Política del deseo, política de la necesidad

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Martín Endara Coll, biólogo molecular.

Vuelta al cole, vuelta a anunciar a bombo y platillo la inminente aprobación de la Ley Trans, y todavía no se sabe al interés de quién responde esta normativa. En parte, porque su desarrollo no ha ido acompañado de ninguna investigación que aclare quiénes son las personas trans ni qué problemas tienen, más allá del ridículo estudio sobre las personas no binarias, que acabó siendo un copia y pega de otro adjudicado en 2020 a una empresa de importación de partes de coches. El otro día, durante una amena conversación sobre la aberrante transfobia de J. K. Rowling, las terfs, y cualquiera que diga que los hombres cometen más crímenes violentos que las mujeres, mi interlocutora tuvo la compasión de explicarme que nunca iba a encontrar la evidencia que buscaba, que nunca vamos a tener datos para definir a las personas trans, ya que las ciencias sociales no funcionan así. Nunca vamos a saber su edad, sexo, tasa de desempleo, nivel educativo, esperanza de vida, orientación sexual, prevalencia de autismo ni tasas de suicidio. Si de verdad quería entender a las personas trans, me dijo, tenía que conocerlas en persona, hablar con ellas y escuchar “a la comunidad”, es decir, a las asociaciones que dicen representarlos. Y, sobre todo, tener empatía.

El meollo de los debates sobre las leyes trans es la falta de datos, y la reivindicación de que no los necesitamos es compartida por una parte de la izquierda. No necesitamos saber, solo tener empatía y escuchar los deseos de las personas trans, expresados unilateralmente por los portavoces de Chrysallis, FELGTB, COGAM, Stonewall, Mermaids y cualquier otra organización que diga representarlas. Saben perfectamente lo que desea la comunidad trans, y no necesitan explicar cómo lo saben porque cuestionar la fuente de su saber ya es transfobia. Tampoco se sabe con qué legitimidad estas organizaciones se han erigido en representantes de una comunidad incognoscible, formada por un número desconocido de personas de las que solo sabemos que comparten la etiqueta trans.

Si mañana las feministas de Contra Borrado decidieran cambiarse de sexo registral y definirse como organización trans, sin cambiar nada de su discurso, ¿se creería alguien que representan a la comunidad trans? Lo más probable es que no tuvieran ninguna credibilidad, que las acusaran de algún tipo de apropiación, y que Irene Montero siguiera sin reunirse con ellas. O, si los 40.000 miembros del foro para desistidores de Reddit, aquellos que iniciaron la transición médica para después arrepentirse, se organizaran para tener una voz propia, ¿se los consideraría representantes legítimos de la comunidad? Tanto unas como otros, al advertir sobre los efectos secundarios de los bloqueadores de la pubertad, están velando por el bienestar de las personas que se autodefinen como trans, y en cierta manera ya las están representando.

Lo que distingue a los verdaderos representantes de la comunidad trans de los falsos ídolos son los deseos que manifiestan, y su intención de prohibir el cuestionamiento de esos deseos. Este cuestionamiento intolerable da nombre a los nuevos crímenes de odio. El cuestionamiento de la identidad de género da lugar al misgendering, que no es más que el uso de los pronombres “incorrectos”, y al deadnaming, el uso del nombre “incorrecto”. El cuestionamiento médico se considera gatekeeping, cuando el personal sanitario no proporciona inmediatamente cualquier tratamiento que el paciente desee o los informes médicos o psicológicos necesarios para hacer el cambio de sexo legal. El cuestionamiento de la identidad de género por parte de un psicólogo se compara con las terapias de conversión usadas para convencer a los homosexuales de que en realidad son heterosexuales. Es también del deseo que nace el concepto del “techo de algodón”, una asquerosa analogía usada por los hombres que creen que las lesbianas les deben sexo porque ellos dicen sentirse mujeres.

Claro que, cuando conviene, saben hablar de necesidades. Repiten hasta la saciedad que las mujeres trans son inmigrantes, pobres y prostituidas, pero estos temas no suelen formar parte del orden del día en sus reuniones con partidos políticos, ni vienen acompañados de datos (sigo buscando el origen de aquella cifra del 80% de paro trans). Porque más allá de las redes sociales y los cánticos callejeros, los representantes de la comunidad trans no han pedido ningún cambio político que mejore las condiciones de vida de los inmigrantes (y por tanto los inmigrantes trans), las personas pobres (y por tanto la pobreza trans) ni las mujeres en situación de prostitución (y por tanto las personas trans en situación de prostitución). Sus reivindicaciones pasan por prohibir el misgendering, prohibir el deadnaming, facilitar el acceso a cualquier tratamiento médico que deseen y prohibir que los psicólogos cuestionen la identidad de género de sus pacientes. También piden la legalización de los vientres de alquiler, para satisfacer el deseo de comprar hijos, y la legalización de la prostitución, para satisfacer el deseo de violar a mujeres pobres. Y estas reivindicaciones chocan frontalmente con las necesidades de las personas trans.

Si hacemos caso de la poca información disponible, la gran mayoría de las personas que se identifican como trans son chicas adolescentes, y como menores de edad puede suceder que sus deseos choquen con sus necesidades. Es por eso por lo que los menores son tutelados por adultos, para velar por su bienestar. Entonces, ¿por qué se quiere aprobar una ley basada en los deseos de menores de edad, amplificados por organizaciones trans que se niegan a estudiar el problema y lo reducen todo a escuchar y tener empatía? Si realmente se quiere ayudar a las chicas adolescentes que se identifican como trans, el primer paso debería ser definir sus problemas y sus necesidades. Si, como también apunta la poca evidencia disponible, estas adolescentes suelen ser autistas, con altas capacidades, depresión y ansiedad, quizás no necesiten tratamientos hormonales, mastectomías y pronombres nuevos, quizás necesiten apoyo psicológico y feminismo para escapar de los roles de género. Y obviamente no les beneficia que se regulen los vientres de alquiler y la prostitución.

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