El Benidorm Fest cotidiano

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El día que escribo este artículo viene sacudido por una extraña polémica en torno a los integrantes de un evento musical bastante hortera. Es exactamente el tipo de debates que normalmente me parecen absurdos y que me irrita ver cómo la gente les presta atención. Y sin embargo en esta ocasión creo que se puede sacar una enseñanza útil del mismo.

No soy un gran entendido en la cuestión musical, lo único que puedo es opinar como público o aficionado de los artistas y canciones que me gustan. Y créanme que en calidad de espectador el festival de Eurovision y todos los concurso derivados del mismo no son el tipo de producto que consumo. Así y todo me ha llegado la conexión del público especialmente con dos de los participantes en el Benidorm Fest: las gallegas Tanxugueiras y la cantante catalana Paula Ribó, conocida musicalmente como Rigoberta Bandini. Hay quien ha ligado su éxito a cuestiones como la diversidad, el feminismo o las lenguas minoritarias, pero en mi opinión llamaron la atención del público por algo mucho más sencillo: el salirse de lo que parecía la norma establecida, la línea oficial de la competición. Esta sintonía se notó en los votos del público.

Sin embargo, el formato del concurso dejaba la decisión final en manos de un jurado profesional que otorgó su máxima puntuación a otra artista, la hispano-cubana Chanel Terrero. Si Brandini y las Tanxugueiras habían captado al público por sorprender y moverse por otros derroteros diferentes a lo esperado, todo lo contrario ocurría con la ganadora. Como he dicho, no soy un entendido en cuestiones musicales, pero, desde luego, su línea musical y su imagen transmitían toda la impresión de querer imitar la estética oficial de lo que se ha dado en llamar Pop Latino. Todo en ella estaba escogido para crear una especie de Jennifer López de baratillo. Empezando por su ascendencia cubana, que inmediatamente hace pensar en la industria de Miami, siguiendo por su absurdo spanglish más propio de los hispanohablantes caribeños que de los de tierras europeas, y su puesta en escena con mallas de pedrerías y baile tipo reggaeton y perreo.

El público y los espectadores, como es lógico, reaccionaron muy mal a la decisión final, y a la hora en que escribo, Twitter aún está lleno de calificativos como «robo», «tongo», etc, además de mensajes de ira contra la hispano-cubana. Aunque esta chica, y esto sí lo digo con conocimiento de causa, es cursi e ingenua a matar cuando habla, no creo que la ira del público deba dirigirse contra ella. Entre todos los tweets que han comentado el asunto me parece especialmente interesante este hilo del periodista y abogado Josep Manuel Silva, donde nos explica que la pobre Chanel solo es un producto creado para vender una composición urdida entre varios capos del negocio musical que han trabajado con estrellas como Madonna o Britney Spears. Cómo llegó a contactar con ellos no lo sé, pero el hecho es que todo era un negocio montado por estos productores, y que el jurado profesional no hizo más que proteger la inversión. Es decir, que la decisión estaba tomada de antemano, y lo que decidiera el público era poco menos que accesorio, una engañifa para hacerles creer que ellos participaban en cierto modo de este espectáculo.

Pero decía que yo, que jamás creí que escribiría sobre música y mucho menos sobre Eurovision, les dedico este artículo porque creo que en esta ocasión se puede sacar algo bueno de esta rabieta colectiva ante el televisor. Y es que la gente, si sabe mirar bien, tiene una muestra diáfana de cómo funciona el negocio musical en manos capitalistas: da igual lo que te guste o lo que votes, vas a oír por fuerza el pop latino de garrafón porque es donde los señoritos de este antro han metido su dinero. Y esto lleva muchos años ocurriendo a mucha más escala en las galas MTV, los Grammy, etc. Además de imponer con mucha frecuencia a los artistas hispanohablantes o hispanocantantes el soltar diatribas contra gobiernos socialistas, ya que muchos de los jefazos de esta industria son latifundistas cubanos expropiados, por ejemplo. Autores como Arantxa Tirado han demostrado que cuando Maná, Paulina Rubio, Carlos Vives, Juanes o tantos otros se pronuncian contra Maduro o contra Daniel Ortega, muchas veces no es por interés en la cuestión, sino porque corren riesgo serio de no volver a actuar como rehusen hacerlo.

Pero esto no se para en el mundo del espectáculo y la farándula. Lo que les he descrito, y aquí viene lo realmente interesante, es el modo de actuación habitual del sistema capitalista. En la construcción y el urbanismo lo vemos todos los días: da igual que tú quieras una guardería para tus niños, lo que se va a construir en tu barrio es un bulevar o una tienda de moda, porque Florentino Pérez, Amancio Ortega, o cualquier otro empresario de campanillas ha metido ahí su dinero. Harán campañas a su favor con obreros y dependientes de tiendas de ropa diciendo «espontáneamente» que eso ayuda más a tus hijos que la guardería que tú quieres y que dará muchos puestos de trabajo —la eterna y muy cargante justificación capitalista para cualquier capricho de los oligarcas—, y si dices que no aparecerás en los medios calificado como terrorista y la policía cargará contra ti. Pregúnteles a los vecinos del barrio burgalés de Gamonal, por ejemplo.

Laboralmente ocurre otro tanto. No hay día donde montones de trabajadores, pese a haber sido esforzados y eficaces, y muchas veces forzados por encima de lo recogido en sus convenios, sean despedidos para no estorbar nuevos proyectos de sus empleadores. De esto podrán darles cuenta los trabajadores de Zumosol de Palma del Río, Córdoba, que como les cuenta este medio llevan un mes encerrados para evitar que después de años de trabajo su planta sea vendida a una empresa fantasma que va a cesarlos de forma opaca.

El caso del Benidorm Fest nos muestra una vez más la diferencia entre tener la atención mediática o no: la población se indigna por un espectáculo que no les afecta, pero no es capaz de organizarse cuando el mismo tipo de presión e injusticia lo sufren ellos mismos en su día a día. De modo que este villano de Madrid les invita, si son de los que se han sentido estafados en este festival, a que empiecen a reaccionar del mismo modo cuando ustedes o sus familias sean los implicados. Quizás entonces puedan tener mejores trabajos, mejores servicios, o, incluso, como guinda del pastel, mejor música que oír.

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