Nunca podrán deslucir la gloria del Ejército Rojo

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Yo pongo el alma mía donde quiero.
Y no me nutro de papel cansado,
adobado de tinta y de tintero.
Nací para cantar a Stalingrado.
Pablo Neruda.

La verdad sólo tiene un camino y la historia indica de forma indudable que Rusia posee el derecho y el privilegio de celebrar cada 9 de mayo el Día de la Victoria, antes como Unión Soviética o ahora como Federación Rusa, pues con enorme sacrificio de su pueblo logró resistir con heroicidad y finalmente vencer al horror nazifascista.

Esta celebración solemne, tan solemne como la efeméride más memorable de cualquier país libre, es oficial y como tal es impulsada por los poderes públicos de Rusia. Poseen así el envidiable honor de conmemorar, con rigor de oficialidad, la lucha contra el fascismo.

Más allá, la festividad podría considerarse extensiva a toda la humanidad, dado que, aunque la operación Barbarroja de la Alemania nazi y aliados proyectaba exterminar a unos 30 millones de rusos a los que consideraban seres inferiores (cifra no muy lejana de la que se estima en pérdidas soviéticas durante la guerra), la persecución contra las personas valoradas como untermenschen se prolongaba hacia judíos, gitanos o negros.

Sin embargo, en la Unión Europea, jardín donde dicen que florecen los valores más elevados de la democracia, se procura deslucir y censurar el recuerdo de este hecho histórico para la humanidad. Se diría que, más bien, los conservadores europeos tienden a la afinidad -una vez más- con quienes ponen en duda a los valores antifascistas.

La guerra convierte en víctima a la verdad, vampirizada con el veneno de la propaganda. Una propaganda que en este tema no es nueva. Es proverbialmente conocido el esfuerzo histórico occidental, desde la Guerra Fría, por minimizar y desmerecer el papel soviético en la liberación del nazismo, para cubrir la realidad con el relato de la victoria a cargo de soldados anglosajones.

Antaño este encubrimiento procuraba disimular un hecho vergonzante para la sociedad capitalista: que la colosal maquinaria bélica de la Wehrmacht (más el apoyo añadido de legionarios procedentes de otros países, incluida España) fuese superada en capacidad productiva y aplastada por una nación teóricamente condenada al fracaso socialista, además organizada por la precisa estrategia de Stalin.

Ayer la Europa cristiana y civilizada mandaba sus huestes a salvar al mundo de la amenaza bolchevique; hoy lo hace para defender los intereses de la Alianza Atlántica y su bandera ahora es la de los valores de la democracia. Bajo ese lema ha constreñido el ya asfixiante cerco de la OTAN sobre Rusia y ha embarcado a la UE en un viaje sin retorno hacia la pauperización extrema de su clase trabajadora, bajo un paisaje de aumento de la tensión bélica que no parece conocer el peligro. Para ello financia con miles de millones, apoya diplomáticamente y envía armamento, además de mercenarios y entrenadores, al régimen de Zelensky, administración subrogada que emplean para prolongar la guerra.

Hoy la industria del relato alcanza la maestría. En una pirueta rocambolesca, quienes se auto identifican como demócratas antifascistas pretenden salvarnos del fascismo blanqueándolo y normalizando su presencia en Europa. Y quienes son meros gestores delegados del imperialismo norteamericano, nos advierten de la amenaza del «imperialismo ruso». Deplorable es la deriva de los políticos españoles de la teórica izquierda que empezaron argumentando que Putin no es un santo y acabaron como colaboradores del envío de armas a Ucrania.

Esta industria de la verdad vampirizada es muy hábil. Mientras escribo estas líneas, cruzo los dedos para que no se produzca ninguna víctima inocente por atentados similares al perpetrado hace unos días, cuando explosionaban unos artefactos teledirigidos sobre el Kremlin, en un suceso que los medios europeos no atribuyen a nadie, o podrán asignar a grupos autónomos de hábiles emprendedores anónimos, así como hicieron con el sabotaje del gasoducto Nord Stream.

En países como Alemania se trata de prohibir los símbolos soviéticos en las celebraciones locales, aunque finalmente el veto ha sido levantado y este año sí se podrán mostrar. En otros países, como Moldavia, Letonia, Lituania o Georgia, los símbolos como la cinta de San Jorge estarán prohibidos.

La presidenta de la Comisión Europea, Von der Leyen, viajará a Ucrania para asistir a la celebración alternativa del Día de Europa, que Volodymyr Zelensky propone como homenaje en el que «al igual que hace 80 años, Ucrania está luchando contra el mal total». Esta incongruencia debe entenderse en el peculiar contexto de las normativas ucranianas por la descomunización.

En esas tergiversaciones nos tenemos que manejar los trabajadores europeos. Nos escamotean la realidad con las mismas maquinaciones ilógicas con las que nos roban los servicios públicos o los derechos laborales.

Quién sabe si Joe Biden reanudará su Consejo de la Desinformación, tildado como Ministerio de la Verdad, para incluir en la lista de autores que ponen en riesgo la seguridad nacional a su compatriota Ernest Hemingway, quien sobre el Ejército de Obreros y Campesinos afirmó:

«¡Cada ser humano que ame la libertad debe al Ejército Rojo más agradecimientos de los que pueda pagar a lo largo de toda una vida!».

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