Claustro

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CAPÍTULO 37

   —La materia y la energía pueden doblar y estirar el espacio. —comentó Vitruvius.— Cuanto más masivo es un objeto, más espacio se estira y se dobla a su alrededor. En el caso del agujero negro Sagitario A el objeto es tan masivo como 4,1 millones de masas solares, con un radio de unos 12 millones de Km. Algo tan grande crea una especie de valle a su alrededor. Todo lo que se acerca cae a ese valle. Pronto se va haciendo cada vez más empinado y ya ni la luz puede escapar de él. Si cruzas el horizonte de sucesos ya no regresarás jamás. ¿Cómo puedes triunfar en su aventura? ¿Cómo puedes burlar las leyes de la física? La cuestión es que es en ese punto cuando el espacio y el tiempo se estiran. Si se desea viajar al futuro solo tienes que permanecer cerca del agujero negro y luego regresar. Un año para ti serán unos ochenta años para los tuyos. Fácil, ¿no? Lo complicado viene si quieres viajar al pasado. Para empezar sólo puedes viajar tan atrás como tiempo tenga el agujero negro. No puedes viajar, por ejemplo al jurásico si el agujero negro no tiene mínimo 65 millones de años. Pero nuestro agujero negro tiene mucho más que eso, miles de millones de años, con lo que podemos viajar miles de millones de años atrás. Tan sólo debemos salir del horizonte de sucesos. Y ahí entro yo. Bueno, actuaré como una nave espacial y saldré escogiendo la memoria de la luz que nos convenga. ¿Qué es eso de la memoria de la luz? Bueno, la luz es tanto una onda como una partícula. Yo puedo distinguir la carga y el momento de cada partícula que compone el agujero negro. Y sabiendo la carga y el momento precisos puedo buscar su recuerdo y tirar del hilo. Es como tirar una piedra al agua y saber que antes de caer al agua y gracias las ondas formadas en ella podremos hacer que estas vayan hacia atrás de tal manera que antes de que salga la piedra de mi mano esta vuelva a mí.

   —A ver si me he enterado bien. Tú serás mi nave espacial y así podremos volver al día en el que recibí la visita de mi propio yo y cerrar el círculo. ¿No? ¿Pero cómo quedaré yo? Es decir, tenía entendido que si uno entraba en un agujero negro sufría lo que se llama espaguetización. Me estiraré hasta el infinito. Una parte de mí estará a la vez dentro y fuera del agujero negro así que no podré salir nunca de él, al menos entero. 

   —Eso es sólo así, efectivamente, si no adquieres la velocidad de la luz para salir de él. Pero me tienes a mí para eso.

   —Pero estarías vulnerando un principio físico, luego serás castigado por ello.

   —Veo que lo vas captando, Ovidio. 

   Vitruvius vistió a Ovidio con una especie de escafandra o traje espacial. No era mas que una cobertura de luz. Algo así como un remedo de la piel de Vitruvius que debía poseer propiedades especiales para proteger a Ovidio de la temperatura, la radiación, la ausencia de aire y la espaguetización. 

   —¿Preparado?

   —Estoy listo. —dijo Ovidio.

   —Distancia desde la tierra, 26.670 años luz. Coordenadas: Ascensión Recta: 17h 45m 40s, Declinación: -29º 0´ 28”. —un fogonazo lanzó la esfera que era Vitruvius directa al espacio.

   Y allí estaban ya, frente a Sagitario A. Un disco de acreción enorme se dibujaba ante él. Era como ver Saturno pero con unos discos que giraban alrededor a una velocidad vertiginosa. En un momento dado esa esfera pareció volverse viva de repente. Al acercarse Ovidio se volvía más pequeño a la par que sentía una excitación creciente. No sentía que hubiese ruido. Se imaginó que el sonido tampoco podría escapar de allí. Era como ver un bombardeo sin ruido. La fuerza de marea les arrastraba y de repente fueron empujados hacia la inmensidad de un abismo informe. Chispas lentas y deformes saltaban a su alrededor. Eran como saltimbanquis formando en el centro de un circo de chispas de luz. Pudieron observar cómo sus extremidades parecían correr como los antiguos dibujos animados. Sus ojos observaban un tiempo detenido, una dinámica extraña y un tirón gravitacional inmenso. Ya estaban dentro. Vitruvius le dijo que cerrara los ojos pero Ovidio no quiso obedecerle. Se vio a sí mismo estirado como un alfiler kilométrico. Aún así podía distinguir su cuerpo o lo que parecía su cuerpo porque no eran más que todos y cada uno de sus átomos. Su propio yo diseminado sobre un agujero negro. Por un instante pensó en eso de “diseminado” y se pensó a sí mismo como la simiente que va a hacer germinar una planta, como el espermatozoide que se dirige a toda velocidad a fecundar un óvulo, como la primera célula de la historia, dispuesta a formar todos los seres de la tierra. En cierto sentido se sabía al fin importante. Su esfuerzo y su gesto, su determinación y su escasa fortuna iban a jugar un papel importante en el futuro de la humanidad. De repente sintió cómo se adelantaba a sí mismo, se vio dando la vuelta en algún lugar recóndito y salió del horizonte de sucesos mucho antes de haber entrado. 

   Después las cosas se precipitaron. Ovidio se sentía dolorido pero, en cierto modo, como nuevo. Cada una de sus células, cada pequeño átomo de su ser se habían vuelto a unir como si fuera la primera vez en ver la luz. Era, un ser nuevo. Vitruvius le dejó a las afueras de Bilbao y quedó con él a una hora determinada y no otra para poder regresar a su tiempo. Debía darse prisa y cumplir a rajatabla con el plan porque Vitruvius sería castigado pronto y si no estaba en el lugar indicado entonces podría quedar atrapado consigo mismo en un momento anterior que ya había vivido y estaría obligado a volver a vivirlo todo otra vez pero junto a alguien que lo tenía que vivir por vez primera. 

   Llegó a su casa. Se sirvió dos copas de vino y se sentó en su sillón favorito a esperarse a sí mismo. Pensó en el eterno retorno y rezó para que él estuviera ya muy cerca de estar de vuelta.

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