Levantemos la bandera de la Comuna de París

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“La causa de la Comuna es la causa de la revolución social, es la causa de la completa emancipación política y económica de los trabajadores, es la causa del proletariado mundial. Y en ese sentido es inmortal”. Lenin, A la memoria de la Comuna.

La madrugada del 18 de marzo de 1871, las mujeres de los barrios obreros de París, que madrugaban para hacer la cola del pan en una ciudad sitiada, descubrían a los soldados enviados por Thiers para apropiarse de los cañones fundidos gracias a los fondos recaudados por los trabajadores. Las mujeres del pueblo daban la voz de alarma. Entregar las armas era perderlo todo. Los miembros de la Guardia Nacional se ponían en marcha con el apoyo del pueblo trabajador. Como dejó escrito Louise Michel, “con fusiles al brazo nos lanzamos a la cumbre de la colina, a sabiendas de que allí nos esperaba un ejército. Estábamos dispuestos a morir por la libertad, parecía que nos habían crecido alas… Sobre la colina se veía un resplandor blanco, la aurora deslumbrante de la liberación”.

Los soldados de Thiers se negaron a disparar contra el pueblo. Los oficiales dieron orden de retirada y gran parte de los soldados se unieron a los manifestantes que marchaban hacia el Ayuntamiento de París entonando La Marsellesa. El Comité Central de la Guardia Nacional se ponía en movimiento. Se ocuparon los edificios y los puntos estratégicos de París y se tomaron las primeras medidas revolucionarias: abolición del estado de sitio, supresión de los tribunales de guerra, amnistía para todos los presos políticos, supresión de la policía y el ejército permanente… Al grito de ¡Viva la Comuna!, fueron convocadas elecciones al Consejo Municipal de París para el 26 de marzo.

La revolución había triunfado. Pero a 18 kilómetros de las murallas del París obrero se concentraban las fuerzas amenazantes de la contrarrevolución. Carlos Marx lo resumió con precisión: “París, todo verdad, y Versalles, todo mentira”. La reacción no se hizo esperar. La burguesía no perdonó la osadía de la clase obrera y ahogó en sangre el primer intento de tomar el cielo al asalto. Se calcula que unas 30.000 personas fueron fusiladas y más de 40.000 deportadas y condenadas a trabajos forzados en las colonias francesas. La burguesía fue capaz de restaurar su orden sangriento.

Se ha escrito mucho sobre la historia de la Comuna, sobre sus aciertos y errores. Pero en este 150 aniversario de los sucesos de París, creemos que el mejor homenaje a los communards es destacar la significación histórica de la Comuna, que permitió que la teoría del socialismo científico experimentase un notable desarrollo. Reivindicar las enseñanzas generales de la Comuna, convertir su ejemplo en un arma en manos de los trabajadores para afrontar las luchas actuales y los grandes enfrentamientos clasistas que están por venir, ese es el reto.

Guerra, revolución y unidad contrarrevolucionaria de la burguesía

Tras el periodo reaccionario que siguió a las revoluciones democrático-burguesas de 1848, el capitalismo sufrió su primera crisis económica mundial, que comenzó a manifestarse en 1857 y abrió un nuevo periodo de agitación de las masas populares. La burguesía en el poder renunciaba a la lucha revolucionaria contra las supervivencias feudales y una nueva clase social entraba de lleno en la historia. A mediados de los años cuarenta del siglo XIX, el marxismo se había conformado como teoría científica de proletariado y en 1864 se había creado la Asociación Internacional de los Trabajadores, primera organización obrera internacional.

Hasta el estallido de la guerra franco-prusiana, iniciada el 19 de julio de 1870, la burguesía ascensional desempeña un papel revolucionario y consigue quebrar las caducas instituciones feudales absolutistas. Pero, una vez establecido su dominio, la burguesía se convirtió en una clase en declive, espoleada por las crisis, por un enfrentamiento cada vez más directo con el proletariado y por la intensificación de las contradicciones en el plano internacional.

En Francia, al malestar popular causado por padecimientos sufridos como consecuencia de los rigores de la guerra, pronto se sumó la indignación causada por la derrota en Sedán, quedando prisioneras las tropas francesas y el propio emperador. Los días del Segundo Imperio, que se había caracterizado por “su despotismo efectivo y su democratismo fingido, sus supercherías políticas y sus trapicheos financieros, sus frases grandilocuentes y sus artes vulgares de ratero”i, llegaban a su fin con la proclamación de la República Francesa, el 4 de septiembre de 1870, y con la formación del llamado “Gobierno de la Defensa Nacional”. Pero pronto se confirmaron los temores manifestados por la Internacional en su Segundo Manifiesto sobre la guerra franco-prusiana. Esa república no había derribado al trono, sino que simplemente había venido a ocupar su vacante. La república había sido proclamada, no como una conquista social, sino como una medida de defensa nacionalii.

Y ese “Gobierno de Defensa Nacional” frente a la ofensiva prusiana, en manos de la burguesía, se apresuró a concertar una paz vergonzosa con Prusia mediante la que se cedía a Alemania el territorio de Alsacia y la parte oriental de Lorena, comprometiéndose a abonar una contribución de guerra de cinco mil millones de francos. El tratado preliminar firmado en Versalles el 26 de febrero de 1871 sólo encontraba un obstáculo: el proletariado armado de París.

En su ofensiva contrarrevolucionaria contra París, la burguesía francesa no dudó en recurrir a su antiguo enemigo prusiano. Sucedió entonces un hecho sin precedentes que inauguraba una nueva época: el ejército vencedor y el vencido confraternizaban en la matanza común del proletariado y, tal y como Marx destacó en La guerra civil en Francia, la dominación de clase ya no pudo disfrazarse bajo el uniforme nacional; “todos los gobiernos nacionales son uno contra el proletariado”iii. Bismark, a petición de Thiers, liberó a 100.000 prisioneros de guerra de Sedán y Metz con el objetivo común de aplastar la Comuna. La burguesía había iniciado la guerra civil contra la clase obrera.

Para la historia del movimiento revolucionario quedaban dos enseñanzas. En primer lugar, la íntima conexión existente entre las guerras a las que se ve empujada una vez tras otra la burguesía y las posibilidades que ofrece para la toma del poder por la clase obrera, a condición de que no se deje arrastrar por el chovinismo y los cantos de sirena de la “unidad nacional”. En segundo lugar, la unidad de clase de la burguesía de los distintos países para aplastar al movimiento obrero revolucionario.

Ambos aspectos influyeron notablemente en la teoría leninista de la revolución y siguen manifestándose en nuestros días con toda intensidad. El ejemplo de la Comuna contrasta con algunas teorías en boga defensoras de un orden mundial capitalista multipolar. Contrasta con las posiciones de quienes confunden el uso de las contradicciones interimperialistas con la supeditación de la clase obrera a uno de los contendientes burgueses en disputa. Nunca, en ninguna parte, dio resultados luchar bajo bandera ajena.

El marxismo y el Estado

Pero si en algo contribuyó la Comuna al desarrollo de la teoría marxista fue en las enseñanzas que arrojó acerca de la cuestión del Estado. El 18 de marzo de 1871, en París, por primera vez en la historia, el poder pasó a manos del proletariado. Se planteó entonces como cuestión práctica la necesidad de construir un nuevo poder.

El Comité Central de la federación republicana de la Guardia Nacional se convirtió en el órgano dirigente del movimiento revolucionario. Elegido el 3 de marzo, quince días antes de la toma del poder, el Comité Central contaba con el apoyo de las organizaciones proletarias y agrupaba en sus batallones a unos 300.000 combatientes. Con la bandera roja hondeando en el Hotel de Ville, el Comité Central adoptó una serie de medidas que, según retrataba una caricatura política de la época, suponían cortar los tentáculos del gigantesco pulpo estatal que envolvía el cuerpo vivo de Francia. Como gobierno revolucionario, fue asestando un golpe tras otro: supresión del ejército permanente, de la policía, separación de la Iglesia y el Estado, implantación de la elegibilidad y revocabilidad de los funcionarios…

Por primera vez en la historia se llevó a cabo la destrucción del aparato estatal de la burguesía, que debía ser sustituido por un nuevo poder estatal. El Comité Central de la Guardia Nacional convocó elecciones a la Comuna para el 26 de marzo –con demasiada premura, en opinión de Marx-. Ese proceso dio a luz el primer Estado proletario, que sustituyó los antiguos ministerios por comisiones integradas por sus miembros: Comisión Militar, Comisión de Seguridad Nacional, Comisión de Finanzas, Comisión de Justicia, Comisión de Enseñanza, Comisión de Relaciones Exteriores, Comisión de Trabajo, de Industria y de Cambios y Comisión de Servicios Públicos.

La Comuna, como señaló Marx, no era una corporación parlamentaria, sino una corporación de trabajo, legislativa y ejecutiva al mismo tiempo. Era, en esencia, el gobierno de la clase obrera, que había descubierto al fin la forma política bajo la que se puede llevar a cabo la emancipación económica del trabajo. Esta enseñanza de la Comuna estaría en la base de la agudización de la lucha contra los bakuninistas en el seno de la AIT. Y, años después, sería también el campo de batalla en la Rusia revolucionaria, motivando que Lenin escribiese, durante los meses de agosto y septiembre de 1917, El Estado y la Revolución, en el que parte de la experiencia de la Comuna de París, y de los análisis de esa experiencia por parte de Marx y Engels, para desarrollar la teoría marxista-leninista del Estado y dejar anotadas, en aquel cuaderno azul, las principales directrices que conducirían a la clase obrera rusa al poder y al triunfo de la Gran Revolución Socialista de Octubre.

El debate acerca del Estado siempre ha sido piedra angular en el deslinde de campos entre el marxismo y toda variante de oportunismo. Tal y como sucedió en tiempo de Marx y Engels y, después, en tiempos de Lenin, también hoy los oportunistas socialdemócratas toman las formas políticas burguesas del Estado democrático parlamentario como límite infranqueable. Al mismo tiempo que posiblemente celebren el aniversario de la Comuna, seguirán deshonrando su memoria, tanto en España como en otros países.

Dualidad de poderes en el París de 1871

En una sociedad dividida en clases sociales la clase dominante no comparte el poder. La clase revolucionaria, en la que recae la iniciativa histórica, asume entonces la dura tarea de crear los organismos de su propio poder. Así se comprobó durante los episodios que condujeron a la Comuna y también en el periodo comprendido entre los años 1905 a 1917 en Rusia.

Tras la proclamación de la república y la conformación del “Gobierno de la Defensa Nacional”, la clase obrera y la alianza social que se tejió entorno a ella no se quedó pacientemente a la espera. El 5 de septiembre de 1870, la Internacional y las Cámaras Sindicales tomaron la decisión de crear en cada uno de los veinte distritos de París, comités de vigilancia republicana elegidos por el pueblo trabajador de los barrios, dirigidos por un Comité Central, que se convertiría en el primero órgano electivo de las masas en el que se concentraron las fuerzas revolucionarias en el invierno de 1870-1871. Ese Comité Central, compuesto por 22 de personas, eligió a su vez el llamado “comité de los cinco”, de carácter secreto, que fue el responsable de la difusión del famoso “cartel rojo”, verdadera llamada al combate popular para sustituir al prostituido gobierno burgués bajo la consigna de ¡Camino al pueblo! ¡Camino a la Comuna!, con que concluía el llamamiento de 6 de enero suscrito por los ciento cuarenta delegados de los comités republicanos de vigilancia. Como ya hemos expuesto, el 3 de marzo se conforma el Comité Central de la Guardia Nacional, por lo que para evitar toda posible confusión el Comité de los veinte distritos pasará a denominarse Delegación de los veinte distritos.

Esa organización independiente de la clase obrera, constituida por los comités republicanos de vigilancia y por los batallones de la Guardia Nacional y su Comité Central, se constituirían en un verdadero contrapoder. Tal y como señaló un orador por aquel entonces, “La Comuna existe ya, no nos resta más que entregarle el poder”iv. Y así se hizo. Resulta imposible no establecer paralelismos entre estas afirmaciones y la experiencia rusa, tal y como hizo Lenin en sus famosas Tesis de abril. En Rusia también había surgido ese nuevo poder, en forma de soviets de diputados obreros y soldados. En Rusia también los órganos creados por la lucha del movimiento obrero revolucionario debían asumir y asumieron el poder.

¡Qué diferencia entre los revolucionarios parisinos y rusos y los postulados defendidos por algunos! Allí, organización independiente de la clase obrera y sus aliados, destrucción de la maquinaria estatal de la burguesía y construcción del nuevo poder. Aquí, supeditación de los trabajadores a los mecanismos estatales de la burguesía, cretinismo parlamentario y participación en el gobierno capitalista.

La defensiva es la muerte de la revolución

Es conocido cómo Marx y Engels, y posteriormente Lenin, analizaron los dos errores mortales cometidos por la Comuna: no proceder a la rápida “expropiación de los expropiadores” y no haber marchado decididamente contra Versalles tras coronar la victoria en París, permitiendo con ello que el enemigo concentrase nuevas fuerzas con las que lanzar su contraataque sangriento que situó al pueblo trabajador de París a la defensiva.

Sobre la base de la experiencia de la Comuna los fundadores del marxismo-leninismo formularían su importante conclusión de que la defensiva es la muerte de la revolución. Marx había advertido en septiembre de 1870, en el Segundo llamamiento del Consejo General de la AIT, de lo precipitado de lanzarse a la insurrección. Pero, como revolucionario coherente, como hombre que fundió en un todo indisoluble la teoría y la práctica de la lucha de clases, apoyó con decisión la Comuna, apreciando en la experiencia del proletariado revolucionario de París uno de esos momentos en los que la lucha de clases se eleva a un nuevo estadio “¡Y hierve la caldera de las hechiceras de la Historia!”v.

La Comuna fue ahogada en sangre. Pero, “gracias a la Comuna de París, la lucha de la clase obrera contra la clase de los capitalistas y contra el Estado que representa los intereses de ésta ha entrado en una nueva fase. Sea cual sea el desenlace inmediato esta vez, se ha conquistado un nuevo punto de partida que tiene importancia para la historia de todo el mundo”vi. Por primera vez en la historia se plantearon de forma concreta todos los problemas y tareas de la revolución socialista: la necesidad del partido obrero, las alianzas de clase, la organización del contrapoder, la cuestión del Estado, las tareas militares de la revolución, la dictadura del proletariado…

El 150 aniversario de la Comuna de París permite profundizar en todas estas cuestiones. Y permite de nuevo deslindar campos con quienes pretenden sustituir toda estrategia revolucionaria por mera prosa constitucional. No hay mejor homenaje a los hombres y mujeres que en aquel París de 1871 se lanzaron a tomar el cielo al asalto, bajo el grito imperecedero de ¡Camino al pueblo! ¡Camino a la Comuna!, que utilizar las enseñanzas de la Comuna. Su ejemplo vivirá eternamente en la memoria de clase obrera y su bandera se alzará de nuevo triunfante en las revoluciones sociales que sin duda están por venir.

¡Viva la Comuna de París!

i Primer manifiesto del Consejo General de la AIT sobre la guerra franco-prusiana. Sobre la Comuna de París. Ediciones Tinta Roja, página 34.

ii Segundo manifiesto del Consejo General de la AIT sobre la guerra franco-prusiana. Sobre la Comuna de París. Ediciones Tinta Roja, página 45.

iii La guerra civil en Francia. Sobre la Comuna de París. Ediciones Tinta Roja, página 106.

iv M. G. Molinari. Les Clubs rouges pendant le siège de Paris. Paris, 1874, pág. 211. Citado en El movimiento obrero internacional. Tomo II, página 134.

v Carta de Marx a Kugelmann de 3 de marzo de 1869.

vi Carta de Marx a Kugelmann de 17 de abril de 1871.

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