Corazón que late por la libertad. 150 años de la Comuna de París

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La Comuna de París cumple años. 150 ni más ni menos. Del 18 marzo al 28 mayo en 1871, se hizo realidad lo que siempre han querido vendernos como utopía.

Es importante contextualizar y, en contra de lo que suele ser mi preferencia, esta vez lo haré desde el principio. El contexto es el de un siglo XIX plagado de revoluciones y contrarrevoluciones. Desde la primera revolución burguesa de 1789 en Europa, las revueltas liberales se venían dando en prácticamente toda la zona occidental y, tras su triunfo, empezaban a darse los grandes movimientos obreros surgidos con la revolución industrial favorecida por el propio liberalismo.

En 1848, en Francia, había triunfado la revolución liberal que acababa con el reinado de Luis Felipe de Orleans. A partir de ahí, primeras elecciones con sufragio universal masculino, Napoleón III se hace proclamar Emperador de Francia y empieza todo un programa de contrarreformas marcadas por el férreo control de prensa, el estado policial, el sufragio censitario y el expansionismo exterior.

En 1870 es cuando estalla la guerra franco-prusiana. Con la consiguiente derrota de Francia, Napoleón III es hecho prisionero. París aguanta 4 meses de asedio y finalmente es ocupada para vivir un desfile triunfal prusiano y la proclamación de Guillermo I como Emperador de Alemania. Humillación para los parisinos.

Y por fin, llegamos al estallido revolucionario. El 18 de marzo de 1871 la Guardia Nacional de París, que precisamente había sido creada como milicia armada durante aquel intenso asedio, se negó a rendirse ante los prusianos. Además, el hecho de que el gobierno de Francia aceptara el desfile triunfal por su ciudad provocó un levantamiento armado de estas milicias que, apoyadas por el pueblo obrero, se hicieron con el poder dando un más que merecido puñetazo en la mesa.

Este levantamiento armado no sólo supuso un esfuerzo por la recuperación de la dignidad, sino que vino además acompañado de reformas hasta la fecha totalmente inéditas. Algo tan sencillo como que los miembros del Gobierno equipararan sus sueldos al de los obreros fue una de las primeras medidas. O la defensa de una seguridad que debía estar con el pueblo y dirigida por el pueblo, regulando pensiones para viudas e hijos de guardias, y poniendo de relieve la importancia de cuidar a las personas. Seguro que si actualmente los Cuerpos y Fuerzas de Seguridad del Estado se gestionaran de esta manera, no tendrían que acusarnos de que estamos contra ellas.

Pero podemos ir más allá. ¿Qué tal la abolición de los intereses de la deuda? Ahora suena casi impensable que algo así pueda ocurrir, pero también se llevó a cabo en la Comuna. No doblegarnos a los intereses del capital es de las medidas más revolucionarias que podríamos imaginar.

¿Y qué ocurre con la conciliación? Esa que, para algunas personas “son las madres”, se materializó inmediatamente en aquella histórica revolución con la creación del servicio de guarderías y, muy importante, con la prohibición del trabajo nocturno. “Maravilla”, así llaman a esto último mis amigos que trabajan en fábrica porque, aquello que era posible hace 150 años, en la actualidad se parece demasiado a una quimera.

Y no menos quimera actual parece que es la cuestión de las Inmatriculaciones de la Iglesia Católica en el Estado Español. El Gobierno ha conseguido publicar parte de las mismas, aunque sólo desde el 98, porque si nos retrotraemos más igual resulta que casi todo acaba siendo suyo por mera declaración. Pues hace 150 años, en algo que hoy en día queda tanto por hacer, lo tenían mucho más claro. La separación Iglesia-Estado fue incuestionable. Las propiedades de la Iglesia pasaron a ser propiedad de la Comuna. Seguirían su actividad, sí, pero además pasarían a ser casas del pueblo.

Educación laica, gratuita y obligatoria. Escuelas para mujeres. Libertad de prensa, asociación y reunión. Derechos en prisiones. Fábricas abandonadas que se entregaron a los trabajadores y trabajadoras. Y un largo etcétera de derechos y ejemplaridad.

La Comuna de París fue entendida a nivel nacional e internacional como una gran amenaza para las sociedades burguesas establecidas durante el siglo XIX. Así que ingleses y prusianos empezaron a apremiar al gobierno francés a que actuara contra ella. La máxima representación de la unidad de clase burguesa por encima de los enfrentamientos territoriales. Premisa que seguramente deberíamos grabarnos a fuego desde la clase trabajadora.

El ataque se inició el 2 de abril y el gobierno francés se negó a negociar de ningún modo con los comuneros. Finalmente, el 21 de mayo entrarían en la capital francesa, que se resistió creando barricadas por toda la ciudad. Pero, para el 28 de mayo, la comuna había sido aplastada.

Tras la derrota, 50.000 personas de la Comuna fueron fusiladas. Fue una masacre casi sin precedentes en París. Y me parece especialmente relevante la figura de la comunera anarquista Louise Michel, quien tras una inquebrantable defensa de París, murió fusilada con la frase “parece que cada corazón que late por la libertad sólo tiene derecho a plomo; exijo mi parte”. Mujeres fuertes, valientes y luchadoras. Ese tan necesario ejemplo actual.

Como recuerdo a ella y a tantas otras que se dejaron la vida y la piel en esta utopía convertida en realidad, gritemos bien fuerte que nuestro corazón latirá por la libertad, con tantos derechos y deberes como signifique.

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