Todas putas

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Las chicas se llaman putas unas a otras, a veces para exhibir una supuesta liberación sexual y siempre para competir ante los chicos, por exceso o por defecto de puterío según sea el ambiente más o menos conservador. Unas y otros llevan grabado a fuego el marco de ideas y valores del patriarcado contemporáneo.

A mí, como a todas, me han llamado puta varias veces con el acostumbrado significado de astuta y odiosa que se nos aplica a las que nos hemos movido con algún éxito por entornos tradicionalmente dominados por hombres. Ya se sabe que aspirar a lo mismo que ellos se considera ilegítimo de por sí. Pero también con el otro significado, el de la marca para deshonrar, sin mella real en mujeres de mi edad que ya salíamos a la calle de adolescentes gritando yo también soy adúltera y yo también he abortado, fuera o no verdad. Me provoca desconcierto y decepción descubrir la ridiculez en los profirientes del apelativo en cualquiera de sus acepciones, prueba de su falsa alineación con la igualdad entre mujeres y hombres, pero nada más. Hasta ahora no he corrido el riesgo de que me echen ácido en la cara por decir lo que pienso, aunque mejor no dar ideas a los que quieren quemar librerías con la gente dentro. Sin embargo, la cuestión es que también aquí, uno de los países menos desiguales y más seguros para las mujeres -y ya vemos cómo está el patio- puta sigue siendo la marca de hierro para el ganado hembra.

El caso de las dos hermanas paquistaníes de Terrassa asesinadas y los de las dos adolescentes que han ido a denunciar su caso acto seguido, una situación bien conocida en algunos institutos y en la asociación Valentes i Acompanyades, es un recordatorio de la insoportable cárcel en la que viven muchas niñas y mujeres. Porque toda mujer es una puta si no obedece como posesión que es de la fratría, que la puede torturar y eliminar con el invento del honor como mensaje a todas las demás y a mayor gloria de quien perpetra el disciplinamiento. Tú eliges: puta ajena o hermana asesinada. Tu vida no es tuya y tu libertad no existe. Y mucho menos tu libertad sexual.

Una cárcel de la que algunas disfrutamos el tercer grado, un régimen de semi libertad, siempre en riesgo de que nos puteen. Desde la violencia que te difama y te silencia hasta la violencia que te penetra sin tu deseo. Hasta la muerte por desobedecer o resistirse.

Todas puteadas y todas, en realidad, putas. Las putas gratuitas en la mente de las manadas, niñas y mujeres que pasean por ahí su insultante y cándida libertad, violadas por una sexualidad masculina alienada basada en la erotización del sometimiento de las mujeres. Las putas por precio, encerradas en burdeles o encadenadas al aire libre en rotondas, las consumibles del primer negocio mundial. Cuanto más degradadas las condiciones, mejor. Embarazadas, refugiadas, con discapacidad. Niñas. Bebés. Un entretenimiento del pack de happy hour con cerveza y salchicha.

Así que, compañeras que decís defender los derechos de las mujeres puteadas a las que llamáis trabajadoras sexuales, recordad que el primer derecho de una persona es el de ser considerada una persona. Es decir, no ser comprada, ni vendida, ni alquilada, ni verse obligada a consentir la repugnancia y la autodestrucción para sobrevivir. Y no, no es lo mismo que limpiar baños, que parece que no habéis limpiado nunca uno. Es hacérselo además de limpiarle el baño, o el culo, ese derecho de pernada como condición para mantener el trabajo, un clásico donde los haya en la experiencia de todas las trabajadoras. El que precede al reclutamiento de las más empobrecidas, desesperadas, ingenuas, o repudiadas por sus familias por querer ser libres: “si tu quisieras, podrías ganar mucho más”.

Si puteros y proxenetas, los enemigos de las mujeres y las niñas, están complacidos con vuestra posición es que os equivocáis. Y si no es bueno para vosotras y para vuestras hijas, hermanas, madres y amigas, no lo es para ninguna. Lo mismo se aplica a todas aquellas niñas y mujeres desprotegidas por la interpretación androcéntrica del artículo 14 de la Constitución Española, que se lleva por delante sus derechos constitucionales, pero no los de los hombres de sus mismos entornos. Y de nuevo, si curas, imanes y patriarcas de todo tipo coinciden con mantras abstractos sobre el respeto a la diversidad cultural que solo tiene unos beneficiarios y no son ellas, es que os equivocáis.

Se reforman y promulgan leyes que se burlan de nosotras. Leyes contra la violencia machista que ni siquiera mencionan la explotación sexual y reproductiva de las mujeres, ni la conculcación de derechos que defiende ese mismo artículo 14, como ha ocurrido en Cataluña. Leyes para garantizar nuestra libertad sexual que consagran la falacia neoliberal del consentimiento, como la llamada ley del “solo sí es sí”, aprobada en el Congreso. Mientras tanto, cientos de miles de mujeres y niñas, todas puteadas, sin rescate, protección, ni reparación del Estado.

Las mujeres decentes y las putas solo existen en el ideario del patriarcado, esas ideas criminales que nos marcan y subordinan a todas desde nuestro sexo. Necesitamos otras leyes. Empecemos por la primera y más importante para exigir nuestra plena condición humana y ciudadana, la Ley Orgánica Abolicionista del Sistema Prostitucional. #LOASPseráLey o a esto que lo llamen sistema de castas y que se borren la palabra feminismo de la boca. Por eso fuimos a Madrid el 28 de mayo de 2022. Otra vez.

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