de su memoria como uno de los tres inventores aeronáuticos más importantes de Europa. Suponemos que los gastos de la maqueta que se encuentra en el Museo del Aire serán reembolsados a su hija por el Estado español.

Suponemos… suponemos…

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