Los días nos vienen envueltos en efemérides, parece que siempre mejores, o al menos de mayor esperanza que las fechas que vivimos, eso ocurre cada 14 de abril. Como todos los años, se afronta este día con la enorme nostalgia que supone recordar la Proclamación de la Segunda República Española. El poder de esa nostalgia es tan potente que el afán por reivindicar la hazaña que supuso aquella leyenda anticipada que fue la Segunda República se apodera de todos los representantes políticos que el resto del año doblan la cerviz, siempre con muy buenas excusas, ante la Monarquía.
Ante un escenario tan adverso, el reto del republicanismo de izquierdas no es desdeñable. Ante nosotros, la enorme tarea que supone desprender a la República de su retrato en blanco y negro, desfacer el reflejo condicionado que atraviesa la conciencia tanto de aquellos recelosos hacia la palabra República como de aquellos que creemos en esa palabra la más honrada, justa y esperanzadora de las formas para España.
En los últimos años, al calor del electoralismo frenético, las fuerzas emergentes del espectro progresista trataron de hacer calar en la izquierda militante una consigna: olvídense de repúblicas, la España de hoy no quiere oír hablar de eso.
A mí parecer, no sólo cometieron una grave traición a ciertos principios irrenunciables para la izquierda, sino que también contribuyeron de manera repugnante a ese reflejo condicionado referido unas líneas más arriba y siguieron construyendo ese monstruoso relato antirrepublicano que nos encierra en la nostalgia y dibuja a la República Española como un monstruo del pasado. Es evidente que algunos destacados personajes de la primera línea política en España constituyen un bache electoralista, capaz de arrojar por la borda cuanto principio se deba hacer valer, con tal de salir bien parados.
En definitiva, nos enfrentamos a un constructo social receloso del avance republicano y a un sentimiento republicano traicionado y acomplejado por los ocupas del espacio tradicionalmente republicano de la izquierda. Ante ello, una firme convicción: La República Española es un país para el futuro.
Esto último, que España será republicana, no es una consigna vacía, es una realidad que atraviesa toda conciencia política activa y que no es ajena a la derecha: la Monarquía cada vez tiene un papel más encorsetado y la figura del actual Rey, Felipe VI, cada vez es más testimonial. En otras palabras, la derecha es consciente de que un paso en falso puede ser un accidente mortal para la Monarquía en España. Las fechorías y golferías de Juan Carlos I, investigado por saquear a nuestro país con algo más que evidencias por parte de la justicia extranjera, no han sido hechos nada cómodos para las filas monárquicas, menos aún cuando de manera traicionera se ha sacado a relucir en estos momentos. Pareciera que la Casa Real está contenta de la emergencia histórica que atraviesa España dado que ha servido a sus fines publicitarios.
Sin embargo, aunque Felipe VI intente lavar su imagen, la llegada de una República en España no es un horizonte tan difícil de imaginar. Los poderes dominantes no dudarán ni un segundo en pactar un retiro dorado con la familia Borbón si vuelven a sucederse las borbonadas y deshacerse de la institución Monárquica si ésta ya no representa de manera ejemplar el orden de cosas de la actual España, principal función del arcaísmo borbónico, y si con el cuestionamiento de la Monarquía se pusiesen en entredicho otras capas dominantes de la sociedad. La capacidad del vestirse de lagarterana del poder es tal que nos abocarían a una República de la que no podríamos contentarnos, pero a la que tampoco podríamos rechazar.
Es por todo ello que la izquierda debe, en una de tantas tareas pendientes si de verdad defiende la República, y de verdad es la única manera que existe de defenderla, emprender la gran tarea intelectual que supone desarrollar un modelo territorial, económico, político y social que permita resolver los graves problemas que implican la construcción capitalista de España, representada en mayor término por la Monarquía, con graves enfrentamientos territoriales, desigualdades que deben ser erradicadas, privilegios que también deben serlo, derechos que deben venir y, con ellos, deberes que permitan hacer de la República el modelo de futuro que España desea, necesita y se merece.