La falacia «soy Gobierno pero no vendo armas a Israel»

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Miembros de la coalición gubernamental intentan explicar que participar en el Gobierno no constituye apoyar sus decisiones, como el caso de la implicación con Israel y el genocidio palestino. Así como ocurrió con la ignominiosa visita de Volodimir Zelensky al Congreso en abril de 2022, se hace hoy ese esfuerzo de disculpa.

Cabría pensar que esto sucede principalmente por dos motivos: primero por el creciente apoyo popular al pueblo de Palestina, que desborda las avenidas de todas las ciudades, y pone cada vez más en evidencia la realidad.

Y segundo porque muy pocos se atreven a señalar el inexistente traje del emperador. Criticar a la izquierda institucionalizada equivale a sacar los pies del plato electoral, equivale a renunciar al apoyo económico de los diversos cargos del entramado político, así como de los sindicatos mayoritarios, supone lanzarse al monte del ostracismo, ser desdeñado por los medios importantes de esa izquierda. Implica no tener apoyo en actos, ni medios, ni organizaciones con recursos. Y renunciar a eso es difícil.

A los marginales nos queda la lógica, que es gratis, y la capacidad de pensar, aunque a veces traiga más disgustos que beneficios. Si analizamos el asunto, el razonamiento que justifica la participación en el Gobierno sería algo similar al siguiente cuadro:

Supongamos, haciendo un gran esfuerzo, que razonamientos de este tipo no suponen revolear la dialéctica, teórica lógica de quien se estime marxista y leninista. Consideremos que es posible formar parte de un Gobierno, sentarse en la misma mesa, legitimar las normas de su funcionamiento (entre las que se encuentran las decisiones colegiadas y solidarias) y finalmente ejecutar (de Ejecutivo) sus resoluciones, pero poder disculpar parte de sus acciones.

Supongamos todo eso. Y aun así ¿cómo se justifica el inmenso, obsceno, inmoral gasto militar? ¿Cómo se justifica no solo el envío de armas a Israel, sino la ayuda sumisa en el Mar Rojo o antes de eso el apoyo al «frente oriental» de Ucrania? ¿Cómo en un entorno de inflación, penuria y miseria crecientes? ¿Cómo ante el evidente asesinato masivo de niños y madres indefensas?

Quizás lo que quieran expresar, en verdad, sea el silogismo de este segundo cuadro:

Esta segunda falacia es aún peor. Esconde la totalidad (en especial la situación del mundo actual) y, además, predispone a la incapacidad de entender la totalidad. Resumiendo muy escuetamente las razones:

  • Lo político está íntimamente relacionado con lo económico. Como se explicó hace unos días en el asunto de la vivienda, intentar separar las decisiones políticas de las cuestiones económicas es como intentar desligar el vuelo de los aviones de la fuerza de la gravedad. España pertenece a un alineamiento económico internacional, del que dependen por ejemplo las empresas del IBEX 35; la implicación de este entorno comercial con las guerras de la OTAN está más que visibilizado. Por citar un ejemplo entre cientos, el boicot de «comandos independientes» a los gasoductos Nord Stream y la consecuente inflación de los precios y el uso de otras fuentes energéticas.
  • No es ni útil, ni siquiera dentro de su espuria lógica. La supuesta utilidad de esas políticas permitidas dentro del domesticado recinto democrático-burgués ¿dónde está exactamente? O mejor dicho, ¿para quiénes es útil? Para la clase trabajadora parece que no. Al contrario: Sanidad, Educación, vivienda, pensiones, todo está siendo expoliado por intereses privados, en lugar de acercarse al ámbito público.
  • Legitima el utópico pensamiento de que las instituciones alineadas con la OTAN tienen algún margen de reforma y cambiarán -porque sí- su naturaleza (que entre otras lindezas es la naturaleza de rescatar bancos o dedicar miles de millones a las armas al mismo tiempo que se exigen recortes sociales que cuestan vidas). Y todo ello sin contar con el apoyo social de la clase a la que dicen defender, sin oposición.
  • Para colmo, estas falacias son el mejor aliado de la ideología dominante, pues impiden abrir los ojos a esa clase obrera. Escamotea la verdadera explicación de la sociedad en que vivimos, desalienta la movilización, pervierte la capacidad de organización, la sustituye por un posibilismo falso y oportunista. ¡Ni siquiera pueden convocar una huelga general, aun estando inmersos en la peor situación en décadas!

Del mismo modo que pertenecer al Gobierno es legitimarlo, participar de esa extraña lógica supone validarla, dar pie a la argumentación barata y torticera. Una lógica pervertida que puede ser igualmente usada, con mejor y mayores medios, por la derecha.

Por tanto, criticar no es «trabajar para la derecha», ni «alinearse con Putin», ni ninguna de las ridículas excusas que ya no saben cómo inventar. Al contrario, es contar al pueblo la verdad, ser honestos, dar el primer paso para que recupere su soberanía.

Por favor, no fomenten las falacias. Nuestra única arma -pero poderosísima- es la unidad, consciente y combativa. Señalen la responsabilidad directa del Gobierno, como sin duda harían si no estuviesen en él.

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