Suman Ucrania a la candidatura ibérica del Mundial 2030 «para mejorar el mundo»

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Las federaciones española y portuguesa de fútbol anunciaron ayer que Ucrania formará parte de la candidatura conjunta para organizar el Mundial de Fútbol en 2030. El proyecto es ya plenamente oficial y cuenta con el apoyo de los organismos competentes de ambos países de la península, así como del máximo responsable de este deporte a nivel europeo, la UEFA.

La noticia ha originado debate entre los propios aficionados, pues puede interpretarse que se trata de un movimiento que peca de oportunismo, y que no es necesario para un proyecto de por sí interesante para España y Portugal, con la suficiente capacidad y tradición futbolística para acoger este acontecimiento internacional, que suele atraer la atención de millones de personas en el mundo.

La forma en que participaría Ucrania en este modelo no ha sido definida aún, aunque ayer en el noticiero deportivo de la cadena SER, el presidente de la federación española, Luis Rubiales, explicó que se tratará de ubicar uno de los tradicionales grupos de selecciones de la primera fase en aquel país. El resto de partidos tendrían lugar ya en la península, repartidos entre estadios lusos y españoles.

En la presentación conjunta con sus homólogos portugués y ucraniano, Rubiales aludió al aspecto emotivo de la candidatura: «el proyecto pretende servir como fuente de inspiración a la sociedad a través del fútbol, con un mensaje transformador de solidaridad y esperanza».

«Si el fútbol es capaz de cambiar la vida de las personas -explicó Rubiales-, debe ser capaz también de mejorar el mundo; el fútbol es emoción, es sentimiento, es universal».

Sin embargo, las críticas parten de la sensación de que, precisamente, se trata cada vez menos de sentimientos y más de intereses económicos.

Los aficionados al fútbol saben que el llamado deporte rey, capaz de mover a masas y de generar fuertes pasiones, ha pasado de ser una práctica popular -que podía elevar al grado de estrellas a jóvenes de origen humilde, o de enfrentar en épicas victorias a clubes o países modestos frente a otros más poderosos- a estar plenamente manipulado por monopolios económicos relacionados con los ingresos televisivos o los derechos de imagen.

En este sentido, la Federación Española de Fútbol no parte con antecedentes que refuercen las motivaciones sentimentales e inspiradoras que sugiere su presidente para justificar la llamativa candidatura. La celebración de partidos oficiales de competición en otros países, como el nuevo formato a cuatro clubes de la Supercopa, resulta extraño para los amantes de este deporte, acostumbrados a que se celebre en territorio nacional. España organizó la final a cuatro de este trofeo en Arabia Saudí en 2020 y en enero de este mismo año. No es el único país en disputar partidos oficiales en otros países. Así Italia lo ha hecho en Estados Unidos, China, Qatar o la propia Arabia.

Aficionados saudíes muestran indumentarias con los colores del Real Madrid en una de las supercopas celebradas en su país.

Que los países elegidos para disputar competiciones en terreno foráneo pertenezcan a gobiernos con capacidad económica para pagar considerables cantidades a las federaciones resta bastante credibilidad a su mensaje emocional. Por ejemplo, la prensa deportiva estima que el contrato con Arabia Saudí, que será también sede de la Supercopa en las próximas dos ediciones, se pagará en 30 millones de euros por año, que son 10 millones por cada uno de los 3 partidos que componen el torneo.

Por otra parte, la Intervención del Estado sigue investigando la contabilidad de la Federación de Fútbol, tras desvelarse conversaciones entre miembros de este órgano y personas relacionadas con el mundo del fútbol sobre el supuesto cobro de comisiones para llevar a efecto el contrato de la Supercopa de España en Arabia Saudí.

Un clara intención política en la candidatura.

Ahora además, con la candidatura al Mundial de 2030 extendida a Ucrania, se añade un componente político que no va a resultar indiferente en el mundo del fútbol, cuyo enorme peso traspasa su influencia al componente social y político de todos los países.

La intención política de esta decisión no se disimula desde la Federación. Sus responsables explican que es una candidatura que «refuerza los vínculos con Europa, generando esperanza y dotando de herramientas de reconstrucción al pueblo ucraniano, que ha expresado su orgullo y gratitud por participar en este proyecto».

El momento elegido para demostrar ese deseo de esperanza y reconstrucción surge ahora, una vez desencadenado el conflicto bélico con Rusia, y no en los 8 años anteriores de conflicto que afectan al pueblo ucraniano desde los disturbios del Maidán, en los que Europa no fue precisamente neutral.

Tampoco queda aclarado qué relación tendría la celebración del Mundial con las repúblicas y territorios ucranianos que hace apenas unos días decidieron en referendos su anexión a la Federación de Rusia. Las consultas, vistas desde Europa como inválidas, han iniciado un proceso que parece inexorable para el Gobierno ruso.

Es conveniente recordar además que altos funcionarios de las entidades europeas han manifestado su deseo de que el conflicto se prolongue «hasta el último ucraniano», y que las voluntades de los Estados afines a la Alianza Atlántica parecen tender a la cobertura económica (con cargo a enormes cantidades de sus presupuestos) de la extensión de la guerra por tiempo ilimitado y al albur de las consecuencias a nivel global que puedan producirse.

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