La violencia intragénero no existe (II)

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El pasado 3 de mayo de 2020 publicaba en este mismo medio un artículo titulado La violencia intragénero no existe, en el que criticaba varios de los contenidos, a mi juicio sexistas y erróneos, de la Guía de recursos para hacer frente a la exclusión y a discriminaciones por orientación sexual e identidad de género durante la crisis por COVID-19 publicada por el Ministerio de Igualdad.

A través de las redes sociales, dos personas me hicieron llegar dos críticas a mi escrito que me parecieron de lo más oportunas y pertinentes, que me exigieron afinar (o intentarlo) las ideas expuestas. Por eso, me ha parecido necesario recogerlas en esta segunda parte con la que espero completar y mejorar el artículo que publiqué.

  1. Incidencia del patriarcado en las parejas afectivo-sexuales del mismo sexo.

Cuando hablé de violencia doméstica entre parejas homosexuales, insistí en que no podría catalogarse como violencia de género. Aunque lo consideré[1], para no hacerlo muy árido, evité entrar en disquisiciones mayores y obliteré la necesidad de subrayar que, si bien la violencia entre parejas homosexuales no es violencia de género, ésta no está exenta de ser fruto también del sistema patriarcal. Creo que esta afirmación no es contradictoria y puede razonarse como sigue:

La violencia que puede darse  entre parejas del mismo sexo, en efecto, no puede considerarse, por los motivos ya expuestos en el artículo anterior ni violencia de género ni violencia intragénero. Pero, la violencia o los comportamientos injustos y jerárquicos que se den en una pareja del mismo sexo, ¿se pueden considerar completamente ajenos al sistema patriarcal o es lícita inscribirlos como fruto del mismo (aunque no sea, se insiste y se mantiene la tesis inicial, violencia de género –ni intragénero– por lo ya expuesto)?

Creo que, como sucede con otros tipos de violencia y no sólo con la violencia de género, está directamente influida por el sistema patriarcal.

Para ver cómo en planteamientos homosexuales cabe la asunción teórica y práctica plena del sistema patriarcal, creo que podría tomarse como ejemplo las denominadas Guerras del sexo que tuvieron lugar entre el feminismo y el lesbianismo político de un lado, y otra parte de la comunidad lesbiana y gay, en absoluto feminista sino más bien argumentando al dictado de los misóginos preceptos de la teoría queer, de otro.

Las lesbianas y gays que abanderaron la teoría queer, encabezadas por Gayle Rubin[2], no sólo no abrazaron una actitud ética, política y vital feminista sino que amplificaron y abanderaron un discurso profundamente misógino y patriarcal de normalización de la jerarquía y la violencia sexual, en el plano erótico (si es que vistos sus planteamientos tan jerárquicos y violentos merece tal denominación) y en las relaciones interpersonales homosexuales que defendían. Rubin considera que respecto a la variedad de prácticas sexuales que la humanidad ha concebido, existe una férrea jerarquía que las divide en dos grupos (las “aceptables” y las “condenables”) o que, directamente, las dispone en forma de pirámide. De modo tal que, en la cúspide de la misma se encontrarían las relaciones afectivo-sexuales heterosexuales monógamas con fines reproductivos y en planos inferiores las homosexuales monógamas, las homosexuales no monógamas desembocando, en la parte más baja, la prostitución, la pornografía, el sadomasoquismo o las relaciones intergeneracionales de diferencia de edad significativa (dicho en claro: pederastia). Su propuesta respecto a la sexualidad es romper esa jerarquía aceptando todas las situaciones y prácticas señaladas, suponiéndoles la misma legitimidad ética. Tal propuesta me parece, sencillamente, aberrante, pues pone al mismo nivel ético relaciones sexuales libres y exentas de dominación y violencia con las más radicales formas de violencia sexual.  Recuperar, por ejemplo, el sadomasoquismo y reivindicarlo como una práctica aceptable para las lesbianas (y para cualquiera) es una tesis misógina, se ponga en boca de quién se ponga y se reivindique para el grupo que se reivindique.

Pero, tan cierto como que una parte del lesbianismo se adhirió a dicha teoría es que otra, muy significativa en las décadas 60 y 70, fue perfectamente coherente con la teoría feminista y promovió relaciones afectivo-sexuales entre mujeres concebidas como plenamente igualitarias y libres donde fuera imposible adoptar roles dominantes que reprodujeran en las relaciones entre mujeres el mismo sistema patriarcal que impera en las relaciones heteronormativas.

Así, mientras que la teoría queer encontró transgresor imponer modelos sexistas en el caso de las parejas homosexuales (por ejemplo, subrayando como “revolucionario” que en las parejas lesbianas se asumiera la dicotomía butch/femme reproduciendo cada una de las partes un rol masculino activo y otro femenino pasivo tanto en el plano sexual, como en el estético y posiblemente en la relación interpersonal misma), el feminismo interpela críticamente este trasvase de roles patriarcales a las relaciones entre personas del mismo sexo, propugnando, como en el resto de casos, su abolición. Añadiré yo que este planteamiento “butch/femme” además de asquerosamente misógino, es lesbófobo, pues asume y reproduce conscientemente un estigma infundado y sexista.

Aterrizando la cuestión, creo que, en efecto, la homosexualidad no es sinónimo de igualdad garantizada en las relaciones de pareja, ni lesbianismo sinónimo de feminismo (o, al menos, no necesario ni tampoco suficiente. Pero no me resisto, sin embargo, a subrayar la lucidez de muchas teóricas feministas lesbianas que han reflexionado en el marco del lesbianismo político aportando argumentaciones interesantes para analizar el funcionamiento del sistema patriarcal, especialmente en cuanto a la negación y sometimiento sexual de las mujeres).

Pero, abandonando la teorización de los marcos conceptuales señalados, voy a lo que deseaba aclarar: ¿Es posible la violencia en parejas homosexuales? Sí. ¿Será violencia de género? No. Aun no siéndolo, por no haber un privilegiado por el sistema patriarcal y una subordinada por el mismo sino dos privilegiados o dos subordinadas, ¿puede verse en la relación entre dos personas del mismo sexo una cierta “imitación” de las prescripciones patriarcales? Sí. ¿Por qué? Porque muy poco escapa al patriarcado. Porque éste prescribe un patrón rígido de relaciones afectivo-sexuales y porque dos personas sin conciencia feminista pueden reproducirlo por imitación acrítica y superficial, y trasvasarlo a sus relaciones personales y afectivas aunque estas sean homosexuales. ¿Es lo habitual? No lo creo, especialmente si existe una mínima capacidad de enjuiciamento crítico. Pero no lo puedo sustentar estadísticamente.

En síntesis, creo que puede ser acertado decir que la violencia (o la asunción de roles de género) entre una pareja del mismo sexo no es violencia de género pero no sólo no está exenta de ser fruto del sistema de dominación patriarcal sino que es una reproducción acrítica  del mismo, por ser éste el modelo universal de referencia, en lo social y en lo “personal”, exactamente igual que para las parejas heterosexuales.

  • La prostitución respecto  a las mujeres transexuales

Al colgar el anterior artículo en Twitter, @ana_iamhuman[3] me hacía algunas apreciaciones. Respecto a mi afirmación: “Muchas mujeres transexuales lo son [prostituidas]. Es inadmisible que la mayoría se vean abocadas a la prostitución. Ni ellas ni ningún otro ser humano deben verse privadas de una respuesta del Estado que vele por sus derechos y condene con firmeza a quien las trafique u obligue a prostituirse.” Ella, estando de acuerdo con lo afirmado en cuanto a “ofrecer ayuda a cualquier persona explotada”, añade: “Aunque existe igualmente la prostitución masculina o gay y existe la trans, su porcentaje no es representativo en la trata. No hay pisos, burdeles, etc., donde encuentran secuestrados trans o gays. [No matizando esta diferencia], caeríamos en lo mismo que cuando hablamos violencia machista [y violencia intragénero. Es decir, caeríamos precisamente en el error denunciado en el artículo, comparando dos realidades distintas significativa y cualitativamente]. Son precisamente los números aplastantes los que hacen que sea la mujer quien sufre la explotación sexual tanto en la prostitución como en la trata. Según APRAMP, el 98% son mujeres o niñas.”

Estoy plenamente de acuerdo con lo que ha señalado. Creo que su crítica mejora y completa mi artículo y, por ello, lo que me ha parecido más sensato es matizar mis líneas enriqueciéndolas con sus propias palabras y reconociendo la autoría ajena de las mismas debidamente.


[1] Ángeles Auyanet, al preguntarme al respecto, me hizo ver que quizá sí sería necesario introducir una reflexión al respecto.

[2] Lo expone en “Reflexionando sobre el sexo: notas para una teoría radical de la sexualidad.”

[3] Sus comentarios también me hicieron ver que era quizá necesaria una segunda parte del artículo aclarando  la cuestión haciéndome eco de sus palabras.

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