Claman y reclaman tan hermosa expresión los políticos de derechas, herederos de épocas donde elegir ciertas cosas no es que estuviese demasiado bien visto. Rezuman espuma por sus bocas mientras la mencionan, como si sus mimadas escuelas estuviesen en riesgo. Y ahora, tras el paripé de Celaá, en ola enarbolan desde ayuntamientos de todos lares ridículas mociones de apoyo concertadesco. Como si a día de hoy no fueran libres de elegir la pervivencia del clasismo y de un modelo que especula con la enseñanza. Como si de verdad tuviesen algún interés en defender la libertad. La auténtica, digo.
Libertad es lo primero que dicen —o lo único— cuando se les pregunta por educación, y en todas y cada una de sus campañas vuelven en retahíla con su maldito falso dilema inventado ex profeso para favorecer el sistema. Se victimizan para darnos penita cuanto lo único que quieren es expandir aún más el negocio de sus amigos o de ellos mismos, empresarios metidos a políticos que lo último en lo que piensan es en la formación integral de todos los chavales y chavalas.
Libertad de elección, espetan, y al final lograron apropiarse de la expresión, como de tantas otras ya. Porque estos liberales que antaño se mofaban de La Pepa no son ni de lejos los liberales que murieron por ella: son neoliberales. Ni son populares, ni por supuesto socialistas, ni ciudadanos ejemplares ni la voz de su pueblo: son capitalistas, capitalistas salvajes con todas sus letras, y saben muy bien al servicio de quiénes están cuando aspiran a cargos públicos con el único objetivo de destruir lo público.
A ver quién se traga la supuesta nobleza de la libertad de elección cuando, en muchas capitales, hay ya familias que no puede elegir centros públicos o siquiera laicos sin tener que coger el coche. El quid está en que no se refieren a una libertad de elección colectiva, desde luego. Hablan de la libertad individual de comprar —o mejor dicho, de vender—, a la que, en su particular fantasía distópica, no tendrán sin embargo acceso todos esos peones ingenuos mantenedores del sistema: y “míralos qué monos, que se han creído que por ir a los Salesianos ya serán de nuestra élite”, pensarán.
Crearon la necesidad innecesaria de que miles y miles de padres y madres mirasen con desdén a sus propios vecinos: les hicieron desear alejarse de ellos y de su pública pobre, o más bien empobrecida, y aún pretenden seguir dividiendo a la sociedad, pues esos chicos y chicas crecerán luego con el prejuicio bien mamado. Los ricos no fueron engañados, que esos saben muy bien de qué va esto. Pero los demás, a quienes no exculpo, son encima de egoístas unos tontos del bote por tragarse la promesa de pertenecer a una clase social más fashion mientras, sin embargo, siguen siendo explotados por los mismos embaucadores que les piden el voto.
No es casualidad que quienes defiendan la concertada desde su precariedad sean los mismos que se preocupan tanto del sueño de la patronal, esos que creen que cuanto más libres y mejor duerman sus jefes mejor les tratarán. Esos que se dan por compensados con una bandera bien grande ondeando en su ciudad y pudiendo meter a sus hijos en un cole estiloso, pareciera que privado, con fachadas preciosas por fuera y, en no pocos casos, para quien guste, con fachas acreditados por dentro. Los mismos que en vez de pensar en tener buenos sueldos y servicios públicos prefieren apoyar a quienes prometen bajarles cuatro duros de impuestos pero que luego se quedan con la zanahoria y les siguen dando con el palo. Esos esclavos que defienden la libertad de esclavizar porque, en el fondo, sueñan con poder tener esclavos algún día.
Cuando hablamos de libertad de elección de centro escolar, de lo que estamos hablando en realidad es de subvenciones millonarias a empresas superemprendedoras —otra palabra de moda— de otra forma no rentables, que ni los profes ni los ladrillos se pagan solos. Y encima tienen el morro de llamarlo ahorro, cuando lo que están haciendo es minar la escuela pública, a la que le arrancan líneas, en la que no se invierte lo mínimo exigible. Y en donde no existe el copago encubierto, a propósito, que no es sino el siguiente paso de exclusión social.
Porque todo esto, además de una explicación de mero enriquecimiento para los de siempre, curas y monjas incluidos, tiene además un componente asqueroso, el de la homogeneización ideológica. Y de ahí que tampoco se laven la boca cuando dicen libertad de elección pero no ya para elegir centro, sino también para vetar charlas feministas, de educación sexual o en defensa de la memoria histórica. Los defensores de la libertad, insisto. Los mayores hipócritas del universo.
Homogeneización ideológica y polarización socioeconómica, en resumen, y todo por ese concepto perverso de libertad de mentira que te está echando de tu barrio por no poder afrontar alquileres abusivos, que sin embargo no apuesta por la concertada en la España vaciada, mira por dónde, y que solo es capaz de hablar de ascensores sociales si pagas la entrada al club de la última planta, ese desde donde se ríen de los del sótano, de quienes no pueden pagar nada porque ya lo pagan todo, de quienes no eligen libremente su situación ni la de sus hijos e hijas. Por más que algunos sigan empeñados en embaucarnos con un falso mundo feliz.
Acaso sin tanto glamour tecnológico como el de Huxley o el de Black Mirror, pero con liberalistos y neofachas revoloteando al acecho cuales drones amenazantes. Y con obreros y obreras de derechas aplaudiendo la libertad de elección como verdaderos gilipollas.