Rinocerontes trans

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Una de las características del transgenerismo es su capacidad para demostrar que cualquier atisbo de racionalidad y coincidencia con la realidad en su relato es pura coincidencia. Cuando crees que ya no te pueden sorprender van y se descuelgan con una nueva.

Si se dedicasen a la literatura fantástica o ciencia-ficción desbancarían a Asimov, Bradbury o Lovecraft, y por supuesto a J.K. Rowling en cualquiera de sus historias. No habría premios Hugo suficientes para premiar tal derroche de imaginación en sus relatos.

Sin embargo, los “trans”, a diferencia de la literatura fantástica, que se construye con una lógica interna muy elaborada, y en la de ciencia ficción con sólidas referencias a líneas de investigación en biología o astrofísica, han optado en su relato por el absurdo absoluto.

Relato que tiene un triple potencial; primero, construyes una situación ilógica y la haces creíble (nacer en un cuerpo equivocado); segundo, perviertes las evidencias científicas (el sexo es un espectro); tercero, señalas a los discrepantes como enemigos de los DDHH.

Por la primera premisa se rompe la racionalidad del discurso científico basado en hechos probados y no en elucubraciones, por la segunda se tira por la borda el método científico y con la tercera haces las listas de los enemigos como pedía Duval hace poco.

De las dos primeras no comentaré nada, que terraplanistas seguirán existiendo, se diga lo que se diga, y da pereza explicar por enésima vez lo evidente a quien no escucha y su máxima argumentación es llamarte tránsfobo al tiempo que presume de no haber leído lo que critica.

La tercera, la de señalar a los enemigos a denunciar es la que debe preocuparnos en primer lugar, porque de la aplicación de la futura ley “Trans” se van a derivar multas e inhabilitación profesional a quien discrepe de lo “trans”. Como ya está ocurriendo con Carola López Moya.

Y no es sólo ella, que otras profesionales, como Lucía Echevarría ha sufrido boicot a su obra por mantener una postura crítica con lo trans, o la propia Lidia Falcón, denunciada por lo mismo hace un año para al final archivarse la causa por falta de evidencias.

Y junto a estas otras muchas, como nuevas Bérenger, que sin tener su relevancia mediática sufren el acoso en RRSS o trabajos si osan discrepar de lo que ya es un discurso único resistiéndose a convertirse en los rinocerontes que Ionesco denunciaba hace 60 años.

Porque ser un Bérenger requiere coraje moral e intelectual para enfrentarse a la irracionalidad disfrazada de defensa de los “más oprimidos”, de defensa de sus “derechos humanos”, sin explicar nunca en qué y cómo les son negados, y expuestos a una multa o inhabilitación.

A lo que ahora aspiran los “trans” no es a convencerte de la racionalidad de sus posturas, sino a que te calles y te sumes a la espiral de silencio que Elizabeth Noelle-Neuman señaló en 1977, como ese miedo al rechazo social por ir a contra corriente de la “opinión pública”.

Por eso, el pasado 6 de abril, Mónica Zas recogía en un artículo en eldiario.es la opinión de Victoria Durán de que “Rowling lo tenía todo. Era una persona queridísima y solo tenía que mantener un perfil bajo…” En otras palabras: que se callara lo que pensaba.

Que, si Rowling es “una tránsfoba”, que lo sea, pero de puertas adentro. Que se calle y no moleste, que calladita está más guapa. Pero como Rowling no se muerde la lengua y dice las cosas sin ambages y se la entiende, pues a por ella. Como se va a por cualquiera que no se calle.

Rowling es una Bérenger, y deja claro que ella no va agachar la cabeza: “Me niego a inclinarme ante un movimiento que está haciendo un daño demostrable al tratar de erosionar a la ‘mujer’ como clase política y biológica y ofrecer cobertura a los depredadores como pocos antes”.

Por eso está en el punto de mira “trans”, porque no acepta que su valor profesional depende de la aceptación social por ir contra sus convicciones, que el totalitarismo “trans” anule el debate convierta la discrepancia en un delito y la libertad de cátedra en una entelequia al albur de la cobardía del rectorado de turno, como sucedió en el máster de la Universitat Autónoma de Barcelona que impartía Juana Gallego, antes a Rosa M. Rodríguez Magda en la Universidad de Murcia o en el más reciente boicot a José Errasti y Marino Pérez en la Universitat de les Illes Balears.

Hoy, la opinión publicada hasta la náusea es que los “trans” es el colectivo más oprimido de la historia, que niños de 2 años saben que han nacido en un cuerpo equivocado, que la «ciencia» ha demostrado que el sexo es un espectro y majaderías semejantes, que dichas por “expertos y expertas” con la profundidad intelectual de un waterpolista o filosofe todoterreno van conformando la opinión pública por ausencia de voces que desde la universidad, el periodismo, la investigación se callan para no ser señaladas y condenadas al ostracismo.

Por ello veo estéril discutir ahora quién señaló primero que el emperador estaba desnudo, porque en esta historia nos jugamos mucho y cuantas más voces denuncien la irracionalidad, mejor. Ha habido voces antes, otras desde hace “cuatro días” y ojalá se sumen más. Ninguna sobra.

Y si somos conscientes que estas voces -históricas o nuevas- no tienen ni la audiencia ni la difusión con la que día a día cuenta el delirio “trans” agrupar esfuerzos es esencial. Unir lo disperso, valorar cada aportación, empujar en la misma dirección es la tarea por excelencia.

Porque en la medida que quien se atreva en su trabajo, en su red social o familiar a hablar confiadamente y a no alimentar esa espiral de silencio, se sienta moralmente respaldado estaremos contribuyendo a que la opinión pública no sea la opinión publicada y publicitada.

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