Claroscuros tenebrosos en los obituarios de Gorbachov

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El beso de Judas, impresionante pintura de Caravaggio en la que se aprecian las características del claroscuro.

En las semblanzas a la muerte de un personaje famoso, sobre todo si su figura fue controvertida, los panegiristas suelen recurrir a la expresión «luces y sombras». Todos la hemos encontrado abundantemente en los artículos de prensa progresista tras el fallecimiento de Gorbachov.

Los articulistas de los grandes medios juegan con esas luces y sombras hasta llevarlas a un nivel superior: el claroscuro. En esta técnica, los pintores barrocos resaltaban la expresividad de un determinado detalle, ocultando en sombras el resto. En la maravillosa imagen anterior, observarán que el foco de luz se sitúa en picado desde la parte superior, de modo que nuestros ojos se concentran en el rostro de Jesús y Judas, mientras el entorno permanece velado o difuminado.

De una forma similar a los maestros del claroscuro y del tenebrismo, los medios afines a la alianza occidental procuran con enorme habilidad resaltar el foco que les conviene, cuando no difuminar o directamente cortar el cable del que no les interesa.

Así hemos leído y escuchado que Mijaíl Gorbachov fue un personaje imprescindible para la paz mundial y la lucha contra los regímenes autoritarios.

Me parece significativo el artículo de Rafael Poch en Ctxt, llamado precisamente «Luces y sombras de M. Gorbachov«. Poch, que fue corresponsal en Moscú, presenta a un «personaje político extraordinario» que, aunque poseía una «ingenuidad optimista», supo ascender (como «una anomalía») en el ambiente terrorífico del PCUS. Una especie de Claudio en la corte de Calígula. Su importancia, en resumen, fue la de «democratizar» la «mezcla de socialismo y dictadura» soviéticas. Pero resulta que, pese a ser una «autocracia comunista», era la URSS un freno necesario para la expansión de la OTAN.

Nada menos que el exvicepresidente Iglesias cita este artículo, en el mismo medio. En un razonamiento similar (ver imagen) expresa que, aunque la desaparición de la URSS significó un paso atrás para la humanidad, fue un «régimen indefendible».

El lector perspicaz observará en esta relación de respeto/aversión hacia la URSS, tan común de los referentes progresistas, un contrasentido muy peculiar.

¿Puede explicarse esta contradicción tan misteriosa?

Una forma de intentar resolverlo es alumbrar la parte ensombrecida de esos retratos. Esto es, desvelar lo que la ideología dominante oculta en las sombras tenebristas.

Por ser esquemáticos, digamos que los difamadores de la URSS, conservadores o progresistas, suelen convenir en que el capitalismo es un sistema inevitable, que no puede superarse hacia otro escenario que no sea la reforma en una versión capitalista más humana y sostenible; argumentan que el comunismo deviene fatalmente en totalitarismo y que los personajes como Gorbachov encarnan la lucha contra esa dictadura en unos ejes básicos: democracia, libertad y paz.

Pero ocurre que ese foco que iluminaría la parte ensombrecida podría descubrirnos que el capitalismo, incluso en una improbable versión domesticada, ni es más democrático, ni nos hace libres, ni quiere la paz.

Bastaría por recordar lo ocurrido ayer mismo y refrescar a nuestros desahogados referentes progresistas que durante la pandemia se puso de manifiesto la evidente superioridad de los sistemas económicos con planificación frente al caos desastroso del capitalismo. Pero por no jugar con ventaja, dejemos en las sombras este detalle y veamos muy brevemente el resto:

  • Sobre el deseo de más democracia, el capitalismo ha demostrado en cuantiosas ocasiones que le importa bien poco la soberanía de gobiernos legítimos de naciones enteras. No miren muy atrás para encontrar un ejemplo, la actualidad nos ofrece uno bien claro: la Unión Europea sometida a los deseos de los Estados Unidos, dispuesta a inmolar a su clase trabajadora con tal de rendir vasallaje a los intereses de las bolsas americanas. ¿Qué democracia es aquella de los gobiernos que traicionan la soberanía de su propio país para satisfacer los deseos de grandes empresas?
  • La supuesta libertad del capitalismo y su transparencia (como aquella glasnost) la podemos comprobar en nuestros días: leyes mordaza, persecución judicial, censuras, periodistas como Pablo Sánchez retenidos durante meses sin motivo, otros como Julian Assange condenados a la muerte en vida precisamente por desvelar verdades que pongan en aprieto los intereses de las multinacionales… La libertad en capitalismo no es otra que la libertad de mercado.
  • En lo que se refiere a la paz, el cinismo llega a su grado más alto. El imperialismo de la OTAN necesita la confrontación permanente con un enemigo. Su forma de evolucionar es la guerra constante, porque el sistema se sostiene sobre la rapiña, el saqueo y la necesidad de acumular recursos. Los mayores avances tecnológicos y buena parte de la producción de los países se dedican a la creación de armamento. La guerra es un negocio lucrativo en sí mismo y, además, muy efectivo para los intereses de los fondos de inversión, pues permite la acumulación por la violencia de las fuentes de riqueza.

¿Qué se teme de un sistema basado en el poder popular estructurado en una completa ramificación de asambleas -soviets-, que logró los hitos de la sanidad y educación universales y los mayores derechos de los trabajadores jamás conseguidos? Si, en lugar de ser oscuros, hablaran con sinceridad, tras la abominación de lo que representa la Unión Soviética encontraríamos que esconden dos enormes temores.

Primero, el pavor del pequeño privilegiado hacia las revueltas populares. Los cambios sociales permitidos son los controlados por una meritocracia representativa, es decir, aquellos cambios que no pretendan el derribo absoluto del sistema -que se llevaría por delante también los privilegios de los pequeños burgueses-, los cambios deben venir a través del pragmatismo conformista, de la reforma pacífica, el supuesto reparto de la riqueza, la sostenibilidad sensata, etc.

Segundo, el rechazo al marxismo, su difamación en una imagen gris, inhumana, triste, totalitaria. A esta manipulación ya tradicional le viene como anillo al dedo, por cierto, la satanización de la figura de Stalin: un imaginario profusamente construido a través de miles de películas y novelas, de leyendas de gulags y purgas en los países socialistas. No obstante, los incontables asesinatos de líderes sociales en el resto del mundo, las desapariciones forzadas, los guantánamos, los bloqueos, el lawfare, todo esto no se contabiliza como purgas ni gulags en capitalismo, desaparece difuminado en la zona tenebrosa del claroscuro.

Y así es como la ideología dominante eleva a la categoría de premio Nobel de la Paz a una figura tan cuestionable. En cambio, personalidades bastante autorizadas, que también le trataron en persona y convivieron en su entorno político, como Gennady Zyuganov, responsable del Partido Comunista de la Federación Rusa, catalogan en Pravda sin ningún tipo de rodeos al personaje: «cínico traidor de la URSS».

Un beso de Judas que ha necesitado grandes capas de ignorancia y oscurantismo.

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