Cartas marcadas en el debate político preelectoral

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Alícia Boluda Albinyana, profesora de secundaria en la Comunidad Valenciada desde 2004 (especialidad, Valencià: Llengua i Literatura) y feminista radical.

La noche del 19 de julio de 2023, a escasos días de las elecciones generales del 23J, tuvo lugar en RTVE un debate político a tres bandas con Santiago Abascal, Yolanda Díaz y Pedro Sánchez a falta del cuarto candidato, Alberto Núñez Feijóo. Su ausencia -que no se notó demasiado, la verdad, no pararon de nombrarlo- se debía según parece a una cuestión de estrategia. Me pregunto si es aquella de “cuanto menos me vean, menos defectos me encontrarán”, a lo reality show, que cuanto más discreta es la postura de quien concursa, más puntos le da la audiencia.

Para empezar fuerte hablaré de algo notorio: ninguno de los tres candidatos supo decir que una mujer es la hembra adulta de la especie humana. Abascal lanzó la pregunta sólo para hurgar en la herida (por más que lo niegue, cree más en el género que Judith Butler). Díaz, en vez de contestar, le rebotó la pregunta a él, que sonrió por respuesta. Y Sánchez negó con la cabeza y cambió de tema. Así fue como los tres pasaron por encima de las leyes trans, que afectan a la mitad de la población española: enfocando el tema como una mera puya discursiva.

Después de concluir cada bloque temático el conductor del programa, Xabier Fortes, dio paso al llamado minuto de oro en que tradicionalmente cada candidatura lanza su speech pidiendo el voto para su formación política. Abascal terminó con un contundente y sonado “viva España”. ¿Es el “viva” el nuevo “arriba”? A algunas, aunque no nos hemos criado en dictadura, un escalofrío nos recorrió la espalda. Díaz, después de decir mil veces en el debate y en su campaña “esto va de…” apostó por apelar al yo, al “Vota por ti”, frase muletilla que se puede cargar y descargar del sentido que queramos: así funciona la política posmoderna. En su exposición sólo apeló a la agenda feminista al citar la lucha contra la violencia de género. Pero el minuto con el que me quedé especialmente fue el de Pedro Sánchez. Me pareció llamativo que un candidato a presidir un país defendiera su programa de esta manera:

“Para que gane la ciencia y pierda el negacionismo.
Para que gane la cultura y pierda la censura.
Para que gane la convivencia y pierda el odio.
Para que ganen los aplausos y pierdan las caceroladas.
Para que gane la verdad y pierda la mentira.
Para que gane el respeto y pierda el insulto.”

Si nos ponemos a analizar, todos los puntos son correctos bajo un prisma ético. Ahora bien, ¿qué se está prometiendo con ellos desde una perspectiva de izquierdas? ¿Y desde una perspectiva feminista, de los derechos de las mujeres? ¿Se están usando cartas no trucadas o con marcas y comodines? Vayamos por partes.

El punto «Para que gane la ciencia y pierda el negacionismo» ¿A qué se refiere, de qué negacionismo habla? ¿Del cambio climático, de las vacunas, de la violencia machista…? ¿Entraría también en el argumento el negacionismo de la realidad material y biológica del sexo humano? Porque las leyes trans, o de autotedeterminación de sexo, apuestan por una concepción fluida y no binaria de los individuos que conforman la especie humana, mujeres y hombres -y más que apostaban, no hubieran tenido freno de no ser por el trabajo del movimiento feminista empeñado en que el gobierno no se quedara ciego del todo-. Sus consecuencias ya las pagan, por ejemplo, las mujeres deportistas.

«Para que gane la cultura y pierda la censura». Es una buena idea. Pero… ¿Cabe en esta la erradicación de la censura en los medios de comunicación que, en los últimos años, no informan de las acciones del movimiento feminista en nuestro país? Si gana el PSOE, ¿se considerará censura el boicot de presentaciones de libros u obras con perspectiva crítica con el transgenerismo, especialmente feministas? ¿Se podrán convocar sin peligro actos que reivindiquen la abolición de la prostitución o la ilegal y mal llamada «gestación subrogada»?

«Para que gane la convivencia y pierda el odio». Perfecto, una democracia no puede albergar odio si pretende definirse como tal. Pero tendremos que aclarar de qué odio hablamos. ¿La misoginia sería un agravante? ¿El odio que recogen las habituales expresiones «kill the TERF» o «TERF que veo, TERF que reviento» contaría como delito? ¿O si se dirige en exclusiva a mujeres feministas no sería una amenaza sino una crítica tolerable?

«Para que ganen los aplausos y pierdan las caceroladas.» Muy bien, los escraches y las caceroladas de poco sirven, cierto, el reconocimiento de lo positivo -si se ha conseguido- es más beneficioso para una sociedad. No obstante, ¿qué pasa con los escraches que impiden u obstaculizan la presentación de estudios como el “Informe Trànsit: de hombres adultos a niñas adolescentes” de Feministes de Catalunya? ¿Y el de los coloquios universitarios y las presentaciones de libros? ¿Qué pasa con esos puntos de mira que se dibujan, fotografían y suben a la red cuestionando a docentes universitarias/os cuya postura es crítica con la ideología de la identidad de género?

«Para que gane la verdad y pierda la mentira» es quizás el argumento que más me llama la atención. ¿Cuál es la mentira que debe perder para que gane la -supuesta- izquierda feminista? Porque ser mujer no es un sentimiento, pero se ha legislado sobre esa falacia. La ley del «Solo sí es sí» ha beneficiado a agresores. La coeducación no se aplica en las aulas, se está introduciendo el transgenerismo en su lugar y la poca que se aplica está siendo redefinida por anticientíficas teorías de lo queer. No se lucha activamente contra la violencia sexual que sufren las niñas, ni contra el porno como escuela de violadores o de adictos a una sexualidad violenta y misógina. Ni contra los marcadores sexuales que discriminan a las estudiantes de determinada religión. Ni contra el androcentrismo en el sistema educativo pese a ser un área de trabajo tan feminizada y ser niñas el 50% de estudiantes en primaria y secundaria, y más del 50% en la universidad.

Por último, dijo P. Sánchez que debíamos votarle «Para que gane el respeto y pierda el insulto». Me pregunto qué insultos son los que deben perder esta batalla para conseguir un gobierno progresista y una sociedad justa. Feminazi, abola o lesbiana excluyente, ¿cuentan? ¿TERF es uno de ellos o lo van a seguir pasando por alto como hasta hoy, como si de una travesura transactivista se tratara?

De verdad que me pregunto si la clase política española, y más la de izquierda, que hace gala de ser feminista, va a respetar de una vez por todas a las mujeres y a las feministas o si va a seguir sin tomarnos en serio y marcando todas las cartas para ganar siempre la partida. Lo digo porque una buena política de izquierdas y feminista sería la que propone jugar limpio y que así gane la democracia y pierda el patriarcado.

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