El pasado 13 de junio un trágico suceso tuvo lugar en la campaña de Iberdrola en Konecta BTO, Madrid. Una trabajadora falleció súbitamente mientras estaba en servicio, a la vista de todos sus compañeros.
Una muerte en dichas circunstancias es siempre un suceso traumático. Pero a ello tenemos que añadir la posible gravedad de los hechos: según denunciaron varias de las secciones sindicales de la empresa los empleados aseguran que se continuó el servicio de atención de llamadas. Bajo el pretexto de que se estaba atendiendo un servicio esencial, los testimonios que esos empleados transmitieron a sus responsables sindicales manifiestan que se decidió continuar las tareas, pese a encontrarse aún en las oficinas el cuerpo de la compañera fallecida.
Todos sabemos que el telemárketing es un sector que se caracteriza por la precariedad, por considerar a sus trabajadores poco más que un número, y para los cuales el trabajo al teléfono es altamente alienante. Pocas cosas diferencian al trabajador del contact center del terminal telefónico y de las aplicaciones que utiliza: desde el inicio de la jornada todo lo que haga va a estar medido en números. El tiempo operativo, el tiempo de descanso, los minutos que esté en aseo, el tiempo que esté con el sistema caído, el tiempo promedio de llamadas, sus estadísticas de venta, su valoración en cuanto a calidad. Todo. Números de principio a fin. Conforme escalamos en la estructura de dichos servicios, las mismas personas pasan a ser un número sin más. Un factor de producción. Como lo puede ser una fresadora o una carretilla elevadora en otro tipo de trabajos.
Teniendo en cuenta esto, es más fácil de entender lo sucedido en Konecta. Un grupo empresarial que crece imparable a nivel internacional absorbiendo competidores menores y que poco a poco se ha convertido en la empresa líder del sector. Con la terciarización de la economía nos quisieron vender la flexibilidad y la competitividad como un gran avance, pero lo cierto es que la temporalidad, la parcialidad, los salarios bajos y las altas presiones que pesan sobre la salud mental entierran el horizonte de quienes se ven atrapados en el sector.
Explicaba Zigmunt Bauman en su libro Modernidad y Holocausto que la barbarie de los campos de concentración nazis sólo fue posible como consecuencia de la inhumana racionalidad de un sistema de producción que se perfecciona al máximo pasando por encima de cualquier consideración. Salvando las distancias, el capitalismo actual funciona como una maquinaria implacable que para seguir produciendo al límite de sus capacidades necesita una inmersión de todas sus unidades productivas -fundamentalmente las empresas- en una barbarie competitiva sin fin donde los trabajadores no dejamos de ser un factor de producción. Y sólo la lucha de los trabajadores, si es con un horizonte de superación del capitalismo, podrá detenerlo.
Descansa en paz, Inma.