El forastero

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El forastero se sorprendió a sí mismo fumándose el último cigarrillo de la cajetilla. Estaba sentado a los pies de la que a partir de hoy sería su cama. Fumaba y miraba por la ventana, desde la que podía ver la multitud de bloques de vivienda pública de la llamada Operación Chamartín, en el norte de Madrid. La verdad es que desde el piso 24 en el que se encontraba la vista era espectacular. Una superficie de 1,27 millones de metros cuadrados dedicados a la construcción de enormes bloques de pisos de hasta 35 alturas. En cada uno de dichos bloques, todos dedicados a la vivienda pública, se podía alojar a la población de una ciudad de pequeñas dimensiones. Todos los edificios se parecían. Estaban presentes en todo el país y habían sido hechos por la constructora pública propiedad del Ministerio de Vivienda.

El proceso se inició cuando el forastero era todavía menor de edad. Fue entonces cuando se aprobó un paquete de leyes compuesto por la Ley de Trabajo Garantizado y la Ley de Vivienda Garantizada. La primera garantizaba que todo ciudadano que quisiera y pudiera trabajar, pero no encontrara un puesto de trabajo ni en el sector privado ni en el sector público permanente, recibiera un empleo público de transición hasta que encontrara un trabajo mejor. La segunda garantizaba el acceso a una vivienda pública en régimen alquiler a cambio de un porcentaje del salario del trabajador.

La Ley del Trabajo Garantizado entró en vigor enseguida. Al cabo de una legislatura, el nivel de paro en España se redujo hasta el 0%. La Ley de Vivienda Garantizada tardó más en cumplirse, ya que hubo que construir multitud de edificios como el edificio en el que se encontraba ahora el forastero.

El precio actual del alquiler público era del 20% del salario de los trabajadores y el salario actual del trabajo garantizado era de 1000 laborales al mes por 40 horas semanales trabajadas. Ese alquiler era además el único pago de impuestos que realizaban los trabajadores que vivían en régimen de alquiler público. Según las encuestas, la mayoría de la población española habitaba en viviendas en propiedad. En ese caso, los propietarios debían abonar a modo de impuestos un porcentaje del valor de mercado de sus viviendas, bienes inmuebles y terrenos en propiedad según el valor catastral actualizado anualmente. Las personas que residían en viviendas de alquiler privadas no pagaban impuestos directamente al Estado, ya que el arrendador de sus viviendas les repercutía en el precio del alquiler el montante de los impuestos que el arrendador tenía que pagar al Estado en calidad de propietario. Este sistema se introdujo poco a poco. A medida que el Estado reducía el resto de impuestos, iba aumentando el impuesto sobre la propiedad de la tierra y bienes inmuebles. Al final, prácticamente el único impuesto que quedó fue este último. Mediante él, el Estado era capaz de recaudar lo suficiente como para cumplir las tres funciones de la recaudación de impuestos, que en ningún caso era la de financiar el gasto público. Esas tres funciones eran: controlar la inflación, dar valor a la moneda nacional y desincentivar actividades indeseables, sobre todo la especulación inmobiliaria que en el pasado había asolado la economía española. Ahora, gracias a este sistema, la especulación inmobiliaria era cosa del pasado. Los grandes terratenientes y latifundios habían desaparecido, y los precios de los alquileres de viviendas privadas tuvieron que reducirse hasta poder competir con el precio de los alquileres públicos, de manera que la clase de los rentistas inmobiliarios también había desaparecido.

El forastero pertenecía al grupo de trabajadores del trabajo garantizado. Los trámites que realizó fueron muy sencillos. Se presentó en una oficina de empleo, se identificó, le ofrecieron la posibilidad de trabajar en diferentes planes integrales dedicados al servicio público y se decidió por uno. Al día siguiente empezaba a trabajar. Formaría parte del plan integral dedicado a erradicar totalmente las pintadas sobre las fachadas de los edificios madrileños y en su caso a su rehabilitación. En la oficina de empleo le dijeron que se preveía que el plan integral durara un año. Si durante ese tiempo el forastero no había encontrado otro trabajo, se le asignaría un empleo en otro plan integral.

Se había acabado de fumar el cigarrillo. Por primera vez en mucho tiempo se sintió tranquilo y en paz. Nadie le preguntó por su pasado. Nadie le juzgó. Cuando el conserje le entregó las llaves de su casa, se limitó a explicarle el funcionamiento de los fogones de la cocina, le ensenó el cuarto de baño y las habitaciones. El forastero firmó el contrato con las reglas del alquiler que se había leído con anterioridad y se lo entregó al conserje. Ahora tenía una casa y una nueva vida por delante, nadie le pedía nada más que su trabajo durante ocho horas al día y vivir dentro de las normas de la ley y de la urbanidad. Nada más. Entonces el forastero también se sintió libre.

¿En qué iba a gastar sus 800 laborables disponibles y el tiempo de ocio? Había llegado el momento de averiguarlo. Salió al descansillo y pidió el ascensor. Al llegar al piso bajo salió al amplio recibidor. Supermercado, farmacia, sala de lectura y biblioteca, cine, bar. Un bar, eso era lo que necesitaba. Entró, compró cigarrillos y comió un poco. Luego bajó al sótano. Allí encontró las lavadoras para lavar la ropa. Volvió al piso bajo. En la pequeña oficina de información junto a la conserjería cogió un tríptico con la información sobre las actividades que se desarrollaban en el complejo. En el edificio de al lado había una piscina. Dos edificios más allá, un centro de salud y una guardería pública.

Dejó de ser un forastero.

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