Por el cese inmediato de toda la violencia en Ucrania

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Nunca he sido equidistante, pero cada vez soy más prudente. Todo el mundo es libre de elegir bandos, y yo elijo por ahora el que me parece más difícil: exigir el cese de la violencia en todas sus formas. Me opongo rotundamente al principio de “cuanto peor, mejor”, a minimizar los “daños colaterales” y a otros eufemismos, porque siempre los paga la misma gente. “Material de protección personal” dice la ministra de Defensa que lleva a Ucrania.

No soy ingenua ni tiro por el camino de en medio para no mojarme. Soñé a los 13 años que asesinaba a Pinochet con las tijeras de costura de mi madre y lo que más me desconcertó fue que, una vez despierta, no me arrepentía (lo de Kissinger lo aprendí más tarde). Defender la república democrática, por imperfecta que fuera, contra el golpe fascista. Defender la libertad de opinión y expresión contra las dictaduras del pensamiento en todas sus versiones. Acabar con el genocidio en la Alemania nazi, en Palestina, en Yemen, en todas las guerras y conflictos convenientemente desinformados en África, en América o en Ucrania es un deber. Pero cuidado con los salvadores y su parafernalia, vengan con la bandera que vengan y cuenten las historias que cuenten, en cualquier época y lugar. Lo mismo se aplica a ciertas insurgencias “espontáneas” del pueblo.

Sabemos que toda violencia armada, reconocida o no como conflicto bélico, tiene un mismo trasfondo económico, la lucha de los poderosos por controlar el Mercado Global. Alimentos, salud, vivienda y energía, el planeta mismo y los seres humanos que lo habitamos cotizamos en bolsa. La violencia es esto, aunque las razones de los agresores se disfracen de símbolos y relatos rimbombantes: guerras santas, etnias infames o enemigos del pueblo.

Las grandes corporaciones están en todas partes y condenan a la precariedad y a la hambruna a millones de personas. Además, en alianza con el patriarcado, someten a la mitad de la población y se lucran con las criminales industrias del sexo, de la reproducción y de la estética en el mercado global sin que nadie mueva un dedo (pregunten a las ucranianas), ni contra el apartheid en el que viven millones de mujeres y niñas, esa injusticia insoslayable. Tampoco se ha prohibido la fabricación de armas ni su comercio, sin que ello anime a convocar una sola manifestación, ni aparezca en una sola línea de los programas electorales. Lo menciono por añadir un poco de contexto a ciertos “No a la guerra y con el mazo dando”, que se escudan y se esconden sin más argumentos tras una lamentable disyuntiva entre el paro y la fabricación de armas.

Todos los bandos armados nacionales, que representan en buena medida los intereses de los ejércitos privados sufragados por el poder económico, tienen derecho de veto en los organismos internacionales. Y detrás están los magnates de Biden (su hijo ha presidido la mayor compañía de gas afectada por el conflicto hasta 2017), los de Putin (que tampoco se caracterizan por defender a la humanidad), los que tienen el petróleo y los de la mayor fábrica del mundo.

Sin embargo, no soy partidaria de hacer saltar por los aires los mecanismos de los que disponemos, por muy mejorables que sean. La Organización para la Seguridad y la Cooperación en Europa, el mismo Consejo de Seguridad de la ONU y la política exterior de la Unión Europea -si se digna a recordar el espíritu casi perdido del progresista y antibelicista Manifiesto de Ventotene del que emana- tienen una gran responsabilidad. Carecer de ellos precipitaría la internacionalización de la violencia armada y no ganaría nadie. Porque detener el derramamiento de sangre es la primera prioridad. Y sentarse a restablecer el derecho internacional y garantizar los Derechos Humanos va en paralelo y ya llega tarde, años tarde, tras acuerdos en falso. Para ello debe contarse con actores independientes y protegidos y con los procedimientos que ya existen para velar por la seguridad de la población: la mediación profesional que, con el modelo del antropólogo Jean Paul Lederach sobre la construcción de la paz y la reconciliación sostenible en sociedades divididas, ha dado tantos frutos en el mundo entero, también en España. Lo que no excluye que todos paguen por sus crímenes. Ni, por supuesto, es ajeno a la obligación política de neutralizar las fuerzas del mercado en pro de una vida digna en todas partes.

Puede parecer entre posibilista y utópico, pero que alguien me ilustre si me he perdido otras opciones realistas que no lo empeoren, aquí y ahora.

1 COMENTARIO

  1. Vaya deposión se atreven a escribir sin conocer ni mencionar las causas del conflicto. Como si fuera de los últimos siete días. Como si fuera hora de citar santones de su rama.
    Oportunismo sin compromiso con un mundo en equilibrio y ceguera con las guerras que sufren los nadies.

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