Ni 30 años hemos durado.

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El 22 de junio de 1993 se publicó en el BOE el Real Decreto que dictó que la palabra “mujer” sustituyera a “hembra” para referirse a las personas de sexo femenino.

Históricamente las mujeres hemos sido consideradas seres inferiores a los hombres durante milenios, a los que sí se les presuponía raciocinio y habilidades sociales y cognitivas para dirigir el mundo. A nosotras se nos consideraba seres de segunda destinadas a parir, limpiar y un “desahogo” sexual de los varones. Como decía Shopenhauer, filósofo alemán del siglo XIX, “las mujeres son animales de pelo largo e ideas cortas”; o como también dijo Napoleón, “las mujeres no son otra cosa que máquinas de producir hijos”.

Las feministas nunca se rindieron. Desde el momento en el que tomaron consciencia de que la opresión que sufrían radicaba en el hecho de nacer mujer, pidieron que se las considerara ciudadanas de pleno derecho. Pero en ese camino difícil fueron traicionadas varias veces. La primera vez en la Ilustración, cuando las apartaron de disfrutar de los derechos de los ciudadanos porque estaban reservados para los varones, pese a que ellas habían participado activamente en las revueltas. Más tarde, cuando el movimiento para la abolición de la esclavitud consiguió alguno de sus objetivos vieron que a ellas también se les negaba un derecho básico como el voto. La última traición, a mi juicio, se perpetra en el siglo XXI despojando de contenido la palabra “mujer”.

Ahora que Irene Montero y Pedro Sánchez venden a las mujeres por unas monedas de plata al transactivismo, ser mujer ya no significa pertenecer al sexo femenino, sino que es un sentimiento que dependerá de la subjetividad de cada cual.

Desde la aprobación de este Real Decreto en el año 93 hasta la votación de la ley trans en el parlamento, han transcurrido exactamente 29 años y 6 meses.

El reconocimiento, tan importante, de que las mujeres somos las personas del sexo femenino con capacidad de raciocinio y ciudadanas de pleno derecho se desvanece cuando cualquier varón pueda ir a un mostrador del registro para que le cambien la etiqueta sexo en su DNI, sin mostrar ningún documento, ni cambio alguno, que acredite el nacimiento de ese “derecho”. Pasará a ser considerado mujer a todos los efectos jurídicos, incluyendo las acciones positivas reconocidas en la Ley de igualdad entre mujeres y hombres o las medidas de protección especial para mujeres víctimas de violencia machista.

De forma tácita, ya que “hombre” y “mujer” serán consideradas identidades subjetivas a nivel jurídico, para hablar de forma concreta de la realidad material y orgánica volveremos a tener que usar hembras o progenitor gestante. De nuevo, las mujeres quedamos relegadas a la animalidad y la cosificación.

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