Un “pico” y la trampa del consentimento (II)

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Por Karina Castelao

Siempre he dicho que no hay nada peor que le pueda ocurrir a una subordinada que gustarle a su jefe.

«Fue espontaneo, mutuo, eufórico y consentido, que ésta es la clave«, dijo el pasado viernes Luís Rubiales no sin razón: la clave para convertir una agresión sexual en una anécdota sin importancia radica en usar el conjuro “¡consentimiento!” mientras se agita la imaginaria varita falocrática ante un público enfervorecido de iguales.

Y de esta conclusión a la que ha llegado Rubiales, la única responsable es nuestra nunca suficientemente bien ponderada Ministra de Igualdades varias, Irene Montero.

Como dije hace unos días en otro artículo, cuando se manosea el consentimiento, su sola mención es patente de corso para la agresión sexual.

Al día siguiente de que medio planeta viera en bucle al Presidente de la Federación Nacional de Fútbol Español agarrar fuertemente e inmovilizar la cabeza de una jugadora para plantarle un beso en la boca, Irene Montero decía en X que “dos personas se besan si ambas quieren, si hay consentimiento” como si eso fuera equiparable.

En ningún momento consentir significa querer, como cualquiera con dos dedos de frente puede deducir. Consentir es dejar que pase algo, mientras que querer es promoverlo. También decía que habíamos pasado “de la cultura de la violacion a la cultura del consentimiento” cuando precisamente la cultura del consentimiento es lo que justifica la cultura de la violación. Es nuestro consentimiento sin deseo lo que la blinda. Pero, ¿cómo si consentimos es que no deseamos? Pues porque vivimos en una sociedad donde el Patriarcado se manifiesta precisamente como Patriarcado de Consentimiento. 

Alicia Puleo explica como está establecida socialmente la bicefalia patriarcal mediante los modelos sociales de Patriarcado de Coerción y el Patriarcado de Consentimiento.

El Patriarcado de Coerción es el sistema social que establece leyes y normas distintas para hombres y para mujeres: códigos de vetimenta, participación en la vida pública o derechos civiles, y que sanciona a las mujeres que no las cumplen.

El Patriarcado de Consentimiento es la evolución del anterior donde no hay normas distintas para hombres y mujeres, sino que son ellas mismas como sujetos “libres de elección”, las que buscarán cumplir con la normativa social patriarcal. No es más que una mutación del patriarcado que llega a las esferas públicas y privadas de la sociedad mediante los medios de comunicación”.

El Patriarcado de Consentimiento no es más que una mutación del Patriarcado de Coerción. Este último está muy ligado a los estados confesionales, como son gran parte de los países árabes o como era España hace 50 años. Podemos suponer que aquí encajan perfectamente todos esos países de Oriente Medio donde a las mujeres se las detiene y encarcela por no llevar velo o en los que está prohibido que estudien o salgan a la calle solas. O al fútbol. También todos esos países americanos donde las niñas no pueden no parir aunque hubieran sido violadas o corra riesgo su vida. Es decir, países del mundo donde la opresión patriarcal está en la ley.

Sin embargo, en los paises aconfesionales y laicos, y aunque las leyes sean iguales para hombres y mujeres, son los medios de comunicación y el estigma social o la vulnerabilidad económica lo que obliga a las mujeres en muchos casos a «elegir» someterse.

Dice Alicia Puleo que «Así, no nos encarcelarán ni matarán por no cumplir las exigencias del rol sexual que nos corresponda. Pero será el propio sujeto quien busque ansiosamente cumplir el mandato, en este caso a través de las imágenes de la feminidad normativa contemporánea (juventud obligatoria, estrictos cánones de belleza, superwoman que no se agota con la doble jornada laboral, etc.). La asunción como propio del deseo circulante en los media, tiene un papel fundamental en esta nueva configuración histórica del sistema de género-sexo».

“La falsa libertad de las mujeres y el consentimiento no informado donde la opresión que se ejerce hacia la mujer se enmascara de una supuesta “libertad de elección”, según Ana de Miguel, es solo una herramienta más usada por el sistema patriarcal para legitimar una estructura de desigualdad.»

O sea, es el Patriarcado de Consentimiento ese que nos permite elegir libremente depilarnos completamente el cuerpo como Barbies, reducir jornada para cuidar de nuestros hijos mientras que nuestras parejas crecen profesionalmente, o prostituírnos como modo de empoderamiento. También es el que nos da la libertad de realizar prácticas sexuales que nos lastiman, incomodan o no nos gustan un cojón pero que hemos consentido porque no hay que ser mojigatas. O que nos bese a la fuerza un superior con las cámaras de medio mundo enfocando porque “¿Qué iba a hacer?”.

Pero, si no era suficiente con que Montero se empecine en olvidar que vive en una sociedad patriarcal en la cual las decisiones de las mujeres rara veces son libres, nuestro político misógino de cabecera, Pablo Echenique, decía al día siguiente y en la misma red que por lo que había peleado “a brazo partido Irene Montero —y ahora todo el mundo se sube al carro— es por que una agresión sexual solamente estuviese determinada por la falta de consentimiento.”, algo no solo totalmente falso, sino que da a entender que el feminismo habría que dividirlo en AM (antes de Montero) y DM (después de Montero), y como si AM no hubiera habido nada.

Decía hace unos días Tasia Aranguez que “la ley de Montero no cambia en nada el castigo penal a un beso no consentido y robado por un jefe.”, que “ya podía castigarse antes de esta ley como delito de abuso sexual.”, y que a pesar de los insistentes intentos por parte de la ministra y su órbita de usar el caso de Rubiales para resaltar las bondades de la ley y así desviar el foco de los nefastos efectos de la misma (más de 1300 agresores sexuales libres o con condenas notablemente reducidas) “lo cierto es que el consentimiento ya estaba antes en la ley (…) en este caso, lo más característico no es la falta de consentimiento, sino la falta de deseo y la existencia de abuso de poder. Un jefe no debe preguntar en contexto semejante:”te doy un piquito?”. Difícilmente se puede esquivar en ese contexto.”

¿Qué ha cambiado entonces la Ley de Libertad sexual a este respecto que haga creer en los estertores de Podemos a sus líderes que pueden sacar pecho o rédito alguno llegando a instrumentalizar el caso Rubiales para ello? En realidad, casi nada (bueno, sí, ha bajado los rangos de pena ante delitos similares, que es la razón de la cascada de rebajas de condena de agresores sexuales encarcelados).

Bien es cierto que es una ley integral que garantiza la protección y el acompañamiento de las víctimas y que pretende mejorar en perspectiva de género la formación de todas las instancias implicadas, jueces, policía, etc.

Asimismo, la ley clarifica la definición de consentimiento como: «Solo se entenderá que hay consentimiento cuando se haya manifestado libremente mediante actos que, en atención a las circunstancias del caso, expresen de manera clara la voluntad de la persona.», lo cual es una definición muy completa pero de casi imposible demostración.

También hay que reconocer que la idea de Montero de poner el consentimiento en el centro era que “no sea la fuerza, violencia o intimidación ejercida -o que se consigue demostrar- lo que nos permite hablar de agresión sexual, sino la ausencia misma de consentimiento”. Es decir, que una agresión sexual no sea definida “por la mucha o poca intensidad de la violencia o intimidación con la que se ejercen, sino por la ausencia de consentimiento.” 

Sin embargo, ni una definición más completa de consentimiento, que podría leerse incluso como deseo, ni la ausencia de violencia como factor determinante de una agresión sexual pueden impedir que se cuestione que la víctima haya consentido como principio fundamental del derecho a la defensa en los casos de procesados por agresión sexual.

Y esto es lo que le está ocurriendo a Jennifer Hermoso, que pese a que millones de personas hayan visto la agresión en directo y muchos millones más en diferido, hayan presenciado el uso de la fuerza y la falta de deseo, pese a conocer la situación de abuso de autoridad, y pese a que ella misma haya declarado públicamente en dos ocasiones ante miles de espectadores que no le había gustado en absoluto que Rubiales la hubiera besado, todo se reduzca a que hubiera contestado a la inapropiada pregunta de “¿Un piquito?”, con un inapreciable y obligado “¡Vale!”.

@karinacastelao

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