1957

El 4 de octubre de 1957, la Unión Soviética lanzó al espacio el primer satélite artificial de la historia. El Sputnik era una esfera de 58 centímetros de diámetro con dos pares de antenas, que giró alrededor de la Tierra durante 92 días. Un mes más tarde, coincidiendo con el aniversario de la Revolución Soviética, se produjo el lanzamiento del Sputnik II, a bordo del cual se encontraba la perrita Laika, convirtiéndose en el primer ser vivo en entrar en órbita espacial. Tras ello, se producirían muchos más lanzamientos, incluyendo el del cosmonauta soviético Yuri Gagarin, que en 1961 pasaría a la historia como el primer ser humano en viajar al espacio. Más adelante, en julio de 1969, serían los estadounidenses del Apolo 11 los primeros en llegar a la Luna.

La carrera espacial supuso la etapa histórica de mayor apogeo del sistema fordista de producción industrial. Durante los treinta gloriosos años de la segunda postguerra mundial, la economía no dejó de crecer, el desempleo se redujo al mínimo y la riqueza se repartió como nunca antes, a uno y otro lado del Muro de Berlín. La industria pesada soviética competía extraordinariamente bien con la de las economías capitalistas. No era así, sin embargo, en el ámbito de la producción de bienes de consumo, lo que acarrearía serios problemas para el socialismo real en las décadas posteriores.

También en el otoño de 1957 tuvo lugar, en el otro extremo del mundo, otro acontecimiento revelador que nos ayuda a comprender aquel momento histórico. Fue publicada la obra En el camino, que muy pronto se convirtiría en la Biblia de los desmelenados hipsters, que pasaban la juventud de ciudad en ciudad, recorriendo librerías, cafés y salas de conciertos. El libro fue escrito por Jack Kerouac en unas pocas semanas, encerrado en su apartamento de Nueva York, entre cigarrillos y café. Con una prosa ágil y descarnada, Kerouac cuenta sus viajes por Norteamérica dejándose llevar por la improvisación y renunciando a los retoques. La música de Charlie Parker aterrizaba en la literatura y los relatos fluían a ritmo de bebop. El autor, narrador y personaje principal de estos relatos trabajaba sin parar con su máquina de escribir, produciendo el rollo de papel por el que sería conocida esta publicación tan famosa. En esta obra mítica, aparecen personajes imposibles, hay giros inesperados, los protagonistas recorren interminables carreteras a bordo de Dodges de segunda mano y Cadillacs desvencijados, como los héroes griegos atravesaban con sus naves el Mediterráneo. Los viajes de Kerouac eran un constante desafío a las convenciones sociales, como las hazañas de los héroes clásicos que se atrevían a contradecir la voluntad de los dioses. Y así nació la generación de los escritores beatnik, en el mismo otoño en que los soviéticos lanzaron su primer Sputnik y los ejemplares de En el camino llegaban a las librerías de Estados Unidos.

Poco antes de la primavera de 1968, el ministro de Educación de la V República Francesa inauguraba unas piscinas en las instalaciones deportivas de Nanterre, un moderno complejo universitario construido a las afueras de París. Daniel Cohn-Bendit, que ya empezaba a ser un conocido agitador estudiantil, se dirigió al ministro para preguntarle por qué chicos y chicas no podían compartir las mismas residencias estudiantiles. El ministro le contestó que quizás le haría falta a él un primer baño en las piscinas que acababa de inaugurar, y el agitador estudiantil gritó que aquella era una respuesta digna de las Juventudes Hitlerianas.

Unas semanas después, Cohn-Bendit fundó el Movimiento 22 de marzo y las continuas protestas estudiantiles llevaron a las autoridades educativas a tomar la decisión de cerrar temporalmente la Universidad de Nanterre. No imaginaban lo que estaba a punto de suceder. Los estudiantes de Nanterre se trasladaron al centro de París y, en la noche del 3 al 4 de mayo de 1968, estallaba una revuelta sin parangón en el Barrio Latino. Los estudiantes parisinos tomaron el control de la Universidad de la Sorbona y las calles de la orilla izquierda del Sena. Volcaron coches para taponar la entrada a los grandes bulevares, arrancaron adoquines para defenderse de las fuerzas de seguridad, y así la revuelta estudiantil se extendió, a lo largo de aquel mes de mayo, del Barrio Latino a toda Francia. La impugnación juvenil frente a las convenciones sociales, mitificada en la obra de Jack Kerouac, se trasladaba de las universidades norteamericanas a las europeas y en los muros del Barrio Latino podía leerse la famosa consigna: “prohibido prohibir”. Fedor Dostoyevski tenía razón. También Jean-Paul Sartre: si Dios no existe, todo está permitido.

Mayo del 68 fue la materialización de una revolución cultural que acabaría con las convenciones sociales en nombre de la libertad y el individuo. Pero también acabaría con los derechos sociales y con el sentimiento comunitario. El 27 de mayo de 1968, los sindicatos de clase franceses, CGT y CFDT, firmaron con la patronal y el Gobierno los célebres Acuerdos de Grenelle. Los trabajadores abandonaban las protestas tras conseguir un aumento generalizado de los salarios, reducciones de jornada, fortalecimiento de las garantías en el empleo y la jubilación… Pese a estos, que han sido los mejores acuerdos sindicales de la historia de Francia, los sindicatos terminaban con el Mayo del 68 laboral ante los reproches de una juventud estudiantil que no creía en organizaciones con capacidad política para llegar a grandes acuerdos sociales. Preferían seguir viviendo el “prohibido prohibir” en cada comité de acción y en la asamblea permanente del Teatro Odeón.

El 29 de mayo, ante la continuidad de las protestas estudiantiles, el presidente Charles De Gaulle salió de Francia y desapareció durante 24 horas. Este impasse daba a los estudiantes la oportunidad de asaltar el poder, pues mantenían el control de las calles en muchos barrios en nombre de la revolución. Sin embargo, no lo hicieron y así se reveló su impostura. Habían puesto el país patas arriba para nada. Mayo del 68 fue una revolución estética, gracias a la que se ampliaron derechos y libertades individuales, pero sin proyecto, sin ningún contenido político. La juventud sesentayochista (y postsesentayochista) rechaza a los representantes políticos, por tener más de treinta años, por su madurez para llegar a acuerdos y, sobre todo, por el hecho de ser representantes. Hace décadas que el pueblo se rebela contra el parlamento y esto, obviamente, se refleja en la talla política de nuestros representantes. ¿El final de nuestra era?

El desmantelamiento del sistema fordista de producción industrial en Occidente ha hecho el resto, generando una nueva serie de contradicciones económicas y sociales en el seno de unas generaciones sin capacidad política para resolverlas. Algunos de los elementos más significativos de este mundo posterior al 68 están aflorando en estos días, a causa de la crisis sanitaria provocada por la COVID-19. Ha ido conformándose una sociedad cada vez más deshumanizada, en la que el individualismo gana terreno a la conciencia social, debilitándose las relaciones de solidaridad. El desarrollo de las nuevas tecnologías de la comunicación potencia todo esto, imponiéndose como el sustituto virtual de unas relaciones en las que las personas se deben ver y tocar, para poder llamarlas relaciones humanas. El necesario confinamiento está acelerando todo esto notablemente. No nos vemos, no nos tocamos, cada uno vive encerrado en sí mismo y trabaja a destajo mediante el uso de las nuevas tecnologías. Una parte importante de la población se desahoga vomitando en las redes sociales y despotricando contra los representantes políticos. Y una parte importante de estos continúa obsesionada con el tacticismo, incapaz de ver más allá.

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Javier Flores Fernández-Viagas
Javier Flores Fernández-Viagas (1979). Profesor de Geografía e Historia y escritor. Autor de publicaciones como La izquierda: utopía, praxis y colapso. Historia y evolución y Diez razones para ser de izquierdas… a pesar de la izquierda, ambos libros recientemente publicados por Almuzara. Ha militado en distintas organizaciones, como el Sindicato de Estudiantes, Izquierda Unida y CCOO, donde tuvo responsabilidades de carácter orgánico.

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