Se llama lucha de clases, aunque no lo sepas

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Finales de octubre de este maldito 2020. Es casi la medianoche del lunes al martes, y Said que trabaja como falso autónomo, de repartidor para una gran empresa multinacional, es parado por la policía en Barcelona que se dispone a multarle en virtud de las restricciones que el Estado de Alarma imponen. ”No gano tanto como para poder pagar multas” declara el hombre a los periodistas del diario Ara, que lo identifican rápidamente como el primer infractor de la jornada, lo que vendría a ser como uno de los primeros sancionados de esta segunda ola de muerte que sacude al país. Esa misma noche, casi a la misma hora pero a algo más de seiscientos kilómetros de distancia, la situación no podría ser más distinta. Y es que en la fiesta de El Español en el Casino de Madrid, entre botellas de champán y caros canapés, a ningún guindilla se le habría ocurrido ir poniendo multas, que la gente bien no tiene la paciencia y docilidad del pobre Said.

Porque en el Casino no había riders, ni policías, aunque sí mucho camarero y guardaespaldas. Eso sí. Porque había que dar servicio a ministros, presidentes de comunidades autónomas, un alcalde de la capital de España, grandes empresarios, periodistas, militares,  y algún que otro deportista de élite, que estos últimos sabemos que no son representantes legítimos del pueblo como sí lo son los otros, pero pintan bien en un todo buen sarao que se precie. Por supuesto que allí las normas de distanciamiento se hicieron humo, y nadie tuvo en cuenta eso de que en Madrid no podían reunirse más de seis personas. Porque las leyes, aunque muchas de ellas fuesen dictadas incluso por los mismos que allí estaban de fiesta, nunca son iguales para todos.

Y es que los ricos son mejores. Fíjense si es así que cuando están ellos solos, ni siquiera hay peleas. Y lo mismo te encontrabas por allí al ministro socialista de sanidad que a la presidenta de la comunidad pepera. Pero en ese ambiente de lujo, lejos del vulgo, hasta ellos sabían guardar las formas. Porque hay algo que a estos grandes jefes socialistas y populares les une por encima de todo, y es precisamente lo mismo que los separa de Said, que es que, ni los unos son socialistas ni mucho menos obreros, y los otros no son populares porque jamás fueron pueblo. Pero ambos tienen conciencia de clase.

Porque los ricos sí tienen de eso que nos falta a los pobres, y hasta saben que la lucha de clases existe, pero no les inquieta, porque  también saben que la van ganando ellos.  Y la ganan justamente, no crean, por incompetencia del enemigo. Porque algunos de los que están abajo en la pirámide social, tal vez sientan en sus ilusiones estar más cerca de los del Casino que de Said, ya que Said al fin y al cabo es un inmigrante, y no es como ellos. Otros, menos listos si cabe, se creyeron el cuento neoliberal, y todavía piensan que si se esfuerzan mucho en su trabajo de mierda algún día serán bienvenidos al Casino. Y una gran mayoría, desilusionada, da por perdida la guerra harta de dejarse llevar por políticos de los que creían suyos, que bien les han engañado para entrar ellos solos al Casino, o bien les desprecian desde su pedestal de izquierda pija universitaria que ignora los problemas reales de los barrios obreros, mientras centran su actividad en discursos pedantes de la posmodernidad que convierten la ideología en un chiste mientras abandonan la lucha de clases. Esa lucha de clases que los del Casino sí que tienen clara.

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