Catalunya tras el #14F: mensajes de la clase obrera y de las mujeres

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Nunca se habla de la clase obrera, excepto para achacarle el ascenso de la extrema derecha. Dado que las personas de clase obrera no hablan, sino que suelen ser habladas por otras –el ventriloquismo de la academia, del periodismo y de la política de clase media proyectando prejuicios no conoce límites- sirven para un roto y para un descosido a la hora de valorar los resultados electorales. Nada nuevo. Es para lo que vienen sirviendo, ilustran tanto las colas del hambre como las revueltas de las hinchadas de equipos de cualquier división. Clase obrera reducida y confundida con marginalidad y salvajismo, acción sin pensamiento, inmediatez. Madres y padres nefastos para su prole. Y fascistas -ojo, de un fascismo hispano nada carolingio, no el de las barbaridades nórdicas que sueltan por las redes ciertos número 3 y otros de una lista que se junta por la pasta (les gusta el 3, pero ya vimos gracias al Caso Palau que no tienen inconveniente en que sea el 4 o el 5), con cientos de miles de ecos de selectos compatriotas que se sienten tan civilizados como oprimidos. Los fascistas siempre son los otros y los otros por excelencia son la clase obrera, que aparentemente no habla. Así vamos, in crescendo, desde que la experiencia y la memoria de la lucha antifranquista se redujo a camisetas identitarias del mercado global fabricadas en maquilas sureñas.

También se suele hablar por nosotras, las mujeres, como recuerda el elocuente título del último ensayo de Najat El Hachmi. Sin embargo, sí hablamos, y desde ambas posiciones. Al menos a mí me parece haber captado algunos mensajes, tal vez porque recuerdo bien el lenguaje de las opresiones que conozco de primera mano.

El primer mensaje que llega es que la clase obrera vota mayoritariamente por lo que se identifica como izquierda. Vamos a tomar un distrito sin clase media, poblado por familias trabajadoras tradicionalmente movilizadas desde la izquierda en una de las cinco grandes ciudades de Catalunya. El PSC, que ha sido la fuerza más votada en absolutamente todos los distritos de clase trabajadora de la ciudad, ha obtenido el 42,5% de los votos en ese distrito. En segundo y tercer lugar se sitúan Vox, con el 12,5%, y ERC, con el 12,4%, quedando el resto por debajo del 10%. Así que la clase trabajadora, abrumadoramente, NO vota a la ultraderecha, ni siquiera a la derecha. Vox se ha llevado allí 1.341 votos. Comparemos ahora este distrito con uno en el que predomina la clase media. Gana con un 29% JuntsxCat, seguido de ERC, con el 23,5% y del PSC, con el 16,1%. Vox obtiene menos del 5% (4,2%), que corresponde a 1.134 votos. Es decir, también mil y pico y de una mayoría de secciones censales con rentas medias y altas. Solo en los distritos con las rentas más altas de la ciudad hay más secciones censales en las que gana JuntsxCat, con varios candidatos a diputados de la línea supremacista expuesta más arriba y, menos en las que gana ERC que, por otra parte, es la segunda fuerza más votada en la ciudad. Así que, por favor, un poco de prudencia al afirmar que es la clase obrera quien vota a la ultraderecha y más honestidad a la hora de definirla.

El segundo mensaje que se capta es complementario del primero: la clase obrera está harta del desprecio. Sin duda, el PSC ha recuperado voto que se había ido a Ciudadanos y esto lo ha podido hacer por muchos factores, entre los que no es menor el haber superado el complejo de mostrarse y parecerse a la población que aspira a representar incorporando con normalidad el castellano en su comunicación, tomémoslo como indicador. Un gesto que solo los supremacistas pueden tildar de facha, ya que fachas somos para ellos todas las personas no independentistas de Catalunya. Ya saben, colonos, ñordos, etc., incluso si ostentamos algunos apellidos catalanes de soca-rel, esa expresión ridícula e inquietante en una tierra de paso milenaria, equivalente a los que se consideran français de souche, el target de los lepenistas. Esto sí debería preocuparnos y mucho. La extrema derecha nace de las élites, pero activa relatos diferentes según y donde convenga, con disfraces que contradicen su versión arcaica y rancia. Se dirigen a hombres y mujeres que se sienten agraviados, empobrecidos, parodiados o todo ello, y apelan a su resentimiento con el repertorio habitual procedente de su discurso anti-inmigración, igualmente esencialista. Conviene, pues, recordar que las estrategias discursivas y los gestos públicos tienen un efecto limitado de freno mientras no haya acciones reales para la mejora de las condiciones de vida sin hacer concesiones ni equilibrios con quienes les menosprecian.

Tras las últimas elecciones autonómicas de 2017, escribí en Treball un artículo como contribución al análisis de lo que a mucha gente de la autodenominada izquierda transformadora, en la que yo misma militaba hasta hace poco, le parecía una pesadilla incomprensible: Ciudadanos había ganado las elecciones autonómicas, arrasando en los barrios populares. A mí, en cambio, me parecía un resultado lógico ante el bloqueo excluyente y la ambigüedad calculada. Por supuesto, no solo no se me entendió, sino que muchos confundieron mi propuesta de explicación con una cierta identificación con el partido del IBEX35, un claro síntoma de la cerrazón que sigue negando las evidencias. Como consecuencia, En Comú Podem, supuesto heredero de las fuerzas políticas que habían gobernado durante cuatro legislaturas de esa misma ciudad-ejemplo, “bastión rojo” antes de la llegada del disolvente posmoderno y otras desgracias desmovilizadoras, ha quedado por debajo de todos los anteriores y solo por encima de los aún más irrelevantes. En el conjunto de Catalunya, han perdido ahora el 40% del voto, mientras su líder estatal afirma que se consolidan. Y eso sin haber ido detallando al electorado las barbaridades que han hecho y pretenden hacer contra las mujeres, pero con su voto. Además de aprobar los presupuestos de un gobierno en parálisis, de clamorosa inutilidad y, en más de un caso, rozando la delincuencia, su gran aportación a la legislatura -dicho, cómo no, desde la ironía- ha consistido en haber impulsado la reforma de la ley catalana contra la violencia machista 5/2008 que borra a las mujeres como sujeto de derecho a proteger por dicha ley.

Y, por ello, el tercer mensaje llega precisamente de las mujeres progresistas ante las elecciones: las feministas no teníamos a quién votar. Constatada la orfandad política, las mujeres han estado debatiéndose entre la abstención, depositar un simbólico ladrillo morado en el sobre o agarrarse a un clavo ardiendo. Con el máximo recelo ante el riesgo de retroceso sin precedentes en los derechos de las mujeres que hoy nos amenaza y la experiencia colmada de traiciones -ya saben, el habitual abismo entre lo que pone en un programa y lo que se cumple si se gobierna o se defiende si se está en la oposición- aún se podía rastrear y hallar a alguna feminista incorruptible en la lista del PSC. No les quepa duda de que estaremos todas vigilantes y guerreras como nunca, al margen de las decisiones que hayamos tomado como votantes.

Finalmente, un mensaje que llega con nitidez es el de la abstención, más allá de los efectos de la pandemia. Esto es un desastre por acción y por omisión, andamos en la cuerda floja y sin red y, ante la autodestrucción, no hay frontera que valga. Solo Uds., diputadas y diputados electos, en este sistema político, pueden alejarnos un poco de ella. Hagan cuentas. Pero, sobre todo, piensen en nuestro futuro.

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