Una nueva organicidad frente al capitalismo virtual

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El movimiento comunista presenta hoy una cantidad de retos difícil de asumir dadas las fuerzas eficaces existentes. Uno de sus retos, y quizá sea éste la piedra fundacional de una nueva fuerza que asuma toda la lista de tareas pendientes, es el de adaptar la teoría revolucionaria a la praxis digital. ¿Estoy proponiendo con ello la virtualización de los espacios de militancia física o presencial? Rotundamente no. Al menos en la medida en la que el COVID nos permita evitarlo.

La propuesta circula en un sentido distinto; y es que, en tiempos donde vemos textos marxistas que empiezan a analizar y a proponer una salida concreta al socialismo en base al desarrollo científico-técnico bajo el sistema capitalista de las últimas décadas, conviene hacer una repartición de funciones, sustraer de los medios existentes el valor colectivo y hacerlo eficaz, desdeñando el papel individualizador (hablo, claro está, de las nuevas tecnologías). No tiene sentido seguir perdiendo tiempo, algo que quien escribe estas líneas ha hecho, fetichizando actos comunicativos presenciales que hoy encuentran un eco relativamente inferior en la sociedad. No creo que la presencialidad haya muerto, lo que sí creo es que la difusión política y la información se han virtualizado, que existe un empeño innecesario en que el personal levante la cabeza de sus pantallas cuando el mundo, su mundo, se concentra en ellas.

La nómina, la búsqueda de empleo, los medios de comunicación que consumimos, las propuestas del partido al que votamos… todo se concentra en 5 pulgadas. Existe un nuevo modo de organizar el orden social y económico y éste opera a través de la red, pero no existe una organicidad que trabaje para superar ese orden, esa sofisticación tecnológica que bajo el capitalismo está ligada a desigualdades atroces, a funciones serviles con la clase dominante y, más allá, con el statu quo mundial… Existen análisis teóricos que analizan desde el marxismo la nueva realidad, pero no existe la metodología que permita operar sobre ella de manera efectiva, que permita nuestra acción directa sobre ella. Lo que sí presenciamos es como el pesimismo crece a la par que lo hacen las luchas intestinas de egos que erosionan la posibilidad de una organización colectiva, que debe ser presencial, por supuesto, en la medida en la que la presencialidad determina nuestras relaciones sociales y laborales y, en paralelo, debe ser virtual, en la medida en que nuestras relaciones sociales y laborales o culturales operan a través del mundo virtual. Hemos logrado sustraer la esencia más corrosiva de las redes sociales y las nuevas tecnologías mientras hemos desdeñado la posibilidad de una propuesta organizativa que las integre y las supere en sus funciones.

Las nuevas tecnologías y las redes sociales no suponen una revolución comunicativa en lo que a su propiedad o su función social se refiere, aunque suponen una capacidad generadora de contenido y conexión. Hasta ahora encontramos que somos millones de individuos sin vínculos virtuales, sin modo alguno de formar redes o llegar a acuerdos, unidos si acaso entorno a profetas de medio pelo que se dejan el alma en vendernos su libro y en fundar religiones, pero no hemos sido capaces de construir nada positivo en cuanto a espacios de encuentro y organización se refiere.

La etapa de asimilación de las nuevas tecnologías y las redes sociales, hablo con ello de asumir que existen y han llegado para quedarse, pasó hace tiempo y lo cierto es que los comunistas no hemos sabido ni querido comprenderlo. Lejos de sustraer el potencial de las herramientas, nos hemos amoldado a ellas. Es decir, hemos decidido participar como individuos, incluso las cuentas orgánicas parecen las de un individuo bufonesco, y lanzar mensajes para que se viralicen y poder alimentar nuestra cuenta, pero hemos abandonado por completo una tarea fundamental: dotar de valor colectivo a nuestra participación en las redes sociales.

Quizá el espacio donde más fervientemente se da la batalla política sea Twitter y también donde nuestra participación es mayor, pero los retos que presentan los nuevos medios de masas ya no son lograr una participación que influya en lo ya existente, sino ser capaces de desarrollar propuestas avanzadas que permitan un salto evolutivo tecnológico pero desde bases profundamente distintas, que disputen la propiedad de la comunicación masiva a los manos privadas, que tenga un enfoque colectivo en lugar de individual y que pueda poner al servicio de la sociedad lo mejor que la tecnología nos pueda ofrecer en cada momento. En este año funesto, al servicio de la pandemia, por ejemplo.  ¿Acaso no ha sido irrisorio el papel tecnológico que está teniendo la tecnología en el occidente capitalista? El factor individual es tan potente en las herramientas tecnológicas de las que disponemos que hemos abandonado las posibilidades que podría haber ofrecido la tecnología: como reducir al mínimo los contactos, reducir la presencialidad en supermercados y centros de trabajo, detectar posibles sintomatologías, controlar eficazmente los movimientos de la población, especialmente de quienes están contagiados.

El esparcimiento de millones de voces en una red social, lejos de servir como altavoz, ha acelerado los procesos de erosión. Nos encontramos ahora en una fase verdaderamente penosa en la que no estamos demostrando estar a la altura. En la esfera tecnológica, la presencia comunista no es más que un ruidillo molesto incluso para los propios comunistas, entretenidos en batallas artificiales, intentando decir cada cual una burrada mayor que la anterior. Es la consecuencia lógica de la falta de organicidad. Se han abolido las líneas generales que vertebran nuestro movimiento y los espacios jamás volverán a ser los de antes, porque la forma en la que nos relacionamos ha cambiado, la comunicación política lo ha hecho y la prensa también.

Urge, para quienes todavía tenemos una voluntad propositiva y la ingenua esperanza de que tenemos mucho que decir y hacer, emprender la tarea de integrar a las decenas de miles de voces que conforman el movimiento comunista en España en un único espacio, que sea capaz de valerse de las nuevas tecnologías para reunificar y también que prevea entre sus planes de acción la organización para trabajar eficazmente por el comunismo en la nueva entraña capitalista: la estructura económica, social, política y cultural que se teje con las nuevas tecnologías y que perpetua la sociedad de clases en base, esta vez, a ejes virtuales.

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