Listas negras

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Asistimos hoy a una censura sin precedentes. Magníficas periodistas como Helena Villar o Inna Afinogenova ven borrado, de un plumazo y sin justificación legal, su trabajo de documentación periodística.

Personalidades diversas de la comunicación de nuestro país son señaladas en una lista de rojipardos, cuya culpa parece ser la de advertir que esta situación que vivimos no es nueva.

En el prólogo de Espartaco, Howard Fast habla sobre el momento en el que ideó la novela. Se hallaba en prisión. «Mi delito -explica- fue negarme a entregar al Comité de Actividades Antiamericanas una lista de los miembros de la asociación Comité de Ayuda a los Refugiados Antifascistas».

«Con la victoria de Franco sobre la República legalmente constituida -prosigue Fast-, miles de republicanos cruzaron los Pirineos, muchos enfermos o heridos. Su situación era desesperada. Un grupo de artistas recaudó dinero (…), en esa época había un impresionante apoyo a la causa republicana española entre la gente de buena voluntad. Fue esa lista la que nos negamos a entregar y en consecuencia fuimos enviados a prisión».

Norteamericano en los años del macartismo, deseando la muerte a los comunistas, de forma semejante a como podemos ver hoy en TV

Dalton Trumbo fue un guionista de cine perseguido por el macartismo (uno de los Diez de Hollywood, primera lista negra de artistas). El autor se vio obligado a testificar ante ese Comité de Actividades Antiamericanas, dentro de la cruzada yanqui contra lo que consideraban elementos comunistas en la industria del cine.

Trumbo, tras pasar una temporada en la cárcel por negarse a dar el nombre de sus compañeros y ser considerado una amenaza para el sistema americano, se vio obligado a usar seudónimos en sus trabajos. Escribió guiones de famosísimas películas, entre ellas la maravillosa Espartaco.

Quizás la cruzada anticomunista pasase luego a ser más sibilina. Desaparecido el peligro soviético y controlados todos los medios por el capital, así como los distribuidores de todas las actividades artísticas y recreativas, cine, teatro, literatura, televisión, ya no era necesaria -de momento- la persecución con antorchas. El propio sistema se encargaba de marginar al artista que osara sacar los pies del plato. Y si la suerte le acompañaba y gozaba de cierto reconocimiento, lo era porque -de manera consciente o no- participaba de la habitual caricaturización de los ideales comunistas, caricatura que merma su capacidad de amenaza contra el sistema.

Pero ¿qué ocurre si la lógica del beneficio constante peligra? Cuando la tensión se va agudizando, el capitalismo da una vuelta de tuerca y opta por recurrir a su rostro más descarnado, a sus agentes sin careta: los fascistas. Y a los fascistas les asistirán los indeterminados, los tibios, los de ni de uno ni de otro, quienes callarán o se pondrán de su lado, que viene a ser lo mismo.

Probablemente esa era la enseñanza que Fast y Trumbo encontraban tan necesaria de difundir como para soportar la cárcel, la de no permanecer callado, la de levantarse y gritar ¡yo soy Espartaco!

Como diría otro personaje novelesco legendario, Robert Jordan, de otro genio identificado con la República española, Hemingway: hay muchos fascistas que no saben que lo son, pero lo descubrirán en su momento.

Primero vinieron por Inna y Helena, pero no nos importó. ¿Quiénes serán los siguientes?

Dalton Trumbo y su esposa, Cleo.

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