Instrucciones para no entender a Marx (I)

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Cualquier lector que como yo sea un aprendiz en esta aventura continua que es el estudio del marxismo, habrá observado que existen muchísimas opiniones sobre esta materia y no todas son correctas. De hecho, sucede que la mayoría son incorrectas, o tal vez el poder de la ideología dominante nos presente con más frecuencia y publicidad las incorrectas que las acertadas.

Es lógico que el marxismo haya suscitado muchas opiniones. Como método inédito de analizar las sociedades, el marxismo supuso desde su origen una nueva manera de entender el mundo en que vivimos. Y qué es esto sino una nueva filosofía. En este caso, una filosofía revolucionaria, pues permite que los trabajadores seamos conscientes de nuestro papel en los procesos históricos que producen los cambios en las sociedades.

Así pues, en su aspecto como filosofía se presta a multitud de interpretaciones. Es muy complejo todo, dirían nuestros políticos actuales. Pero no todas las opiniones parecen ciertas. Luego ¿cómo distinguirlas?

La primera dificultad que encontramos para manejar asuntos tan abigarrados como los filosóficos, políticos, históricos o económicos es que hay que tener mucha paciencia para leer. Paciencia y también tiempo, del que disponemos cada vez menos los trabajadores.

Dado que el tiempo no nos sobra para leer, se vuelve imprescindible saber diferenciar las lecturas más convenientes de las que simplemente nos harían perder horas. Y aquí nos encontramos con la segunda dificultad: muchos de los opinadores de Marx no han leído a Marx.

Esto es, si seguimos el enunciado que titula este artículo, la primera instrucción para no entender a Marx sería no tener interés en entender y la segunda no leerlo directamente.

Dirán ustedes que es exagerado. No lo creo. No hace falta ser un gran experto para observar que la mayoría de las opiniones críticas sobre marxismo vienen de personas que no han leído textos del propio autor, sino interpretaciones o comentarios sobre el autor. Su idea del marxismo viene de una referencia, e incluso una referencia de una referencia. Quienes acuden a esas interpretaciones obtienen un resultado similar al del juego del teléfono malogrado.

Esto ocurre porque muchos curiosos que se acercan a la teoría marxista vienen precedidos de una gran cantidad de prejuicios y aprensiones, nutridos en la propaganda capitalista, y encuentran comodidad en las lecturas que confirman esos prejuicios. Aunque para ello deban renunciar a los más mínimos principios lógicos. Como dijo Lenin: «si los fundamentos geométricos afectasen a la gente, habría quien los refutase» (1).

Por supuesto, existen textos que con una finalidad didáctica trataron de sistematizar el materialismo dialéctico (Politzer, Harnecker), con manuales que todos los aprendices de comunistas hemos consultado alguna vez. 

Ya sea con ayuda de manuales o no, para los trabajadores lo importante es conocer aunque sea la parte básica de lo que llamamos marxismo, y esto puede lograrse en la lectura directa de los textos fundamentales del autor, tanto en su obra principal, El capital, como los demás, y en los escritos de Engels. Precisamente, Engels se encargó en muchos de ellos del penoso deber de contestar a las críticas de sus contemporáneos, en delegación de Marx mientras se enfrascaba en la enorme tarea de aquella obra cumbre.

Pero vayamos ya a un primer ejemplo práctico de cómo no entender nada del marxismo.

La incomprensión del método 

En mi opinión, la mayoría de interpretaciones incorrectas del marxismo (confusiones, tergiversaciones, manipulaciones) vienen de la incomprensión -involuntaria o premeditada- del método del materialismo dialéctico.

Es el núcleo principal de casi todas esas interpretaciones tan peculiares. No entienden que se trata principalmente de un método teórico para analizar la realidad de las sociedades, de manera que queden evidenciados sus mecanismos internos que, de otro modo, con el análisis tradicional o clásico, permanecen velados y opacos.

Esta cuestión es clave. Tener la posibilidad de aflorar y revelar esos aspectos ocultos supone tener la capacidad de realizar un análisis correcto del mundo en que vivimos, lo que significa abrir una nueva dimensión al conjunto de las Ciencias sociales, pues si los especialistas de estas materias «humanas» (historiadores, economistas, sociólogos, etc) no poseen un análisis correcto de su objeto de estudio, difícilmente podrán llegar a conclusiones correctas (2).

En palabras sencillas, el materialismo histórico revela la composición interna de las sociedades, su composición en clases a partir del modelo de producción y los antagonismos entre esas clases que producen la evolución de esos sistemas sociales, y la dialéctica aporta la explicación de todas esas circunstancias, en la observación de lo abstracto y lo concreto, puesto que en el caso de esos estudios es difícil sistematizar los conocimientos en lenguaje matemático, de modo que puedan comprenderse en su totalidad.

Pues, amigos, esto que parece lo más saludable y recomendable, o debería ser, es en cambio lo más rechazado y vilipendiado por la mayoría de los intérpretes del marxismo.

Como veremos en otra entrada, es obvio que sea así, pues hacer públicos los mecanismos que permitirían la posibilidad de un cambio revolucionario en las sociedades puede no ser bien visto por todos, en especial por los que viven cómodamente en la sociedad tal como está.

«Marx no era marxista».

Un subgrupo interesante dentro de los opinadores desorientados relativos al método es el de aquellos que se aferran a una frase que al parecer Marx escribió a su yerno Paul Lafargue: yo no soy marxista. El contexto de esta frase viene de la polémica que en los últimos años de vida de Marx se produjo entre los socialistas franceses de su época y que aseguraban dividirse entre «marxistas» y «antimarxistas».

Más allá de que Marx nunca fue propenso a los homenajes a su persona, la cuestión plantea el problema del método. Marx quería difundir sus teorías a todo el mundo pero entendidas como un método, que precisamente pudiera ser utilizado y compartido por otros revolucionarios en distintas partes y con las peculiaridades de su entorno. Es decir, del mismo modo en que para los investigadores el uso del método científico permite compartir y contrastar en cualquier parte del planeta una investigación gracias a la comunidad científica internacional.

Esas disputas entre supuestos seguidores ortodoxos y sus opuestos le molestaban pues tendían a caer en la comprensión de su método como una especie de receta o patrón que podía aplicarse de la misma forma a distintas situaciones. Lógicamente Marx fue el primer marxista, pero de lo que esperaba fuera una larga tradición de continuadores, de movimientos, de corrientes, que extendiesen por todas partes su comprensión de la sociedad capitalista.

Resulta muy cómico leer a quienes interpretan aquella frase de manera literal, y pretenden hacer creer que con ella Marx quiso expresar que, ya cercana su muerte, reconocía que su movimiento político se le «había escapado de las manos» o que renegaba de sus seguidores.

También es una manera de ofrecer una imagen de los comunistas como seguidores de líderes, adoradores de una especie de secta ideológica (3). Esta patraña está muy generalizada. Así como es muy frecuente leer que Marx y Engels eran una especie de teóricos de salón que desde sus habitaciones repletas de libros pontificaban a los trabajadores. Todas estas visiones suponen un desconocimiento absoluto de la obra y la praxis de estos autores.

Quizás por evitar esta tergiversación considero que es más oportuno referirse al marxismo con la expresión materialismo dialéctico, empleada a partir de la desaparición del propio Marx y de Engels, que me parece más explícita.

Esta es una de las maneras de malinterpretar el método pero como vamos a ver no es la única ni la más generalizada.

«Marx y Engels eran unos insensibles que nunca consideraron la lucha feminista, el ecologismo o los derechos de personas de otras razas». 

En mi época de estudiante de nivel técnico sanitario (sí, créanlo, no hace falta masters para acercase al marxismo) tuve la suerte de encontrarme con profesores de una categoría excepcional. Recuerdo que en una ocasión le consulté en privado a uno de ellos sobre la penosa impresión que me causaron unos médicos que comentaban con regocijo la imagen de una lesión mortal para un paciente, un tumor.

Aquel profesor me ilustró: no te asombres si ves a médicos o investigadores encontrando incluso belleza en una lesión; su criterio es científico, no es sentimental.

Al recuerdo de esta situación me llevan las otras interpretaciones del marxismo que critican que sus autores iniciales (y los demás hasta hoy, por extensión) eran personas insensibles y que, por tanto, sus seguidores padecen una especie de indiferencia estructural hacia los diversos activismos que no sean específicamente los obreros.

Esta especie de indolencia deviene, nos dicen, en un totalitarismo ideológico, una suerte de obcecación purista en torno a la única cuestión de la lucha obrera, de modo que las diversas luchas sobre otros aspectos quedan relegadas o apartadas.

Además de ser incierto que Marx o Engels se despreocuparan de esas cuestiones, se trata de una nueva incomprensión del método. Obviamente, si dentro de organizaciones comunistas existen machistas o racistas o negacionistas de la importancia del respeto a la naturaleza, es debido a que nadie es ajeno a la influencia de la ideología dominante, pero es inexacto atribuir que si los hay se debe a una falla orgánica del método. Lógicamente esos casos deben ser estrictamente corregidos dentro de las organizaciones.

Incluso pasando por alto la evidente incoherencia, característica del pensamiento posmoderno, que supone juzgar hechos del pasado con la mentalidad actual, es equivocado. Una interpretación de este tipo, tan sesgada, podría llevarnos a pensar que Marx y Engels eran unos admiradores secretos de la burguesía, o unos burgueses en sí, puesto que hasta en sus textos fundamentales señalan la fuerza de esta clase social para barrer del mundo al Antiguo Régimen y a la caduca aristocracia, o su enorme poder para llevar el progreso tecnológico hasta el último rincón del mundo. Sería absurdo interpretar esto.

La diferencia entre una visión materialista y una metafísica o idealista se dirime, una vez más, en la comprensión del método. En el análisis materialista de los datos objetivos y en su comprensión abstracta y total mediante la lógica dialéctica. Al esfuerzo por explicar esto dedicaron Marx y Engels sus textos más básicos y didácticos, como el propio Manifiesto del Partido Comunista o Del Socialismo utópico al Socialismo científico.

Las conclusiones a las que llegaron son, además, el proceso lógico del conocimiento humano en la evolución histórica de los avances tecnológicos, políticos y filosóficos sucedidos en el mundo. Así como se dice en la famosa frase atribuida a Newton: «si he podido ver lejos, es porque fui a hombros de gigantes» (4).

Siguiendo el estudio de los socialistas franceses, la economía política inglesa y las tesis filosóficas de Hegel, Marx llega a las conclusiones que suponen la base del materialismo histórico, que el ser humano hace su propia historia pero la hace en función de las condiciones materiales en las que vive. Su conciencia está definida por su realidad material (5).

Esta preponderancia de las condiciones materiales sobre las voluntades individuales no debe interpretarse como un determinismo absoluto, tampoco como una manera de subestimar o minimizar otros aspectos políticos.

De hecho, esa relación que condiciona nuestro pensamiento a las condiciones materiales es tan sutil que suele suceder que las personas no somos conscientes de que nuestra conciencia está así influida, y sólo un proceso de transformación de esas condiciones materiales podría llevar a modificar asimismo su conciencia (6).

Así pues, del mismo modo que un científico no valora desde los sentimientos o la moralidad sus investigaciones, ni astrónomo calcula la malicia de un meteorito, o un geólogo cuestiona la inoportunidad de un terremoto, tampoco un análisis materialista o dialéctico antepone la influencia de lo puramente económico a las demás cuestiones por gusto o por desdén. Ni significa que las menosprecie o que estime que no deba profundizarse y avanzarse en ellas.

La estricta observación del método científico nos ha llevado a poder detener enfermedades contagiosas, estudiar el espacio exterior o el simple hecho de que usted que quizás vive en la otra parte del planeta esté leyendo en su móvil estas palabras. Lo deseable sería aplicar un método igualmente certero a las Ciencias sociales.

Pero parece ser que nos queda aún un largo camino por comprender esto, y es por eso que en la actualidad políticos, economistas o sociólogos difunden ideas que encajan perfectamente con el caos, la incoherencia y la violencia del sistema en que vivimos, el capitalismo.

Continuaremos en una siguiente entrada.


 (1) Lenin, Marxismo y revisionismo: «si los axiomas geométricos afectasen los intereses de la gente, seguramente habría quien los refutase. Las teorías de las ciencias naturales, que han chocado con los viejos prejuicios de la teología, provocaron y siguen provocando hasta hoy la oposición más enconada. Nada tiene de extraño, pues, que la doctrina de Marx, que sirve en forma directa a la educación y organización de la clase de vanguardia de la sociedad moderna, que señala las tareas de esa clase y demuestra la sustitución inevitable — en virtud del desarrollo económico — del régimen actual por un nuevo orden, haya debido luchar por conquistar cada uno de sus pasos».

(2) Althusser, Guía para leer El capital: «El capital contiene, simplemente, uno de los tres más grandes descubrimientos científicos de toda la historia humana: el descubrimiento del sistema de conceptos (por lo tanto, de la teoría científica) que abre al conocimiento científico lo que podríamos llamar el «Continente- Historia». Antes de Marx, dos continentes de importancia comparables habían sido «abiertos» al conocimiento científico: el Continente-Matemáticas, por los griegos del siglo V, y el Continente-Física, por Galileo».

(3) Lenin, Tres fuentes y tres partes integrantes del marxismo: «La doctrina de Marx suscita en todo el mundo civilizado la mayor hostilidad y el odio de toda la ciencia burguesa, que ve en el marxismo algo así como una “secta perniciosa”. Y no puede esperarse otra actitud, pues en una sociedad erigida sobre la lucha de clases no puede haber una ciencia social “imparcial” (…) Pero hay más. La historia de la filosofía y la historia de las ciencias sociales muestran con diáfana claridad que en el marxismo nada hay que se parezca al “sectarismo”, en el sentido de que sea una doctrina fanática, petrificada, surgida al margen del camino real del desarrollo de la civilización mundial».

(4) en la misma obra anterior: «El marxismo es el heredero legítimo de lo mejor que la humanidad creó en el siglo XIX: la filosofía alemana, la economía política inglesa y el socialismo francés».

(5) prólogo a una Contribución a la Crítica de la Economía Política: «El resultado general al que llegué y que una vez obtenido sirvió de hilo conductor a mis estudios puede resumirse así: en la producción social de su vida los hombres establecen determinadas relaciones necesarias e independientes de su voluntad, relaciones de producción que corresponden a una fase determinada de desarrollo de sus fuerzas productivas materiales. El conjunto de estas relaciones de producción forma la estructura económica de la sociedad, la base real sobre la que se levanta la superestructura jurídica y política y a la que corresponden determinadas formas de conciencia social. El modo de producción de la vida material condiciona el proceso de la vida social política y espiritual en general. No es la conciencia del hombre la que determina su ser sino, por el contrario, el ser social es lo que determina su conciencia».

(6) Marx, Engels, La ideología alemana (Contraposición entre la concepción materialista y la idealista): «la producción de las ideas, las representaciones y la conciencia aparece, al principio, directamente entrelazada con la actividad material y el trato material de las personas, como el lenguaje de la vida real. La formación de las ideas, el pensamiento, el trato espiritual de las personas se presentan aquí todavía como emanación directa de su comportamiento material (…) La conciencia jamás puede ser otra cosa que el ser consciente, y el ser de los hombres es su proceso de vida real. Y si en toda la ideología, los hombres y sus relaciones aparecen invertidos como en la cámara oscura, este fenómeno proviene igualmente de su proceso histórico de vida, como la inversión de los objetos al proyectarse sobre la retina proviene de su proceso de vida directamente físico.

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