Claustro

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CAPÍTULO 38

   La energía fluye siempre hacia donde se dirige la atención y la atención estaba puesta sobre las musas. Ellas estaban dirigiendo todas las energías de aquellos que se sentían descontentos. Muchos eran los que pensaban que un mundo así era difícilmente soportable. Los índices de suicidio se habían disparado. Los abandonos de hogar para vivir una libertad que no se encontraba con nadie sino con uno mismo, las huidas del mundo hacia los pueblos pequeños donde no se tenía que dar cuenta a nadie de lo que pensabas, las faltas en los trabajos y el absentismo escolar se habían multiplicado. Muchos eran los que pedían su dosis diaria de mentira y se dejaban manipular contentos porque ya no constituía un sacrificio, el proceso de manipulación efectiva se había instalado en ellos porque ya venían con el problema de la insatisfacción personal de muy atrás y, para muchos, dejar de pensar fue todo un descubrimiento, era ya, por lo tanto, una virtud aprendida. Otros veían en esa mentira la posibilidad de dejarse llevar para adquirir la porción del paraíso que en su anterior mundo se les había negado y no creían que les fuera nada mal. Para otra parte, sin embargo, se observaba con preocupación creciente la actual tendencia al escapismo, a cerrar los ojos ante las cosas importantes de la vida, a escindirse en un yo múltiple para colmar esa vacío del que hacían gala en las redes sociales. Abrir los dispositivos y descargar su dosis diaria de dopamina. Cerrar los ojos al mundo para abrirlos al mundo virtual. Las almas de las personas estaban siendo devoradas por los discípulos de Gronfgold mientras la cultura, el arte, la literatura, el alma del género humano caía a su vez dentro del estómago infinito del gran ser caballizado que se había transformado en un demiurgo que poseía todos los conocimientos del mundo. Un ser que no podía ser eliminado porque ello implicaba perder a su vez todo el conocimiento de nuestro planeta. La voluntad creadora dentro de las tripas y el cerebro de un solo ser estaba más comprometida que nunca. ¿Y qué se podía hacer? ¿Destruir a Gronfgold? ¿Para qué? ¿Para comenzar desde cero? ¿Para volver a reescribir la historia? ¿Para caer en la más absoluta de las barbaries? ¿Para volver a descubrir el fuego? O es más, ¿Para tener que volver a robárselo a los dioses? ¿Iba a volver a aparecer el arte, la literatura, la historia si ese maléfico ser desaparecía? 

   En esta tesitura las musas se habían organizado. Habían sido arrinconadas primero en el gran Senado mundial y después expulsadas del mismo. Ya ni siquiera salían en los medios de comunicación, manejados con mano de hierro por Gronfgold. Vivían un exilio dorado en el monte Parnaso. Desde ahí organizaron la resistencia.

   —Tiene que haber alguna forma de que podamos vencer a Gronfgold sin acabar con el fruto del conocimiento. Sin desperdiciar todo lo acumulado hasta ahora. —dijo Clio.

   —El fruto del conocimiento… —Melpómene se quedó pensativa y después dijo: —Eureka! Creo que lo tengo. Sé lo que vamos a hacer para deshacernos del caballo. 

   Reunió a las nueve hermanas en un círculo y esbozó un plan para hacer desaparecer a ese astuto ser y, a la vez, para que toda la cultura volviera a reinar sobre la tierra. 

   —Vamos a ir a Montecassino y vamos a solicitar una audiencia con él.

   —Pero no nos va a admitir. No nos quiere ni ver. —Comentó Calíope.

   —No importa porque vamos a hacerle una oferta que no podrá rechazar. Nosotras somos lo último que le queda por devorar. Somos las nueve musas. Le vamos a decir que nuestra vida ya carece de sentido. Que no hay poetas, ni artistas, ni siquiera existe ya el arte como tal. Que él ha ganado. Que nos entregamos para que lleve a cabo el último acto de su carrera en este planeta. Una vez que devore a todas nosotras no existirá ya posibilidad alguna de que triunfe otra cosa que él mismo. 

   —¿Pero por qué razón iba a creernos? ¿No pensáis que, siendo ya un ser de otra dimensión intelectual, se pensará que existe algún tipo de estratagema por nuestra parte? —expresó preocupada la musa Erato.

   —Claro, lo pensará pero, a la vez, no podrá evitar la tentación porque es lo que vamos a hacer. Nos vamos a dejar. Vamos a dejar que nos devore.

   —¿Pero qué estás diciendo? —manifestó enfadada Polimnía.

   —Hermana, somos las nueve musas. Nosotras no podemos morir. Eso es un acto que se nos niega. En el mismo momento en el que seamos engullidas habremos triunfado. ¿Lo entendéis?

   —¡Pues mira, no! —dijeron las otras ocho al unísono.

   —Sólo necesitamos a alguien que nos saque de dentro. ¿Os acordáis de cómo nació la diosa Atenea? Una de las primeras esposas de Zeus fue Metis. Se había profetizado que Metis alumbraría hijos más poderosos que Zeus y, como hacen todos los hombres, la encerró, esta vez dentro de sí mismo. Pero Metis ya había concebido la idea de Atenea y dentro del propio dios fue creciendo Atenea manifestándose como un terrible dolor de cabeza. El magnánimo Zeus pidió a Hefesto que forjase un hacha de doble filo, el que llamaron después los minoicos, Labrys, que luego fue el símbolo de las mujeres que amaban a otras mujeres. Así Hefesto, por orden del propio Zeus asestó un fuerte golpe de hacha sobre la frente del dios y acto seguido nació Atenea vestida con su armadura y con su lanza, con su casco y con ganas de batalla y clamó al ancho cielo con su claro grito de guerra y hasta Urano y la madre Gea temblaron al oírlo. Así temblará el propio Gronfgold cuando nos acabe de engullir porque habremos triunfado. —las nueve musas asintieron.

   —¿Pero quién le abrirá la cabeza a Gronfgold? —comentó airada Euterpe.

   —Solo puede ser una persona, Ovidio.

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