Nunca me ha temblado el pulso declarando mis convicciones políticas. Es más, ocultarlas cuando considero necesario evidenciarlas y defenderlas me genera una desazón que difícilmente soporto. Soy feminista (lo que implica, necesariamente, ser abolicionista de la prostitución, del alquiler de vientres, de la pornografía. En definitiva, de toda la violencia contra las mujeres, y contra todo lo que produce desigualdad entre los sexos y sometimiento de las mujeres, es decir, abolicionista del género); soy republicana y soy atea (o, lo que a nivel político es relevante: defiendo la laicidad de los Estados). Y también soy socialista en el sentido clásico y original del término.
En muchos artículos, más o menos acertados y de modesta relevancia he defendido toda causa que he considerado imprescindible para ser coherente con las adhesiones ético-políticas que acabo de enumerar. Y nunca he remoloneado cuando se me ha presentado la ocasión de hacerlo. En ello, sin embargo, no tengo mérito alguno: por lamentable que sean algunos sectores reaccionarios de la derecha, mi generación, (aunque, si la extrema derecha sigue gozando de la legitimidad actual, no pondría la mano en el fuego porque en el futuro vaya a seguir siendo así), ha podido siempre expresarse con plena libertad sin temor a ninguna represalia mínimamente seria.
Sólo en una ocasión he estado dilatando el tiempo antes de ponerme a escribir y ha sido en fechas muy recientes. El artículo “Y sin embargo, las mujeres existimos” ha estado en mi cabeza, y después en mi ordenador, más tiempo del habitual. También me ha costado escribir el que se puede considerar su continuación: “El género no se puede reconocer como identidad.” Me pensé su publicación, y si lo hice no fue ni por temor a críticas bien fundamentadas, pues no hay nada que admita con mayor gusto en tanto que me permiten aprender más de los asuntos que en los que me implico, ni tampoco por el temor a críticas por parte del generismo queer que tanto y tan bien profiere insultos, amenazas y comentarios ofensivos a quien pone en evidencia lo conservador, misógino y neoliberal de su planteamiento.
Temí, sin embargo, que personas de buena voluntad, progresistas, abiertas e incluso convencidas feministas encontraran en mis planteamientos, que son los mismos que vindican muchas compañeras más, algún ápice de conservadurismo y de ánimo de discriminar o faltar al respeto y a la dignidad del colectivo transexual. Que alguien me pudiese adjudicar posturas que ética y políticamente no sólo están en mis antípodas sino que me repugnan intelectualmente me hizo titubear antes de publicar mis palabras.
Las consideraciones personales que relato no tienen relevancia alguna. De hecho, me sonrojan y me causan bastante repelencia los panfletos o formaciones populistas en las que, a dictado de Laclau y de Mouffe, se pretende que la política deje de apelar a planteamientos racionales y apueste por el testimonio sentimental que “seduce” y “conmueve” en lugar de argumentar con coherencia y solidez.
Si, a pesar de considerar que en la política lo que debe primar son los planteamientos racionales fundamentados en sólidas convicciones éticas alcanzadas a partir del pensamiento crítico, relato estas cuestiones es porque creo que el transactivismo y el activismo queer es perfectamente consciente de esta situación y sabe perfectamente cómo utilizarlo a favor de sus propósitos fundamentalistas y misóginos y sus prácticas cuasi inquisitoriales y, en otras ocasiones, propias del más infantil chantaje emocional. Por eso, por eficacia política, debe evidenciarse.
El PSOE, consciente del ataque desde planteamientos queer a la teoría y a la militancia feminista, ha publicado un argumentario en el que toma partido por el feminismo desmarcándose de la reacción patriarcal ahora protagonizada por la teoría queer. En ese sentido, afirma que “el sexo es un hecho biológico” y “el género una cuestión social.” Como lo he hecho en los dos artículos arriba citados y enlazados, no me extenderé en explicar por qué me parece, en efecto, no sólo apropiado declararlo por ser de sentido común, sino que creo que la asunción de tales definiciones supone nada más y nada menos que los pilares fundamentales de la teoría y de la política feminista.
También subrayan que, “si el género substituye al sexo se desdibuja la situación de desigualdad estructural de las mujeres respecto a los hombres.” por eso, respecto a la identidad sexual, fijan su postura “en contra de los posicionamientos que defienden que los sentimientos, expresiones y manifestaciones de la voluntad de la persona tienen efecto jurídico automáticamente efectos jurídicos plenos.” En consecuencia, denuncian “los riesgos prácticos que cambian la definición de mujer y niegan su realidad”. Es decir, si el género es identidad subjetiva interna incuestionable que cambia tantas veces como el sujeto así lo considere según un sentimiento interno incomunicable y del que nadie está autorizado a pedir cuentas, y no una estructura de dominación que oprime a las mujeres por su sexo y privilegia a los hombres también por su sexo, “¿cómo afecta a la ley de violencia de género?” porque, si este no es resultado de una estructura de dominación sino una identidad subjetiva y asumible aleatoriamente entonces “podría un hombre maltratador señalar que se siente mujer y, en consecuencia, no ser juzgado por ese delito.”
Lo que plantea el documento del PSOE al señalar las consecuencias tan injustas que podría tener reconocer el género como identidad arbitraria, subjetiva y cambiante a disposición de la mera voluntad de un sujeto y, en concreto, las consecuencias que podría tener respecto a la Ley de Violencia de Género, no es un escenario de ciencia ficción ni una hipótesis esperpéntica, sino algo que ya sucede y que ya recogen medios no precisamente sospechosos de tener una férrea voluntad de dar la razón a las feministas socialistas.[1] (Consúltese la nota al pie).
El argumentario expuesto por el PSOE, a mi juicio, es necesario, claro, rotundo y de significativa coherencia y solvencia teórica. Personalmente considero, de hecho, que, junto con el Partido Feminista presidido por Lidia Falcón, recientemente expulsado de IU por no seguir dócilmente el viraje sexista, conservador y neoliberal de la coalición, el PSOE es el único partido que, actualmente, merece ser reconocido como feminista.
Sin embargo, las reacciones queer al argumentario del PSOE no se han hecho esperar y tanto formaciones políticas como Podemos e IU a través de muchos de sus representantes, como desde organizaciones sindicales como UGT y CCOO o colectivos LGTB como la FELGTB han acusado al Partido Socialista de transfobia, de ser reaccionario y de alinearse con posicionamientos fundamentalistas y cercanos a la extrema derecha.
Que muchas de las personas, partidos y asociaciones que se han manifestado tajantemente en contra de la teoría queer sean conocidos por sus convicciones nítidamente progresistas, feministas, republicanas, laicas (incluso anticlericales), socialdemócratas o marxistas, e incluso que parte de ellas formen parte del colectivo LGTB, incluidas personas transexuales no dispuestas a ser utilizadas por el activismo queer por sus propósitos misóginos, no ha impedido extender la acusación del todo injustificada de que quien no acate los mandamientos queer es necesariamente de extrema derecha. Sin embargo, nada más conservador que reconocer como identidad legítima la opresión más férrea que ha existido: la del género.
Pero afortunadamente, los alaridos, el ruido y los aspavientos no modifican la realidad. Y esta es que la teoría feminista es, aunque perfectamente amplia, una y única: es la que necesariamente propugna la abolición del género y, en consecuencia, pretende neutralizar la desigualdad entre los sexos y la opresión de las mujeres por el hecho de serlo. Ser feminista exige como condición sine qua non denunciar la inconsistencia y el sexismo de la teoría queer.
La tarea es ardua. El activismo queer, tan falto de argumentos se vale de amenazas, acusaciones, y ruido para tapar su inanidad teórica y su completa incapacidad para proponer ni una sola acción política que camine hacia la igualdad entre los sexos o favorable al colectivo LGTB. Porque, no lo olvidemos, el movimiento queer no sólo se levantó desde sus inicios contra el feminismo; nació como reacción a los colectivos LGTB (contra transexuales también) por considerarlos conservadores y elitistas sólo porque éstos reclamaban con absoluta legitimidad ética reconocimiento y derechos civiles y se negaban a permanecer en la abyección que, a la teoría queer, muy poco preocupada por el sufrimiento y la desigualdad, le parecía un lugar apropiado en el que resistir y no asimilarse a lo “normativo”. (Esto regía, por supuesto, sólo para la parte humilde del colectivo, claro, porque los teóricos queer, tan poco amigos de lo que denominan “elitismo académico e institucional” nunca han renunciado a la Academia y a las Instituciones ni en nuestro país ni en otros como Estados Unidos, Canadá o Inglaterra. A la vista está que, por centrarnos en nuestro país, se han apropiado de un Ministerio y varias instituciones públicas de extraordinaria relevancia).
Por eso, ni el movimiento feminista (que no tiene siglas aunque sea necesariamente de izquierda) ni, hasta ahora, el único partido con representación parlamentaria que, desde la Transición, ha gobernado teniendo el feminismo como principio de su acción política, deben callar. La razón, el sentido común, la justicia, la igualdad y el progreso está del lado de ambos.
El PSOE debe soportar el chaparrón. El PSOE debe defender su argumentario. Debe resistir a las presiones externas e internas (me refiero, por ejemplo, a las Juventudes Socialistas que han lamentado el posicionamiento de su partido). Debe resistir aun cuando su socio de gobierno, prácticamente ágrafo en teoría feminista, insista en impulsar leyes inspiradas en la teoría queer y debe ser valiente para denunciar abierta y públicamente su rotunda diferencia teórica, política, intelectual y ética.
Una cesión a lo inadmisible por su parte puede hacer que todas las leyes y todos los avances conseguidos para asegurar o, al menos, aproximarnos a la igualdad entre los sexos, quede completa y totalmente diluida en una sola legislatura.
Me parece que soportar el ruido, el insulto, el descrédito de quien no se encuentra dispuesto a abordar el debate y a atenerse a razones, las presiones, es, en efecto, duro. Y más en un momento político tan delicado y crítico como el actual. Sin embargo, nadie ha dicho que la coherencia feminista no exija sacrificio, dificultades e incluso soportar una desafección inmerecida. Pero aguantar el chaparrón merecerá la pena. La claridad de principios, la altura intelectual, la argumentación sosegada y la coherencia siempre se imponen. Y no lo hacen ni por la fuerza ni por el sentimentalismo infantil y chantajista, sino por la razón. El PSOE, a mi juicio, no la ha tenido en muchas ocasiones. Pero desde posiciones bastante más a la izquierda que la del partido, en las que yo me reconozco, creo que se puede seguir diciendo sin faltar a la verdad que en sus planteamientos feministas es significativamente claro, coherente y acertado. Merece la pena y es justo que pueda seguir diciéndose. Por ello, aunque irrite, incluso aunque ponga entre las cuerdas a quien no lo merece, el PSOE debe aguantar estoicamente el chaparrón queer, que por ser en sí mismo un insulto a la inteligencia, con mayor o menor estruendo mientras dure y aun con consecuencias lamentables, simplemente, pasará. Toda estulticia tiene un límite. Incluso la queer. Tras la tormenta, vendrá la calma y la política legislativa que merecemos, desnuda de metafísica misógina y plena de mimbres para la transformación política y el verdadero avance hacia la igualdad entre los sexos. El resto se recordará como ruido.
[1]https://www.libremercado.com/2019-04-13/autopercibirse-mujer-estrategia-legal-que-utilizan-hombres-para-evitar-discriminacion-legal-violencia-de-genero-1276636376/