El villano de Madrid durante el último mes

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Cuando acaba de cumplirse un mes de la intervención rusa contra el gobierno fascista de Ucrania voy a compartir con ustedes un día cualquiera de este último periodo. Normalmente creo que las experiencias personales sólo atañen al sujeto que las goza o padece. Sin embargo, creo que si es usted de los que hacen esfuerzos por estar mínimamente informado del mundo que le rodea, se va a sentir identificado. Tal vez también si, simplemente, quiere usted hacer su vida diaria, pero se siente perturbado por un irritante rumor de fondo del cuál, desde hará 30 o pocos más días cuando este artículo les llegue, es inútil intentar escapar. Vamos allá:

6:30 a. m.: El villano de Madrid se pone en marcha por el tono de Indiana Jones que usa como despertador en su móvil. La primera acción del día es acudir a apagar el tono y al coger el teléfono en sus manos descubre en la pantalla de bloqueo un banner de la bandera del país eslavo que ustedes saben en el cual se le conmina a «permanecer al lado de Ucrania». El martilleo empieza con el propio día.

7:15 a.m.: Durante estos tres cuartos de hora, el villano de Madrid ha desayunado, se ha duchado, y se ha vestido. Baja penosamente a la calle hacia su lugar de trabajo. Durante el trayecto a la estación de metro, de no más de cinco minutos, encuentra abierto uno de los locales más madrugadores del barrio, que ya sirve desayunos a quien por lo que sea no puede hacer en su casa la primera comida del día antes de acudir a sus obligaciones. Sin embargo, avisan en un anuncio que los gestores del establecimiento están colaborando en una campaña para enviar comida a ese país que ustedes saben. Al menos no son armas, piensa el villano. Impresión que se ratifica cuando en uno de los pocos periódicos de papel que aún se compran, que mantiene uno de los clientes del local visible sobre su mesa, observa las últimas declaraciones de Borrell, Von Der Leyen o, peor aún, de Biden hablando en nombre de Europa, donde se muestran decididos a hacer frente a Rusia por el camino que sea. En el momento de escribir este artículo lo último que ha pasado en ese sentido es que el mandatario norteamericano ha afirmado con toda seriedad que «cortar el gas ruso va a dañar a Europa, pero estoy dispuesto a pagar ese precio» (sic). Todo ello ante la mirada de la presidenta de la Comisión Europea, Ursula Von der Leyen que observaba impertérrita.

7:20 a.m.: Nuestro villano continúa su trayecto y, ya llegado al metro, observa dos anuncios de ONGs en las paredes del suburbano que por supuesto piden ayuda para ese país del este de Europa que ustedes saben. Mientras llega el tren y mientras este le transporta a su trabajo, mira un rato las noticias en el móvil, donde evidentemente hay un bombardeo continuo del drama de los desplazados ucranianos —en algunos casos incluyendo símbolos nazis o declaraciones de odio racista por parte de esas «inocentes víctimas»—, y de la feroz represión del gobierno ruso contra quien no acate su visión de la guerra. En todo ello colaboran hasta comunicadores de izquierdas que han hecho una labor muy encomiable en otros temas. Mientras, de pasada, se habla del periodista español que lleva semanas retenido en Polonia, país oficialmente «güeno», sin poder ver a su abogado, o de cómo ver los canales de información rusos que han sido bloqueados en esta parte del mundo. Un sesudo psiquiatra conocido en su casa a la hora de comer afirma haber diagnosticado al mandatario ruso Vladimir Putin como psicópata. Una universidad ha decidido purgar de sus bibliotecas a Tolstoi o Dostoievski, maniobra que, como todo el mundo entiende, es muy útil contra la llamada «agresión rusa». Además, en un festival de cine, se ha prohibido proyectar filmes rusos. Abrumado por este rodillo, nuestro villano intenta cambiar de tema viendo los deportes, pero las noticias son sobre la exclusión de deportistas rusos de competiciones deportivas y la pancarta de No a la guerra que se proyectó antes de tal partido de Liga de Campeones o la Liga Nacional. En otro intento de desconectar, nuestro protagonista intenta ver noticas de ocio: viñetas de cómic, por ejemplo. Pero muchas son viñetas de prensa donde se caricaturiza a Putin como un asesino sanguinario o se derraman lágrimas por los pobrecitos ucranianos que tanto grano nos vendían antes de la invasión, cuando los niños del país jugaban despreocupados y felices en su maravilloso y dulce hogar.

7:35 a.m.: El villano de Madrid llega a su estación de destino. De esta se encamina a su lugar de trabajo. En el camino hay una publicidad institucional del Ayuntamiento donde se nos comunica que los madrileños permanecemos al lado de Ucrania. Así, todos en pleno, sin preguntarnos ni pedirnos parecer. Este villano piensa que ya tiene claro quiénes van a ser los nuevos invitados de honor del aquelarre ultraderechista internacional en que han convertido su ciudad.

7:40 a.m.: En los vestuarios y taquillas de su lugar de trabajo, el villano de Madrid se encuentra con algunos compañeros que le comentan noticias que les han llegado por canales informativos plenamente fiables, como sus wasaps personales. Así nuestro protagonista se entera de algo que jamás hubiera sospechado: que los ucranianos tenían gatitos monísimos a los que querían mucho hasta que el malvado Putin destruyó su idílico hogar.

8:00 a.m.: Tras veinte minutos organizando su jornada y ordenando sus enseres, el villano comienza su jornada. Algún compañero de trabajo pone la radio. Dependiendo de quién tenga la idea, nuestro villano disfrutará de una tertulia donde se tratará un único tema —suponen cuál, ¿verdad? — con un único punto de vista o bien con alguna discrepancia sobre lo que puede ser más dañino para los rusos o quizás goce de un programa musical, donde se cuelan chistes o referencias a la maldad de las tropas de Putin o a la heroica resistencia de los ucranianos. Algún compañero no puede evitar comentar el miedo que tiene a la locura de los mandamases del Kremlin. Si nuestro villano osa abrir la boca recordando, por ejemplo, cuál es el único país que ha usado la bomba atómica, le dirán que su punto de vista es ofensivo. Así dura esta situación hasta la pausa de la comida que tiene lugar a las 12:30.

—12:30 p.m.: En el comedor del trabajo nuestro villano de Madrid y sus compañeros disponen de una televisión. Alguien tiene la idea de ponerla. Si se escoge el Canal 24 horas oiremos noticias sobre la saña del ejército ruso con los infantes ucranianos o veremos una entrevista con un simpático miembro del Batallón de Azov que explica con una sonrisa en los labios lo contento que está con el cargamento de lanzagranadas que los gobiernos de la OTAN le han enviado. Lo hace en una habitación adornada con símbolos nazis, algunos de los cuales también luce en su uniforme, cosa que el locutor y los reporteros deciden pasar por alto. Después se muestra un útil e importantísimo reportaje sobre lo que tiene en su nevera una chica ucraniana residente en algún punto de la UE. La moza también muestra su colección de peluches. Si optamos por otro canal probablemente a esa hora tengamos una tertulia con una asombrosa pluralidad donde se expone lo absurda y fracasada que ha sido la estrategia rusa, el volumen de armas que debemos entregar al gobierno de Kiev y lo maravillosa que ha sido la unidad y cooperación de la OTAN. Algún tertuliano compara a Putin con Stalin o con Hitler dependiendo del día. Si el villano de Madrid osa comentar los tremendos errores históricos que comete el sujeto al hacer dicha comparación le responderán que a ver si Putin va a ser un santo. Además, algunas cadenas exhiben la bandera ucraniana al lado de su mosca durante todo el día.

1:10 p.m.: Nuestro villano de Madrid reanuda el trabajo. Algún compañero le comenta aún el horror de esos niños rubios que se han embarcado en un tren. Como el villano ose hablar de los menores asesinados por el régimen de Kiev durante los últimos 8 años le dirán que eso es obra de una minoría del pueblo ucraniano y que parece mentira que no empatice con los ucronazis.

4:00 p.m.: Fin de la jornada laboral. Mientras nuestro villano recoge sus herramientas de trabajo y sus objetos personales del vestuario, recibe un mensaje en el móvil sobre los crímenes de guerra del ejército ruso.

4:30 p.m.: El villano de Madrid llega a casa. Dependiendo de los días, sus familiares estarán leyendo un diario donde se nos relata que todos los objetivos de Rusia en Ucrania han sido diseñados para dañar a la población civil, o un programa de radio donde se califica a Putin en tono de insulto como «comunista», lo que da pie para descalificar a la izquierda española o lo que debería ser tal por asimilación. Nuestro villano se encrespa aún más viendo que esa izquierda lo único que acierta a responder es que no, que el presidente ruso es de extrema derecha. Pero, en fin, se va imponiendo una siesta.

4:45 p.m.: Siesta.

—6:00 p.m.: El villano de Madrid despierta. A esta hora, seguro, su madre está oyendo a cierto locutor radiofónico hablar de lo ejemplar que es la acogida de ucranianos por parte de algún político de derechas y lo malos que son los rojos que siguen diciendo que no quieren guerras.

7:00 p.m.: Dependiendo del día nuestro villano estudiará de cara a su promoción profesional o saldrá a dar una vuelta. Si esta llega hasta la Puerta del Sol encontrará algún acto de apoyo al gobierno de Kiev. Si no es así, solo vallas publicitarias por doquier con el mensaje antes comentado o locales haciendo campañas como la que describió al empezar el día.

8:30 p.m. A esta hora nuestro villano considera que ya se ha ganado el descanso. O bien mira su móvil y sus redes sociales donde ya hemos dicho lo que había, o bien un programa de entretenimiento donde los mensajes sobre el monotema son continuos.

9:00 p.m.: Telediario con un único punto en el orden del día con un solo punto de vista posible. Si se trata cualquier otra noticia se busca la forma de relacionarla con Ucrania. Según el día es posible que nuestro protagonista opte por un partido de Champions League en cuyos comienzos y descansos se nos vuelve a martillear con la propaganda proucraniana. Además, a esta hora se cena y en su propia casa nuestro villano no puede hablar del tema ya que le responden que no hace más que dar la brasa con él y que cómo le han comido la cabeza los rusos.

10:00 p.m.: Si no es día de partido nuestro villano de Madrid suele poner un programa de entretenimiento de RTVE, pero ahora durante el mismo aparece la bandera del omnipresente país eslavo.

11:00 p.m.: Nuestro protagonista mira las dos o tres cuentas y webs donde ve información fiable sobre la actualidad. Ha encontrado videos donde las autoridades ucranianas legitiman la tortura en las zonas que controlan. A ciertas personas acusadas de delitos, generalmente de saqueos, las atan a postes y farolas, las desnudan y las golpean. Algunas son tratadas así simplemente por su raza, especialmente los gitanos. En el caso de los romaníes este trato alcanza hasta a los niños. Nuestro villano no puede evitar exclamar que qué hijos de puta. Cierta persona le pregunta por qué. Nuestro villano lo explica. Entonces recibe una reprimenda por no parar de oír propaganda rusa y no dejar el tema. Así pasa la última media hora del día.

11:30 p.m.: A dormir preparando el móvil para despertar a las 6:30 a.m. del día siguiente. Mientras lo hace nuestro protagonista sigue recibiendo la bronca por estar obsesionado con la propaganda rusa y el móvil le muestra más banners pro ucronazis. Buenas noches. Mañana será otro día exactamente igual al descrito.

Revistas del corazón cuyo logo se tiñe con la bandera ucraniana, la bandera al lado de los canales de RTVE y pantallas faraónicas en pleno centro de Madrid con el mensaje de pensamiento único que se nos quiere imponer. A mí me han adoctrinado Putin y los comunistas, la gente que me rodea piensa libremente que hay que estar con Ucrania.

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