Mujeres, fútbol y feminismo

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El gran papel de las mujeres deportistas en el mundial de fútbol y el nivel y el triunfo de nuestra selección deberían ser el tema de conversación en estos últimos días de vacaciones al hablar de deporte. Y más este año en que el gobierno ha decretado una nueva ofensiva contra el deporte femenino que tanto está costando sostener a causa de la aprobación de la infame #LeyTrans que impone una mentira y permite a cualquier varón usurpar competiciones y medalleros.

Algunas feministas opinan que el apoyo al deporte femenino no deja de ser una imitación del mundo de los hombres, otorgando así legitimidad a la socialización masculina. No le encuentran gracia alguna al deporte, o al profesional y de élite, considerándolo un circo alienante, individualista y capitalista a descartar sin matices.

También hay quienes consideran incomprensible la movilización a raíz de la agresión pública a Jennifer Hermoso. No por ser excesiva respecto a la gravedad del hecho ocurrido, sino por contraste con la indiferencia ante todo lo que sucede fuera de los focos, en las situaciones laborales más precarias, y ante el aumento generalizado de la violencia y la desesperante normalización de los feminicidios

Otras, no por ello más ingenuas e ignorantes, o menos revolucionarias, pensamos que el deporte es como todo lo demás y algunas lo disfrutamos. Muchas, especialmente quienes nos dedicamos a la docencia y a la investigación social, conocemos de primera mano la importancia del deporte de las niñas y las jóvenes para lograr múltiples objetivos coeducativos y de integración social, en general, del alumnado más vulnerable. Y mejor si se cuenta con mujeres referentes, que no lo son por algo distinto a trabajar en un ámbito tan respetable como cualquier otro a partir de habilidades, esfuerzo, disfrute y, a menudo, dificultades. Y esto no equivale a suscribir ningún falso sueño americano, sino reclamar el reconocimiento por lo que hacemos las mujeres donde no estábamos previstas y por la dignidad de las que lo hacen.

Ya sabemos que el mercado y el patriarcado lo condicionan todo, pero no por ello tiramos la toalla. Ni siquiera por el desgaste que producen los desacuerdos conceptuales y estratégicos inherentes a todo movimiento. Por lo tanto, dejo esta discusión aquí y expongo lo que en mi opinión está ocurriendo estos días.

Jennifer Hermoso es la máxima goleadora de la historia del fútbol femenino del Barça, y ahora campeona del mundo con la selección. Veterana trabajadora, con una carrera brillante y una reputación unánime como jugadora de equipo y entusiasta con sus compañeras. Una profesional de alto nivel.

Pero es una mujer y eso lo impregna todo. Su cuerpo es accesible, su palabra vale la mitad, su razón es cuestionada y su defensa es sospechosa ante la agresión de un hombre, incluso ante los focos. Los que han diseñado la funesta ley del «Solo sí es sí» le trasladan a ella la responsabilidad subjetiva de argumentar si consintió o no, como si no se tratara de un hecho objetivo. El cese inmediato ante la conducta inadmisible no se ha producido ni con las leyes en la mano. Al fin y al cabo, tenemos el país lleno de lugares donde se practica sin consecuencias la violencia sexual contra las mujeres, «consentida» libremente según las autoridades que quieren ignorar sus condiciones de vulnerabilidad y sometimiento. Así, el propio hecho delictivo no se considera tal si la mujer lo «consiente». Es decir, es negociable. Por eso, porque ella es una mujer, han creído que podían presionar a la jugadora y a su entorno.

Ser una mujer es pertenecer a una casta sexual inferior en la sociedad, al margen de la ley. A diferencia de la clase, la casta -la primera estratificación social, la construida sobre la diferencia biológica- establece una posición vitalicia e inmutable, unos atributos construidos y naturalizados que se confieren a toda su actividad y contacto, y un código de conducta respecto a la otra casta del sistema. Lo que son, sienten y hacen las mujeres es inferior, tiene menos valor y rebaja el valor o directamente contamina lo que hace la casta superior de los hombres, que dirige y define el mundo. Ya puede haber diferencias de renta, leyes de igualdad o copas del mundo, que el sistema de castas sexuales sigue ahí resistiendo en las prácticas sociales y en los imaginarios culturales, reproduciéndose entre las generaciones más jóvenes.

Resulta, entonces, de la mayor importancia entender que lo que llevan denunciando (maltrato y machismo) y reivindicando (mejoras laborales y respeto) las futbolistas es tan valioso como lo que exigimos para todas las trabajadoras de todo sector, nivel y situación. Es y debe ser la lucha de todas las mujeres. Algunas han sido ya castigadas por protestar.

Parece ser que en los primeros momentos Jennifer Hermoso se preguntaba qué podía hacer. Lo que ha hecho -ella, su sindicato y sus compañeras- es lo que aspiramos a que puedan hacer todas las mujeres y ahi estaremos apoyándonos. Además, la agresión vista y contestada a escala internacional, nos ha brindado una gran oportunidad para mostrar una vez más el alcance del sistema de castas patriarcal y para tener una conversación pública y muchas conversaciones privadas en todo el país sobre ello. Las mujeres se atreven a tenerlas porque se sienten inesperadamente con legitimidad para iniciarlas, máxime cuando cada opinólogo, directivo, periodista y deportista se retrata al hablar o al callar hasta ver por dónde sopla el viento. Abierta la grieta que, honestamente, solo pueden abrir a lo grande situaciones como la presente, metamos el pie entero dentro para poner una vez más en evidencia con un ejemplo mediático lo que nos puede ocurrir a todas y lo que les debe ocurrir a los que no nos consideren sus iguales.

Y con más motivos si cabe en una legislatura histórica por antifeminista, que ha legislado para imponer el delirio queer -con sus ideas casposas sobre las niñas que quieren ser futbolistas- y ha puesto en la calle a más de mil agresores sexuales. Los mismos que no saben definir qué es una mujer ahora pretenden sumarse al carro de su defensa.

La exposición del caciquismo machista de la fratria futbolera durante estos días refuerza a las jugadoras y a las periodistas deportivas que también llevan tiempo intentando que se conozca.
Celebremos la que puede ser una doble victoria de nuestras campeonas del mundo. Por ellas y por lo que pueda contribuir a erosionar este sistema. Que se hable de ello, aunque nos acaben decepcionando las medidas que se tomen, nos beneficia a todas. Este es un camino largo, pero ahi van quedando algunos goles memorables: el de Salma, que nos lleva a la final; el de Olga, que nos la hace ganar; y el de Jenni, chutando a puerta una clarísima falta.

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