Mi visión de la II República Española

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El presente artículo forma parte del especial que lanza El Común en conmemoración del 90 aniversario de la proclamación de la II República Española, proyecto referente de la izquierda transformadora de este país, que sigue aspirando a un régimen de democracia plena casi un siglo después de aquella experiencia.

Cuando escribo este artículo faltan pocos días para celebrar los 90 años de la proclamación de la II República Española y como no podía ser de otra manera, conozco la intención de este medio donde escribo, de dedicarle un especial. Por tanto me planteo en cierto modo este artículo como mi aportación personal.

La República tuvo que lidiar desde el principio con problemas sociales agravados en gran parte por el hecho de que coincidió en el tiempo con los años en los que se dejaban sentir en España los efectos de la depresión de 1929 y, esto es importante, con el temor de gran parte de las clases acomodadas a perder su posición de poder. De modo que es cierto que muchas veces no pudo alcanzar sus objetivos. Pero quienes hoy quieren estigmatizarla por ello olvidan que las dos primeras décadas del siglo XX no fueron precisamente cómodas ni estables: hubo huelgas anarquistas, asesinatos de políticos, la larga e impopular guerra de Marruecos… La República en gran parte no hizo más que heredar las tensiones pendientes.

También en épocas recientes se ha pretendido deslegitimarla aduciendo que en realidad en las elecciones municipales de 1931 los candidatos monárquicos ganaron ampliamente. Sin embargo afirmar tal cosa es olvidar que el caciquismo seguía muy presente en el país en aquel momento. Todos los historiadores coinciden en que es mucha casualidad que precisamente en las grandes ciudades, los núcleos donde el poder caciquil era más difícil de imponer, la proporción república / monarquía se invirtiera respecto al resto del país. Fueron el propio rey y su gabinete quienes entonces lo reconocieron así. Por lo demás, las primeras elecciones bajo el régimen republicano, celebradas el 28 de junio de 1931, confirmaron esa suposición. Historiadores de toda solvencia, como Hugh Thomas, calificaron estas elecciones como «las más sinceras celebradas en España» hasta aquel momento.

Entonces, ¿por qué colapsó la República? O quizás mejor: ¿por qué su colapso fue más traumático y violento que el de cualquiera de los gobiernos que habían pasado por el mando del país durante las décadas anteriores sin terminar nunca de solucionar sus problemas? Para mí hubo tres motivos principales. De menor a mayor gravedad los errores que cometió la República fueron:

  • Un excesivo peso de la cuestión religiosa y el anticlericalismo por parte de los impulsores de la República. Si bien era cierto que gran parte de la jerarquía eclesiástica se alineaba con los sectores monárquicos, lo cierto es que muchas veces el bajo clero era tan pobre e ignorante como los que le rodeaban. Nuevamente según Hugh Thomas, además, el pueblo español era en los años 30 predominantemente católico no practicante. El historiador británico recoge que incluso en épocas de revolución era raro que los vecinos de un pueblo agredieran al sacerdote local. Quizás la mejor definición la dio el Arzobispo de Valladolid durante aquellos años al afirmar que «aquella gente estaría dispuesta a dejarse matar por su virgen local, pero no tendría ningún inconveniente en quemar la de sus vecinos». Durante la Semana Trágica de Barcelona habían muerto 120 personas y solo tres clérigos pese a que la quema de iglesias fue uno de los actos centrales de la rebelión popular. Los amotinados decían querer destruir «las propiedades e ilusiones pero no la vida». Incluso, insiste Thomas, se rumoreaba que en las famosas elecciones locales de abril de 1931, buena parte de los curas de pequeñas parroquias votaron a favor de la República. Por tanto, ante una población que con todas sus diferencias y reproches a la jerarquía eclesiástica aún mantenía respeto y convivencia con parte del clero y contacto con la tradición católica, el énfasis de Azaña y otros gobernantes en la legislación anticlerical podía ser muy fácilmente instrumentalizada por la derecha, y desde luego, constituía un error de comunicación con parte de la población. Incluso con una ley seguramente necesaria y lógica como era la reforma educativa, las prisas y la precipitación por eliminar el peso de la iglesia católica en la enseñanza no dejaron tiempo a organizar una alternativa en condiciones, lo que entronca con el siguiente fallo.
  • Dejar en muchas ocasiones su obra reformadora a medias. La reforma educativa antes mencionada es un ejemplo: en un país que de por sí sufría ausencia de colegios, el cierre de estas escuelas religiosas suponía 331000 niños más sin clase. Seguramente esto no hubiera sido de por sí negativo si se hubiera dispuesto un plan alternativo antes, pero lo cierto es que en los años 1932 y 1933, pese a los titánicos esfuerzos del ministro de educación Fernando de los Ríos y del director General de la Escuela Primaria Rodolfo Llopis, acomodar a todos estos escolares estaba resultando algo difícil. Otro ejemplo, más grave si cabe en un país donde el 54% de la clase trabajadora aún dependía del campo, fueron los intentos de reforma agraria, donde toda clase de argucias legales permitieron a grandes propietarios esquivar sus efectos. La expectativas creadas en los trabajadores agrícolas y no satisfechas dieron lugar a muchas tensiones en el campo español, casi siempre dirigidas por los anarquistas. Las fuerzas reaccionarias enemigas de la república se aprovecharon de este fracaso de muchas maneras. En primer lugar cuando en un ejercicio de hipocresía francamente ruin acusaron al gobierno de Azaña de disparar contra el pueblo tras los sucesos de Casas Viejas. Posteriormente amparándose en los desórdenes como excusa par imponer su programa, que en muchos casos no era sino simple revanchismo por los intentos de avance social.
  • Excesiva tibieza con los complots reaccionarios que continuamente tenían lugar contra el régimen republicano. Mucho antes del alzamiento de 1936 Azaña había sofocado un primer levantamiento contra la república por parte del general Sanjurjo en 1932. Posteriormente cuando Franco aún era un militar importante de la República Azaña le confesó: «Lo de Sanjurjo lo supe y pude haberlo evitado, pero preferí verlo fracasar». Quizás temiendo convertir en un mártir a Sanjurjo fueron demasiado benevolentes con este militar y buena parte de sus conjurados. Además tampoco actuaron con energía contra los paramilitares fascistas que se venían formando desde la victoria de las derechas en 1933, ni siquiera cuando supieron que los nostálgicos de la monarquía estaban recabando la ayuda de Mussolini para un alzamiento desde 1934. Una situación en las fuerzas armadas, que por cierto, por momentos recuerda de forma inquietante a la situación actual.

Con todo, la República puso en marcha proyectos interesantes, y de hecho, con la comentada reforma educativa en tres años el número de niños escolarizados aumentó de 20000 a 70000. Se subió el sueldo de los maestros y el de los trabajadores en general. Se avanzó en la mecanización y la electrificación de España y se fomentó la agricultura. Al estallar la sublevación del 36 el ritmo de redistribución de tierras iba por muy buen camino. Sin embargo, la falta de audacia para defender estos proyectos dio al traste con esta obra. Concluyendo, para mí la República es uno de los ejemplos históricos más claros de que no se deben nunca dejar una revolución a medias. Ni permitir a la reacción organizarse.

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