Uno de los asuntos más comentados del pacto de gobierno entre PSOE y UP ha sido el punto referido a Educación, que reza así: la asignatura de Religión será de carácter voluntario para los estudiantes, sin que haya una asignatura alternativa ni la nota sea computable a efectos académicos. Tratemos de sacarle punta a esta frase, que de momento seguimos sin contar con más detalles…
Sacar la religión de las aulas es algo por lo que el PSOE ya abogaba en campaña desde los tiempos de Zapatero, pero luego aplicaba el si te he visto no me acuerdo. Más recientemente, en 2017, el partido se adhirió al Documento de bases para una ley de Educación, en donde se proponía que la Religión saliera no ya del currículo, sino del “ámbito escolar”. Un año después, los herederos de Suresnes apoyaron una Proposición no de ley presentada por Unidos Podemos y el grupo mixto de entonces, relativa a la defensa de una escuela pública y laica. En ella se hablaba hasta de derogar los acuerdos con la Santa Sede… No les importó votarla y que saliese adelante porque estaba claro que Rajoy se la iba a pasar por el forro, aunque, en realidad, ni tiempo tuvo este de refrote alguno.
Pocos meses después, ya como ministra, Celaá se olvidaba de todo eso y, en su primera intervención en el Congreso, señaló, tal cual, que la Religión no será computable a efectos académicos y no tendrá ninguna alternativa en forma de asignatura-espejo como hasta ahora. Vamos, lo que viene a convertir el enunciado de ahora en un simple parafraseo, así que lo único que podemos agradecer a UP, y lo digo con sorna, o no, es negociarle al PSOE, supongo que arduamente, y lo digo con sorna, o no, que al menos no se desdijese de las últimas palabras que su propia portavoz había dicho al respecto: las palabras al respecto más suaves de los últimos años.
Aunque dadas las circunstancias, esto es, que ya estamos en 2020 y la Religión se antojaba vergonzosamente intocable, pues a muchos nos ha parecido una noticia que celebrar al fin y al cabo, pues lo que se anuncia en un pacto de coalición de gobierno parece acaso más fiable que lo que se anuncia en un mitin, un documento de bases, una PNL o un gobierno en el aire. Y bien, está claro que será un hito si de verdad se lleva a cabo, que yo aún no me lo creo del todo.
Pero debe quedar muy claro, y lo voy hasta a poner en negrita, que esto solo será un primer paso, no el fin del problema, que seremos muchos y muchas quienes seguiremos reclamando la desaparición por completo de cualquier asignatura confesional financiada con dinero público; y digo más, seremos muchos y muchas quienes sigamos reclamando el fin de toda ideología religiosa en las aulas, a menudo filtrada de otras formas al margen de su materia concreta, especialmente si hablamos de centros privados religiosos, concertados o no.
Que la nota no contase para media ni para pasar de curso —algo de simple sentido común, no merece ni que lo justifiquemos— es algo que ya ocurría en 2013, hace tan solo siete años, hasta que el infame Wert le devolvió a la Religión todo el peso que no tenía desde finales de los ochenta. Pronto terminó provocando, como era su objetivo, y vean las imágenes de más arriba, que muchos chicos y chicas volviesen a apuntarse a una asignatura en la que, en correspondencia a una sociedad cada vez menos beata, cada vez había menos alumnado. Así que esto no es ninguna revolución, esto es recuperar lo que ya habíamos logrado. Y está muy bien recuperarlo, sobre todo por cómo se estaba poniendo el percal, pero lo digo por ver las cosas de una forma más global.
Por otro lado, que la asignatura sea voluntaria es lo único que no ha cambiado desde 1980, pero que deje de existir la obligación nada voluntaria de cursar una “alternativa” —odio llamarla así, que presenta a la Religión como elección por defecto— es algo que supera al fin cuarenta añazos de absurdo. Bien también por eso, pero ojo, que seguimos sin igualar los ochenta y tantos de cuando, por primera y única vez en la historia de estos lares, la Religión quedó fuera por completo del sistema educativo. Que lo que hizo la II República sigue siendo más avanzado que lo que se supone que se va a hacer ahora, y por cierto, por más que nuestra reforzada caterva retrógrada no acepte darse con un canto de dientes si a lo de la frase del acuerdo lo llaman algunos laicismo.
La buena noticia es que no tendremos que seguir soportando todos los experimentos habidos y por haber para dotar de contenido a esas horas: cuando la nota no contaba, enseñar cualquier cosa podía discriminar a los religiosos que habían elegido aprender mentiras; pero es que cuando han sido evaluables de forma oficial, la vergonzosa facilidad para sacar sobresaliente en Religión provocaba lo que he contado más arriba, y ahí, los afectados eran claramente los que no se dejaban comprar.
Esto que se nos presenta ahora, que de entrada nos puede molar porque cabrea a los de la libertad de elección esa, no debe hacernos olvidar que, sin eliminar del todo la Religión en el sistema educativo, seguiremos manteniendo a docentes designados a dedo por representantes de ciertas religiones escogidas para cobrar del erario; y con ratios de 1:1 impensables en las demás materias, e incluso sin siquiera alumnado.
Y, ante todo, no debe hacernos olvidar que seguiremos teniendo a chicos y chicas apuntados por sus padres y madres desde los tres años —repito, desde los tres años, lo cual es aberrante— para ser inculcados todos y cada uno de los años que permanezcan en el colegio y en el instituto —repito, todos y cada uno de los años que permanezcan en el colegio y en el instituto— en el pensamiento mágico anticientífico y en códigos morales no autónomos, por no hablar del machismo y de las concepciones recalcitrantes a las que estas religiones les predisponen sobre el sexo y la sexualidad, por no hablar de los sentimientos de caridad condescendiente, neocolonialismo y neoliberalismo encubierto a los que les someten, etc.
No, no vamos a ser laicos convirtiendo los centros escolares en catequesis-guarderías por las tardes, si esa es la idea, o a saber cuál es la idea, que a priori se supone que hablamos de eso; o, por ventura, de empezar la Alternativa a la Razón tras la última hora lectiva, propiciando que algunos chicos y chicas, en un contrito ejercicio de austeridad espiritual, vean por la ventana salir a los demás. En todo caso, ni una cosa ni otra se parecen a esas condiciones equiparables a las demás disciplinas fundamentales que se pactaron con la Santa Sede, por ejemplo, por si no ha caído nadie. Lo primero pues debería ser derogar todos los acuerdos firmados con las religiones escogidas —acuerdos vergonzosos, que solo hay que echar un vistazo a los temarios elaborados por sus respectivas comisiones y bendecidos en su virtud por el Estado—; y lo segundo, dejar de improvisar ocurrencias diferentes a eliminar la asignatura por completo, soluciones a medias que a corto plazo se antojarán acaso un soplo de aire fresco, pero que, en realidad, solo anquilosarán una situación injusta que seguirá sin resolverse.
Puede que descienda el número de matriculados, vale, pero con estas mimbres nunca desaparecerán del todo, y no podemos conformarnos con menos. Y para más inri, con la excusa de relevar las horas de Religión, volverán a la carga los pesados esos, de todos los colores políticos, que años ha insisten contumaces en su capricho de una Historia de las Religiones aconfesional pero sin las partes feas; y si siguen erre que erre les dedicaré otro artículo, a propósito.
De momento, sin embargo, me preocupan más los meapilas decididamente antilaicos, que aún tendrán espacio para especular con el miedo a la muerte de chavales y chavalas y para, a la postre, mantener su rancia influencia en la sociedad, que a mí no me engañan cuando se las dan de modernos. Estoy seguro de que, amparados en su nueva soledad, alguno que otro se sentirá menos cortado para sus burradas y moralinas, incluso en el seno de edificios públicos. Y estoy seguro de que, además, los colegios e institutos con planes de centro religiosos sin pudor —cosa que nadie seguirá sin controlar—, redoblarán sus papanatismos a través de todas esas actividades que hacen ya al margen de la asignatura y que, el tiempo me dará la razón, en un futuro serán calificadas de sectarias.
Por desgracia, parece que en un futuro demasiado lejano todavía.