Hemingway, Cuba y la honestidad

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Quienes tienen el oficio o la afición de enfrentarse al vértigo de la página en blanco, quizás encuentren en los consejos de Ernest Hemingway un oportuno santo al que encender las velas de sus oraciones. El famoso autor norteamericano recomendaba a los escritores aficionados que, para encontrar la motivación que arrancase el motor de la escritura, sólo tenían que «escribir una frase de verdad y seguir a partir de allí», pues en su experiencia sabía que «si empezaba a escribir de forma compleja, me daba cuenta que podía cortar ese ornamento y tirarlo a la basura para empezar de nuevo con la primera frase verdadera y sencilla que había escrito previamente».

«Era un viejo que pescaba solo en un bote en el Gulf Stream y hacía ochenta y cuatro días que no cogía un pez» es la primera frase de El viejo y el mar; «estaba tumbado boca abajo, sobre una capa de agujas de pino de color castaño, con la barbilla apoyada en los brazos cruzados, mientras el viento, en lo alto, zumbaba entre las copas» es la primera de Por quién doblan las campanas (curiosamente similar a la última, entre agujas de pino). Frases escuetas que predican con ejemplo su propio consejo, en las que quizás sean sus obras más famosas. Ambas escritas en Cuba.

Con esa máxima aplicada a su estilo, Hemingway parece anunciar una de las señas principales de los temas de sus novelas: el afán por la honestidad, a pesar de las dificultades de la vida.

Para conocer sobre la vida del personaje, uno de los novelistas más conocidos en todo el mundo, existen numerosas biografías y documentales. En esta época de contenidos en streaming, es interesante ver la serie Hemingway (biopic de 2021 disponible en Filmin), organizada en tres capítulos y realizada por Ken Burns y Lynn Novick. La serie cuenta con abundante material del propio autor y su entorno familiar, y en ella participan con sus voces actores como Meryl Streep, Patricia Clarkson o Jeff Daniels.

Suele suceder que, en las biografías de los artistas que hayan tenido alguna relación con la izquierda y con el socialismo, se enfatiza si en algún momento de su vida se desdijo de su ideología, o si no manifestó de manera pública y explícita su compromiso político.

Es llamativo que, por contra, esto jamás ocurre en los artistas conservadores o moderados que en sus trabajos critican el capitalismo, incluso aunque la crítica del sistema sea el núcleo de su obra. La ideología dominante actúa en estos casos de ese modo: si el autor es cercano a la izquierda, la no manifestación del compromiso categórico del propio autor es visto como un demérito, una prueba de la falla del socialismo; sin embargo, cuando el autor aparentemente no tiene inclinación política pero critica a la sociedad capitalista, el sistema rara vez se ve cuestionado y es el autor quien probablemente sea un excéntrico o un inadaptado.

Como no podría ser de otra manera, en el caso de Hemingway -cumbre de los novelistas norteamericanos del siglo XX, referente de escritores hasta la actualidad-, su cercanía hacia la causa de la izquierda es puesta en entredicho. Más allá del inevitable enjuiciamiento actual del personaje desde la óptica postmoderna (aficionado a los amoríos volubles, interesado en el mundo taurino, la caza, bebedor… son diversos los aspectos que hacen del Hemingway personaje un sujeto poco agradable), es su interés por la República española y Cuba el aspecto más controvertido.

Así ocurre en la serie que se menciona. En ella ocupa una buena parte los 20 años que el escritor pasó viviendo en Cuba. Se interpreta que la prolongada estancia en la isla se debe al gusto del escritor por los placeres de la vida, de modo que encontró en La Habana un paradisiaco lugar donde vivir y que además le permitía practicar la pesca y beber daiquiris.

En el segundo capítulo de esta serie, uno de sus hijos, Patrick Hemingway, dice literalmente: «creo que lo que le gustaba de Cuba era que podía aislarse de ser americano; podía dejarlo atrás y entrar en un mundo sin lealtad, sin arrepentimiento. Era una especie de rincón neutral para él. Los cubanos han contribuido mucho a la idea de su amor por el pueblo cubano, pero (entre carcajadas) no creo que él sintiese mucho por el pueblo cubano. Puesto que no podía estar en España, Cuba era lo segundo mejor».

Es lógico que una serie norteamericana, biografía del novelista norteamericano más famoso y premio Nobel, no podía dejar de poner el foco en esas palabras expresadas directamente por su hijo. En un sentido bien diferente, otras personas muy cercanas al autor se expresaron de otra manera.

Es el caso de Valerie Hemingway, nuera y última secretaria del novelista, quien, en un coloquio internacional sobre el autor en 2017, dijo que Hemingway nunca ocultó su admiración por Fidel Castro. «Era su amigo y se sentía satisfecho de serlo y confiaba en que la Revolución sería beneficiosa para los cubanos. Conviví en Cuba con los Hemingway hasta finales de 1960, y recuerdo bien cómo fue presionado por el gobierno de su país para que abandonara la Isla».

Valerie mencionó, además: «tener que salir de Cuba en 1960 (un año después del triunfo definitivo de la Revolución Cubana), tras el deterioro de los vínculos entre ambos países y la presión de las autoridades norteamericanas, lo entristeció hasta la depresión».

Acerca de la relación de Hemingway con cuba, contamos con un excelente testimonio, el del también internacionalmente conocido novelista Gabriel García Márquez.

García Márquez, en el prólogo que redacta para el libro de Norberto Fuentes Hemingway en Cuba, explica que Martha Gellhorn, esposa del escritor en esos años, tuvo la idea de comprar la famosa Finca Vigía, cercana al centro de La Habana. «A muchos escritores que tienen casas en distintos lugares -explica Gabo- se les suele preguntar cuál consideran su residencia principal, y todos contestan que es donde tienen sus libros. En Finca Vigía Hemingway tenía 9.000 libros, 4 perros y 57 gatos».

No en vano transcurrieron desde ese momento dos décadas, en las que en suelo cubano fueron escritas las más conocidas obras del autor.

Prosigue García Márquez en ese texto: «se dice con demasiada facilidad que Hemingway no fue más que un espectador pasivo. Su pensamiento político, que se había expresado de un modo tan inequívoco y apasionado en la Guerra Civil española, parecía ser un enigma en el drama de Cuba».

«Otro aspecto muy controvertido de Hemingway -expone García Márquez unos párrafos más adelante-, fue su relación con la Revolución cubana. Si bien no se recuerda una opinión suya de aprobación pública, tampoco se conoce una de desacuerdo. Casi un año después del triunfo de la Revolución, y cuando ya estaba planteada la hostilidad del gobierno de los Estados Unidos, el periodista argentino Rodolfo Walsh le hizo a Hemingway una entrevista entre los alaridos y empujones de la gente en el aeropuerto de La Habana. En esa entrevista (…) Hemingway alcanzó a gritar en su castellano correcto: vamos a ganar, nosotros los cubanos vamos a ganar».

Un año y medio después se quitaría la vida, ya en su país natal. García Márquez profundiza en ese prólogo sobre esta polémica, que «para la Revolución era indiferente y marginal», y aclara que Fidel Castro se encargó de los trámites para la familia tras su muerte, y que Fidel fue siempre un declarado lector del novelista norteamericano, quien se encontraba entre sus favoritos.

No es extraño pensar que entre ambos hubiera una admiración mutua. Para Hemingway, Castro, un hombre que se enfrentó a un dictador apoyado por el todopoderoso imperialismo yanqui apenas con unos cuantos soldados -que aunque eran hombres y mujeres extraordinarios no dejaban de ser sólo un puñado de soldados-, debía ser el paradigma del héroe de sus novelas que al mismo tiempo es la modesta figura de una persona común, del pueblo.

Y a su vez, Hemingway para Castro era el narrador de la epopeya del ser humano modesto, que sólo cuenta con su nobleza y su honestidad para enfrentarse a las dificultades de la vida, y que, pese a sufrir penurias y saber que su causa está perdida de antemano, no se rinde y sigue luchando.

Cómo no iban a encontrarse. El mensaje tras el poema que inspira el título de Por quién doblan las campanas, qué es si no el presentimiento en el campo de la lírica del concepto dialéctico de la totalidad. Una injusticia cometida contra un semejante en la otra parte del mundo, es cometida también contra mí. Internacionalismo socialista. La honestidad de quien sabe que la razón marcha en su mismo camino.

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