La Cloaca Máxima de la TV

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Recuerdo con un poco de vergüenza -porque no era entonces un niño sino ya un joven-, una vez que fui a comentarle a mi padre algo que escuché en la radio. Me sentía indignado porque en la cadena SER habían insultado a Julio Anguita («personaje funesto», entre otras lindezas, decía de él Carlos Llamas). Mi padre sólo contestó: «piensa que esa radio es una empresa privada». En mi candidez daba por supuesto que una emisora de radio nacional con millones de oyentes tenía una vocación pública y era imparcial.

Hoy los medios compiten en una exuberante selva de podcasts, espacios, streamings y otras nuevas vías audiovisuales que dan acceso a todo tipo de información, así como acceso a que cualquiera pueda convertirse en flamante creador de contenidos. Hasta el ex vicepresidente Pablo Iglesias va a crear un nuevo canal de TV, que promete será distinto a cualquier otro, porque «todos los demás dicen lo mismo». Se supone que combatirá así lo que él llama las «cloacas de los medios».

A pesar de todo ese caudal de información potencial, la impresión general de los grandes medios es que la oferta es muy pobre: recurrentes polémicas entre diputados, entre periodistas famosos, activistas… Un espectáculo de aparente debate que, en realidad, es una perfecta simbiosis en la que furibundos enemigos se necesitan mutuamente para seguir apareciendo en pantalla, pues la polémica de unos retroalimenta a los otros.

Posiblemente la característica dialéctica principal de los medios informativos se encuentra en la esencia misma de la labor periodística. Sin la información que nos aportan los medios, los ciudadanos normales andaríamos por la vida política como los espectadores de las sombras de la caverna platónica. Nuestra visión del mundo (nuestra filosofía, porque como dice Althusser la filosofía no es solo cosa de los profesores: los obreros, campesinos, funcionarios, médicos, también hacen su filosofía) depende de lo que podamos conocer de la realidad.

Pero como proceso comunicativo, hay una interacción entre informador y receptor. Si el informador pretendiera que el público reciba sin más una serie de datos, los que le interesa que sepa, hablaríamos de propaganda.

Esa interacción es fundamental. Tan importante es la forma en que el medio se comunica como la respuesta que recibe. De ello dependen, sin ir más lejos, los medios de masas. La réplica de los millones de lectores, oyentes o espectadores define a los medios y en esa relación recíproca se produce la opinión pública.

Esta relación dialéctica entre medios y usuarios es puramente material. Tanto que cualquier elevada pretensión idealista, por muy bienintencionada que sea, no tiene más remedio que descender al suelo de los hechos materiales. Los medios no son inocentes comunicadores. Poseen dueños y son muy atractivos para los intereses económicos. Y, aunque se considerasen independientes, el juego informativo se desarrolla necesariamente dentro del campo de la ideología dominante.

Si usamos el razonamiento que analiza las sociedades desde la lucha entre sus clases (esto es, si usamos la lógica materialista y dialéctica, en lugar de intentar mantener con vida la oscura lógica decimonónica e idealista), un medio realmente novedoso y diferente al resto sería el que fuese capaz de aportar información necesaria a la clase trabajadora para que transformase la opinión pública.

Y ocurre con las cloacas como los caminos, que todos conducen a Roma. Las cloacas romanas desembocaban en la Cloaca Máxima, especie de arteria principal de la ciudad que recogía los vertidos de las arteriolas y capilares.

Las cloacas informativas también desembocan en otras de mayor calado. No terminan en lo puramente informativo, sus intereses pueden estar tan diversificados como las acciones de un pudiente fondo de inversiones. Ni tampoco las cloacas tienen fronteras y se acaban en Francia o en el estrecho de Gibraltar. Al contrario, se proyectan hacia la UE y hasta los Urales, allá en Ucrania, y dan la vuelta al mundo.

Quiero decir con esto: ¿qué aporta de nuevo y de transformador un medio que señale las miserias domésticas o nacionales (toda una hazaña, nadie lo duda) pero no señala sus relaciones a nivel de Unión Europea, o de la OTAN?

¿No sería una ocultación, un encubrimiento, un escamoteo de la verdad contar sólo la parte que interesa y no la verdad completa? ¿No sería decir lo mismo que los demás, un mero vocero de las bondades de la UE y de la «defensa» de la OTAN ante la «guerra de Putin», pero con un maquillaje más progresista? Y hemos dicho que contar sólo lo que el informador quiere que se sepa es propaganda.

En el caso de la polémica sobre los insultos de la escoria ultraderechista a Irene Montero, por ejemplo, la información sobre ello sería incompleta si se refiere sólo al trabajo de las mujeres que son cargos públicos. Para ser verdaderamente transformadora debería poner de manifiesto -en lugar de servir de distracción- la realidad de millones de mujeres explotadas, condenadas a trabajos de peores condiciones; debería señalar a las empresas de gestación subrogada; debería señalar la prostitución, considerada como necesaria en la ideología dominante.

Si no es así, ocurriría con la controversia de la ministra de Igualdad como con la polémica de Sanna Marin, que fue portada de todos los medios por su derecho a la diversión, mientras su Gobierno sumaba a Finlandia a la OTAN, con todo lo que esto supone a las puertas de una guerra mundial, y sin consultar a sus ciudadanos.

No hay nada de novedoso en algo que no tiene pretensiones de transformar verdaderamente. Es cosmética, es reforma, es política útil de lo que permitan. Por ello es consentido por el sistema, aunque en apariencia genere una enorme polémica.

Lenin, continuador del análisis materialista iniciado por Marx, lo entendió con claridad: “La libertad de prensa en la sociedad burguesa es la libertad de los ricos de engañar, corromper y embaucar cada día a las masas explotadas y oprimidas del pueblo, a los pobres. Esa es la verdad sencilla y evidente, conocida de todos, observada por todos y comprendida por todos, pero que casi todos silencian pudorosamente y esquivan con temor.

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