“En ocasiones veo magufos”

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Magufos que creen ser científicos y desmontan las supuestas “magufadas” de los científicos con otras de cosecha propia, para que al final no se sepa quién es el magufo. O sí se sepa, a poco que se aplique un mínimo de lógica al relato y revisen las fuentes. Y eso es lo que le pasa a Mariano Beltrán en su artículo del Huffingtonpost del pasado 26 de abril, que ve magufos más allá de sus posibilidades.

El autor construye su denuncia del magufismo psicológico en tres pilares:

El primero, que “El feminismo necesariamente complejiza la realidad”. Que las que señalan (las Radfem) a las “personas trans como problemáticas o incluso como enemigas del feminismo” no son feministas y “refuerzan el paradigma epistemológico del androcentrismo y sus lógicas de poder”.

El segundo, que “la psicología es diversa, con distintas posiciones teóricas y epistemológicas, pero esta diversidad no puede amparar posiciones contrarias al respeto a la diversidad sexual y de género”.

Y el tercero, que “Defender que el sexo es binario es una afirmación magufa cargada de ideología y alejada de la evidencia”, como ha demostrado la bióloga Anne Fausto-Sterling.

La primera de sus afirmaciones es ya en sí llamativa, pues si el feminismo “complejiza necesariamente la realidad”, y no de cualquier manera, sino “necesariamente”, “exprofeso” es incoherente que a continuación diga que “Va deshaciendo siglos y siglos de dogmas y de identidades esenciales…” ¿En qué quedamos: complejiza o deshace? Porque si se complejiza algo es que lo hace difícilmente accesible al entendimiento, pero si deshace dogmas es que aclara, desmonta conceptos e ideas erróneas.

No voy a decir qué es el feminismo, para eso están las teóricas y activistas que lo han definido de forma muy clara y sencilla: “La realización plena de la mujer en todas sus posibilidades” (Clara Campoamor); «Un movimiento social y político que supone la toma de conciencia de las mujeres como grupo o colectivo humano, de la opresión, dominación y explotación de que han sido y son objeto por parte del colectivo de varones … lo cual las mueve a la acción para la liberación de su sexo con todas las transformaciones de la sociedad que aquélla requiera» (Victoria Sau); o “Entendemos por feminismo … un tipo de pensamiento antropológico, moral y político que tiene como su referente la idea racionalista e ilustrada de igualdad entre los sexos” (Celia Amorós).

Y se miren por dónde se miren cualquiera de estas definiciones de feminismo, lo último en lo que se puede pensar es que son complejas o complejizan la realidad y, además, “necesariamente”. No sé qué idea de feminismo tendrá Beltrán cuando afirma lo que afirma, y menos cuando asegura que “que refuerzan el paradigma epistemológico del androcentrismo y sus lógicas de poder”.

Sólo se puede entender si considera que los “trans” son sujetos del feminismo, algo incongruente con la biología -luego lo veremos- y con las definiciones que arriba se muestran.

Porque si está criticando al feminismo porque no incluye a los “trans” debemos pensar que se está refiriendo a los que habiendo nacido hombres en un momento de su vida dicen ser mujeres y comienzan un proceso de transición, ¿no? En este caso serían hombres que se dicen mujeres. ¿Y le extraña que el feminismo no considere como objeto político a un hombre por mucho que diga sentirse y querer ser mujer? La lógica de Beltrán es mejorable.

En su segundo postulado, que “la psicología es diversa, con distintas posiciones teóricas y epistemológicas, pero esta diversidad no puede amparar posiciones contrarias al respeto a la diversidad sexual y de género” es una forma de hablar sin decir nada en concreto, porque la psicología es una ciencia que estudia el comportamiento humano, las condiciones en que éste se desarrolla y los procesos mentales que la acompañan.

Y todo este trabajo se hace, cuando se sienta ante ti una persona, con una estricta observancia de las reglas deontológicas que se marcan en la profesión. Y entre esas reglas está la que indica que “el ejercicio de la Psicología se ordena a una finalidad humana y social, … como: el bienestar, la salud, la calidad de vida, la plenitud del desarrollo de las personas» (art. 5), teniendo como principios el “respeto a la persona, protección de los derechos humanos, sentido de responsabilidad, honestidad, sinceridad para con los clientes, prudencia en la aplicación de instrumentos y técnicas, competencia profesional, solidez de la fundamentación objetiva y científica de sus intervenciones profesionales» (art. 6).

Y dentro de esa honestidad, sinceridad y prudencia está no aceptar autodiagnósticos de “estoy en un cuerpo equivocado”, sino aplicar los instrumentos de diagnóstico y técnicas que den solidez objetiva y científica a la intervención, que es lo más alejado que hay del autodiagnóstico que se me puede ocurrir.

Por eso, cuando un paciente expresa su malestar, que puede tener más o menos claro, hay que hacer un poco de arqueología para ir quitando capas y acotar el problema, hasta estar seguro que lo que se le devuelve al paciente, las alternativas que se le proponen, los objetivos a conseguir, el tiempo, etc., se corresponde con lo que cualquier otro psicólogo/a puede concluir si sigue un método racional de análisis y no se deja llevar por la presión social de aceptar el autodiagnóstico. Y eso es respetar al paciente, a la profesión y a la sociedad que te ha capacitado y confía en que trates a tus pacientes con la mejor de las disposiciones.

Porque “El/la Psicólogo/a respetará los criterios morales y religiosos de sus clientes, sin que ello impida su CUESTIONAMIENTO CUANDO SEA NECESARIO EN EL CURSO DE LA INTERVENCIÓN” (art. 9). Es decir, que dudar y hacer dudar al paciente de su historia es parte de la terapia y de nuestras las obligaciones profesionales.

¿Os imagináis que se aceptase que una persona con 1,65 cm., 37 kilos e IMC ≤ 13 kg/m2 está gorda y debe seguir adelgazando y se la animase a ello aún más? Pues eso es lo que se está pidiendo en los casos de “autodiagnóstico” de “disforia de género” por estar en un “cuerpo equivocado”; y es lo que Mariano Beltrán llama “respeto a la diversidad sexual y de género”.

Y llegamos al tercer punto, lo de que el sexo no es binario y lo ha demostrado la bióloga Fausto-Sterling. Que según su planteamiento es el más científico de su argumentación. Pues vamos a verlo.

Lo que Fausto-Sterling escribe en 2000 en Sexing the Body: Gender Politics and the Construction of Sexuality (publicado en España en 2006) es lo que en 1993 en The Five Sexes. Why Male and Female Are Not Enough [1], e identificó como un continuum o espectro sexual, es una descripción de las patologías del desarrollo sexual embrionario que ya eran conocidas desde hacía décadas de años en medicina, y en unos porcentajes tan fantasiosos que John Money, que mandó una carta al New York Academy of Sciences en su número de marzo/abril de 1993 escribió: “Que yo sepa, no hay ninguna publicación que se me pueda atribuir en la que sugiera, como dice la Sra. Fausto-Sterling, “los intersexuales pueden constituir hasta el 4 por ciento de los nacimientos”. Además, es epidemiológicamente imprudente conjeturar que en el campus de la Universidad de Brown hay 240 estudiantes con un defecto congénito de los órganos sexuales que justificaría que se les diagnostique como intersexuales, es decir, hermafroditas”.

Carta John Money a New York Academy of Sciences.

Que Money considerase que los datos de Fausto-Sterling eran imprudentes no amilanó a ésta -ni a sus seguidores- porque tras el artículo de 1993 siguió en la misma línea en 2000 y 2020, si bien ajustando los datos, hasta el punto que daba porcentajes de esos supuestos “otros sexos” tan residuales -entre 0,0009 a 0,03 por ciento de los nacimientos [2]- que llama la atención cómo se agarran a estas ínfimas cantidades, como a un clavo ardiendo, los defensores del no binarismo.

Porcentaje tan exiguos que sería equivalente a considerar a la sindactilia (membranas interdigitales en manos o pies) como una variante de la especie humana entre terrestre y acuática. Y desde luego, la sindactilia es mucho más frecuente de lo que son las anomalías que Fausto-Sterling menciona.

Y así se construye la historia de las demostraciones «sientíficas» del no binarismo de la especia humana: presentando como otros sexos en un continuum lo que ya se conocía como anomalías del desarrollo sexual embrionario (ADS) desde hacía décadas antes del artículo de Fausto-Sterling.

En un aspecto sí coincido con el autor del artículo: Hay que vigilar que “las narrativas victimistas” del colectivo más oprimido de la historia no destrocen el conocimiento y nos vendan gato por liebre.


[1] artículo The Five Sexes: Why Male and Female are not Enough

[2] Errasti, J. y Pérez, M. (2022). Nadie nace en un cuerpo equivocado. Deusto.

1 COMENTARIO

  1. La respuesta es un poco larga, pero el tema es sobre una fantasia relacionada con el mismo tema: la identidad de género como un sinsentido. Requiere una comprensión de algo que no es fácil, y es por esta razón.

    Género, sexo y posmodernidad

    La definición de sexo viene determinando algo concreto en cada ser humano: masculino, femenino. Cada ser humano nace con un sexo natural, definido en la ciencia biológica y evolutiva, como la necesidad de existencia de ambos sexos para la reproducción. Esto es: género masculino, género femenino. Cada ser humano tiene un género de sexo.

    Ahora se pretende que esto no sea la realidad. En la posmodernidad la realidad se determina como fluidez: no hay verdades absolutas, ninguna realidad concreta que se defina por sí misma, solo «existencias posibles»; la historia se construye en cada momento, de nuevo, según «el pensamiento de moda», o, «la corriente de pensamiento dominante». También se caracteriza por pensar el lenguaje como lo único capaz de crear realidades; no hay existencia de ninguna realidad, si antes no es definida por el lenguaje. Toda la realidad posmoderna solamente es producto de nuestras ideas construidas con el lenguaje.

    En esta posmodernidad la utilización de la palabra género lleva a una confusión grave.

    El significado de la palabra género es utilizado, en el lenguaje normal, como un sumatorio de cosas concretas. Ejemplo: en el género animal, el género significa varios animales concretos. El género es un conjunto de animales. Un sumatorio de animales concretos.

    En esta posmodernidad, donde la palabra construye la realidad, esta realidad puede cambiar dando otro sentido a la palabra. Por ejemplo: la palabra género antes significaba un sumatorio de personas concretas, las personas de género masculino, o de género femenino. Ahora significa una sola persona: Juan es un género. Se asigna un género a cada persona. Aquí está la confusión, se emplea como un solo individuo diferente, aunque no se tenga conciencia de ello, y se pretende que siga siendo una clase de personas. Ahora género significa una cosa diferente. La palabra género se identifica con algo sentido por una persona: un sentimiento interior. También se emplea la palabra género con un sentido parecido al que tenía antes la palabra sexo; con anterioridad nacíamos con un sexo concreto, ahora nacemos con un género concreto.

    Este nuevo uso viene determinado por un sentimiento que se experimenta en el interior de cada ser humano. Este es el nuevo paradigma: el sentimiento. Y así se crea esta nueva realidad en este mundo posmoderno. Si con anterioridad nacíamos con un sexo asignado, ahora nacemos con un género sentimiento. Este sentimiento determina lo que somos. El problema está en que los sentimientos siempre están condicionados por nuestra experiencia; son experiencias y no cosas.

    El término género sentimiento nos lleva a una indeterminación absoluta. Un sentimiento puede describirse pero no identificarse. Solo es identificado algo idéntico a una cosa, esto es por definición la identidad, palabra que tiene su significado en lo que es igual a sí mismo. Pero un sentimiento no es una cosa, es una experiencia.

    Esto lleva a colación la identidad de género como un sinsentido. Querer identificar algo indeterminado no tiene sentido.
    La definición de la identidad de género sentimiento queda en el ámbito de la imaginación

    Esto es la posmodernidad: la construcción de una realidad que no es real, solamente lenguaje.

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