En algunas ocasiones, cuando uno lee determinados libros, experimenta una forma de mimetismo, de identificación especial con la historia que ahí se cuenta y, por ende, con el autor de la misma.
En el caso de En el camino, de Jack Kerouac, se trata de una novela circular, de un portento cíclico – crepuscular, del mito del eterno retorno convertido en novela, en crónica de viajes y en descarnada descripción de unos personajes que viajan hacia ninguna parte, cuya esencia es un desnortamiento personal y colectivo, hasta que llegan a ser un trasunto de la Generación Beat.
Como decíamos, los personajes de En el camino, comenzando por Sal Paradise, hasta llegar a Dean Moriarty, contemplan la vida no como un don generoso de los cielos, sino como una carga insoportable con la que no saben a ciencia cierta que hacer. Esa misma carga que cada día experimentamos millones de personas desde que las filosofías posmodernistas desvincularan y atomizaran la vida humana, desde que la mercantilizaran hasta extremos vergonzosos.
«Esa noche dormí en un banco de la estación de ferrocarril de Harrisburg; al amanecer el jefe de estación me echó fuera. ¿No es cierto que se empieza la vida como un dulce niño que cree en todo lo que pasa bajo el techo de su padre?. Luego llega el día de la decepción cuando uno se da cuenta de que es desgraciado y miserable y pobre y está ciego y desnudo, y con rostro de fantasma dolorido y amargado camina temblando por la pesadilla de la vida».
Jack Kerouac es el novelista más destacado de la Generación Beat y uno de los narradores más destacados del siglo XX norteamericano, pero, yo añadiría que, entre todos ellos, es el que más se acercó al sentir verdadero de aquella generación de literatos, a su más que reveladora intuición de lo que empezaba a ser el gran extravío existencial de la modernidad, el postergamiento sine die del amor, del sano erotismo, de las manifestaciones del espíritu humano siendo amputadas, censuradas, reprimidas, en definitiva, de la muerte espiritual de la civilización occidental.
«Intentaba hablar de ligues y de sexo. Sus grandes ojos negros me miraron vacíos y con una especie de tristeza que se remontaba a generaciones y generaciones de gente que no había hecho lo que estaba pidiendo a gritos que debía hacer… sea lo que sea, aunque todo el mundo sabe lo que es. –¿Qué esperas de la vida? – añadí, queriendo sonsacarla; pero no tenía la más ligera idea de lo que quería o esperaba»
«Sus grandes ojos negros me miraron vacíos y con una especie de tristeza que se remontaba a generaciones y generaciones»….. Este pequeño párrafo, extraído de En el camino, de Jack Kerouac, podría ser el mantra que definiera a todas nuestras maldiciones, a las terribles frustraciones heredadas de generaciones anteriores y que nuestros ancestros ya comenzaron a sufrir.
La modernidad, y su cuerpo de pensamiento, el posmodernismo, son dogmas invalidantes y ultra religiosos que no han hecho más que postrarnos en un desvarío absurdo, en una búsqueda vacía de contenido. En esta novela de Kerouac, la metaliteratura nos muestra la «nada «sobre la que se sostiene nuestra vida,un materialismo insulso disfrazado de título académico.
«Las únicas personas para mí son los locos, locos por vivir, locos por hablar, locos por salvarse, deseosos de todo al mismo tiempo, los que nunca bostezan o dicen cosas comunes.» |