Del adjetivo al verbo. La desaparición de la izquierda.

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Partido Socialista Obrero Español. ¿Qué? Un partido ¿posición? Socialista ¿sujeto político? El proletariado. Partido Comunista de España. ¿Qué? Un partido. ¿Posición? Comunista. ¿Sujeto político? El proletariado. Al menos fue así cuando se fundaron. Al menos fue cierto durante muchas décadas.

Podemos ¿qué? No se sabe. ¿Quiénes? Tampoco. ¿para qué? Mucho menos. Sumar ¿qué con qué? No se sabe. ¿Para qué? Para ganar un país ¿Eso qué significa? No se sabe. O sea, nada. ¿Frente a qué o quiénes? Indeterminado. ¿Con qué sujeto político? “Caben todos” ¿Con qué agenda? La que surja del proceso de escucha. ¿Qué proceso de escucha? Es indeterminado. ¿Programa? Desconocido.

Los adjetivos en política han desaparecido. Ya no hay conservadores, liberales, socialistas/comunistas, socialdemócratas o anarquistas. Ya no hay partidos. Hay marcas. Hay productos. Hay proyectos que se venden y se compran con rostros y logos tras los cuales opera el vacío teórico y programático más absoluto. De sus actos, indeterminados, contradictorios y dictados en función de la noticia del día, a duras penas se deduce en dónde podría colocarse cada nueva formación en el eje izquierda-derecha, aunque tal posicionamiento es a su vez determinado más por los opinólogos que por una deducción a partir de los hechos y afirmaciones de cada líder de cada “formación”. Lo que antes era una suerte de socialdemocracia descafeinada hoy es interpretado como extrema izquierda o izquierda radical. Los que se dicen a la cabeza de la vanguardia antifascista se revisten de un antiobrerismo que ni el peor señorito de hace un siglo.

La izquierda se ha resignado a no ser nada. A abandonar cualquier núcleo teórico duro y cualquier praxis coherente. La militancia se ha convertido en hordas de apoyos fugaces que ya no se oponen a otros partidos sino a lo que estiman sus “haters”. Los partidos nacen, crecen, se reproducen y mueren en apenas dos o tres legislaturas y tras ello queda un reguero de trifulcas que sustituyen al circo frente a una opinión pública harta. Militar ayer era tener un partido y un sindicato y someterse al interés de los mismos, al servicio del bien común, que se pretendía con un programa concreto y unos ejes de acción determinados. Hoy no hay militantes. Hoy no hay nada. Se siguen las escisiones como se apoya a uno u otro concursante de reality show, ilusionándose con su triunfo porque entretiene y divierte, desde la comodidad de seguirlo como algo plenamente ajeno a las cosas que importan. Siguiéndolo como quien sigue una distracción oportuna para no zozobrar, para no ver que el futuro es incierto. Decían que idiotas eran, etimológicamente, aquellos incapaces de ciudadanía por no ser dignos interesados en la política, en la res publica. Hoy, el principal elemento idiotizador, aquel que aleja al ciudadano de la solución común mediante la acción colectiva y el consenso, es, precisamente, la política misma, entendida como un divertimento, tipo Sálvame, en el que diferentes sujetos se enfrentan por disputas del todo alejadas de las urgencias sociales a fin de entretener. No en vano, de la desaparición de este programa ha querido hacer esta izquierda fake una causa política.

¿Y ante todo esto qué? ¿Resurgirá una izquierda con una militancia organizada en torno a un programa claro y coherente? Ojalá. ¿Cuándo? No lo sé. Lo único que sé es que los previsibles triunfos de la derecha han sido y son patrocinados por el 15M y todas sus réplicas, cada una más hilarante que la anterior. Mientras tanto, desafección, hartazgo, desapego. O sea, el caldo de cultivo perfecto para el populismo, perfecta base de la extrema derecha. Lo padeceremos. Por desgracia, estamos confundiendo su antídoto con su causa.

1 COMENTARIO

  1. Aunque coincido contigo, Ana, también te diré que sí existe una IZQUIERDA que además de resistir, insiste en las bases marxistas/materialistas, son eso sí, partidos pequeños que legislatura tras legislatura se presentan a las elecciones junto a otros partidos de derechas que también «insisten», partidos que no entiendo cómo han sido «legalizados» (no entender, en estos casos, no es lo mismo que saber el por qué).

    Para las feministas, además, tenemos la suerte de contar con el PFE (del que soy militante), fundado en el 1979 y legalizado en el 1981, la friolera de 42 años y teniendo que pedir avales ciudadanos en la calle, mendigando firmas que los otros no han necesitado. Las ironías… la manipulación.

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