El presente artículo forma parte del especial que lanza El Común en conmemoración del 90 aniversario de la proclamación de la II República Española, proyecto referente de la izquierda transformadora de este país, que sigue aspirando a un régimen de democracia plena casi un siglo después de aquella experiencia.
El 14 de abril de 1931 se proclamaba la II República en España. En este 2021 se cumplirían 90 años desde su instauración por vía pacífica e incontestablemente democrática (revalidada en las elecciones de junio del mismo año y por la Constitución aprobada en diciembre, también del mismo año).
¿Qué sería de este país si aquella democracia republicana no hubiese sido frustrada por un golpe de estado fascista que sólo logró triunfar después de tres años de terror y gracias al apoyo del fascismo italiano y el nazismo alemán?
Sería un país diferente. Y mejor. Si éste hubiera sido un país con noventa años de República consolidada e inspirada siempre por los valores progresistas e ilustrados de su constitución, probablemente hoy podríamos ser ejemplo de una sociedad laica, progresista, culta, con gran respeto por el arte, la ciencia, las letras y por una pluralidad capaz de subordinarse al bien común y a los derechos colectivos.
No se trata de idealizar la República: ni la que fue ni la que podría haber sido. La que fue no fue perfecta y a la que podría haber continuado, seguramente, no le hubieran faltado dificultades. Pero fue un comienzo: sólido, digno, con valores de progreso y bien común como brújulas principales. La República la trajeron hombres y mujeres que la defendieron desde mucho antes de aquel 14 de abril: aquellos que durante décadas militaron en causas justas basadas en los principios de igualdad, libertad y solidaridad. Las gentes que atacaron el oscurantismo de la Iglesia, la explotación en los campos y en las fábricas, la impuesta minoría de edad que soportaban las mujeres, aun tuteladas global e individualmente por los varones. Aquellos y aquellas que confiaron en la universalización de la educación y la cultura como sólido camino para la democratización del país y la emancipación de los oprimidos/as.
Todas esas personas que hace noventa años celebraban el comienzo de una República progresista, democrática y basada en principios laicos, feministas e ilustrados, ¿qué tendrían que decirnos si, por un momento, observaran nuestro presente? Me pregunto si concluirían que mereció la pena luchar por lo que lucharon y conseguir lo que consiguieron o si, por el contrario, lamentarían la mayoritaria comodidad con una izquierda que no merece tal nombre y una democracia aún magullada por el franquismo. Creo que, posiblemente, ambas conclusiones son compatibles.
¿Acaso no tenemos una deuda enorme con quienes lucharon para establecer una sociedad justa y libre primero y contra el fascismo que quiso destruirla –y lo consiguió– después? ¿Acaso merecen quienes arriesgaron todo, y fueron millones, que el recuerdo del país democrático y progresista que consiguieron peleando cada derecho con un esfuerzo ímprobo sea testimonial, casi mudo, noventa años después?
¿No debería avergonzarse lo que hoy, sin serlo, se dice izquierda de no sólo no considerar la causa republicana una prioridad sino de despreciarla con una vergonzosa defensa de la monarquía o un republicanismo electoralista, táctico y superficial?
¿Con qué cara podríamos mirar a los muertos, a las víctimas del fascismo si, de algún modo, volviesen por un día y hubiese que ponerles al tanto de cómo dilapidamos su legado? ¿Cómo se les dice que en la Transición se transigió con mantener como Jefe del Estado a un Rey elegido por el antiguo dictador? ¿Cómo se les explicaría que el PSOE fundado por Pablo Iglesias Posse considera, actualmente, incuestionable la monarquía parlamentaria existente en nuestro país? ¿Cómo se les explicaría que un partido populista, sexista y antimarxista como Podemos –por mucho que sociológicamente se le sitúe en la izquierda de la que sus fundadores tanto reniegan – sólo se acuerda de la República como signo distintivo en tiempos electorales pero ni la vindica ni dota de contenido a la agenda que debe caminar hacia el horizonte republicano que dicen defender?
¿Cómo se les explicaría que hace noventa años fue posible constituir un país laico que hoy es aconfesional pero que privilegia constitucional y económicamente a la Iglesia Católica? ¿Qué dirían si supieran que buena parte de jóvenes y adolescentes no ubican la II República en la historia y que a duras penas pueden dar cuenta de quién sometió tiránicamente a España durante casi cuarenta años?
¿Qué dirían quienes llevaban las misiones pedagógicas a cada rincón de nuestro país si supieran que perviven enormes desigualdades, educación privada y concertada elitista y una escuela pública diezmada económicamente y subestimada socialmente?
¿Qué dirían quienes pusieron a andar a la Institución Libre de Enseñanza y vieron el esplendor innovador y humanista de la escuela republicana si hubiesen conocido la LOMCE de la que no hace tanto ni con tanto éxito como se debiera que nos hemos librado?
¿Qué diría Ibárruri de un PCE engullido por quienes se dicen, como otros antes, “ni de izquierdas ni de derechas”? ¿Qué dirían los sindicalistas de este silencio obrero? ¿Qué dirían todos ellos?
Y nosotros/as, ¿Qué les explicaríamos? ¿Tendríamos el valor de pedirles condescendencia asegurándoles que nuestro mundo es complejo y las fuerzas reaccionarias temibles, a ellos: precisamente a quienes nos sacaron, hombro con hombro, de las garras del absolutismo?
¿Cómo se les explica que les tenemos en las cunetas? ¿Cómo se les dice que “perdimos” a Lorca y que no se le ha encontrado? ¿Cómo les explicaríamos que hace no tanto tuvimos un presidente del gobierno que con enorme orgullo se jactó de dedicar cero euros en los Presupuestos Generales del Estado a la tarea de verdad, justicia y reparación de las víctimas del franquismo?
¿Cómo se les dice que el mundo que construyeron para nosotros/as no lo hemos valorado lo suficiente? ¿Cómo se le dice eso a quien se dejó la vida por el futuro que es nuestro presente, a la que fue rapada y violada por lo mismo o al que fue molido a palos por idéntico motivo?
¿Cómo se les cuenta que parte de los que, atacando la dignidad del término, se dicen anticapitalistas, se creen capaces de destruir las opresiones con aplausos mudos en una concentración que tiene más de botellón de gente bien que de levantamiento popular mínimamente consciente?
¿Cómo se les dice que esas víctimas están todavía en los campos después de haber caminado entre fusiles? ¿Cómo se les explica que la derecha no ha condenado la dictadura que dinamitó la República y que ocupa el Congreso con bravuconadas involutivas siendo intelectualmente inanes, más que sus peores predecesores?
Noventa años después, una izquierda desmovilizada, un populismo merendando de ese hastío, una derecha pseudodemocrática que crece sin dique que la contenga. Y el silencio. Silencio por la República, indiferencia, nada. Algo del pasado que cuesta ubicar, “lo de antes de Franco”, el “ahora no es prioridad para nadie”.
Los hombres y mujeres comprometidos con la República construyeron un mundo más justo, libre, igualitario, solidario, feminista, racionalista, ilustrado. El fascismo lo destruyó. ¿Y no se reclama que se recupere? ¿No vamos a trabajar para hacerlo posible de nuevo? Si las gentes que hicieron posible aquella salida del absolutismo legándonos un país republicano volviesen por un instante, harían bien en interpelarnos. ¿Podríamos responderles o sólo tragar saliva mirando al suelo? “Hemos conseguido muchas cosas con las que vosotros soñabais.” Eso se le podría responder. Y no mentiríamos. Tampoco si dijéramos que quienes vindican feminismo, solidaridad, bien común, cultura, justicia y educación son el digno eco de aquello. Pero eso no hace menos bochornosa la indiferencia que este país tiene con la deuda que se debe, y muy particularmente, la deuda que la izquierda tiene consigo misma.